Entre muchas vivencias, Ana María Ramírez, quien reside en Buenos Aires hace 50 años, recordó que durante muchos años sus vacaciones las pasaba en Garupá junto a sus cinco hermanos y sus padres: Ramón Cruz Ramírez y Rosalía Vicente -hija de Bernardo Vicente Polo y Genara Hernández, que fueron los primeros en asentarse en esa zona allá por 1911- “en este lugar mágico”.
Aclaró que si bien en esos tiempos no existía otra opción –los padres no nos preguntaban, lo decidían- “nosotros éramos felices y no cuestionábamos. Llegábamos siempre a la noche en el tren, que era el único medio de transporte. Cómo disfrutábamos con mis hermanos del viaje en ‘camarote’, que era un lujo para nosotros que teníamos tantas carencias económicas, pero teníamos tanta alegría y éramos felices con tan poco”. Es que volvían al lugar donde nació Rosalía, “mi mamá y ahí estaba toda su familia, que la recibía con mucha alegría y amor. Era el lugar de la tierra colorada, un símbolo de pertenencia, lleno de magia para nosotros”.
Según Ramírez, “nos esperaba siempre la tía Juliana Vicente, símbolo de gran mujer, muy valiente en tiempos donde el rol que cumplían en la sociedad era otro. Nos iluminaba con su ‘farol’ (sol de noche), la única luz que nos guiaba a su cálido hogar, donde nos hospedábamos y nos ofrecía todo su amor y servicio. De su casa recuerdo lugares como la cocina, la galería, la mesa donde desayunábamos escuchando a la mañana el canto de los pájaros, el silencio de los árboles, las fragancias de las flores en su hermoso jardín con tantas plantas, el sonido de las palomas en el fondo del patio en la arboleda, que hasta hoy me trasladan con la imaginación a esos momentos y aún las escucho. El frente con sus escaleras en las que jugábamos a subir y a bajar -éramos tan simples-, su oficina, el escritorio con tantos papeles”.
Entiende que “tal vez todo esto me conecte con mi ‘niña interior’, abandonada no sé en qué momento de mi vida… y que hoy quiero recuperar para sentirme plena y conectarme con mi ser”.
Evocó al tío José -padre de Norma- “con su cálida presencia y porte varonil, siempre muy ocupado con mucha gente trabajando en su fábrica de jugos. La tía “Muñeca” (Lidivina Rita Ramona Corti) con su dulzura, siempre al servicio y dando amor incondicional. De la casa de mis abuelos recuerdo poco, el patio, el parral, los escalones, y a la abuela Genara corriendo en la cocina y al abuelo Bernardo –una persona muy importante en la vida de Garupá, fue unos de los primeros habitantes y ocupó cargos administrativos de mucha responsabilidad- un hombre muy instruido e inteligente, pero ya apagado… ausente, desconectado de nosotros, en su silla de ruedas… en su rostro tal vez con marcas de mucho sufrimiento”. También el tío Isidoro, “con su paz, bondad y siempre una sonrisa cálida para nosotros. Su compañera, la tía Negra, única testigo de esa época, volviendo de su colegio con su impecable delantal blanco. Nos brindaba su amor en su casa… donde éramos muchos con los primos”.
El sabor y olor del fruto de mango (de las que más le gusta) le dejó “recuerdos muy fuertes, porque lo comíamos al mediodía con intensos calores. Nos escondíamos con los primos a comerla en el fondo de la casa de los tíos Esquivel y María Vicente, tal vez para impregnar un poco de aventura o picardía a esa edad llena de inocencia y simpleza. Entrar al almacén de los tíos y ver tantas cosas, mercaderías, el mostrador, mucha gente siempre comprando. El tío se sentaba a tomar su leche en la mesita del patio. Se respiraba mucha bondad y alegría. La tía María muy inquieta atendiendo todo, la casa y el almacén, muy activa a pesar de su salud”.
Asimismo, Ramírez mencionó la estación de trenes, los baños en el arroyo Garupá y a los tíos “que nos recibían con tanto amor en sus hogares”.
Hoy, con los recuerdos, “vuelvo a este lugar tan especial, donde pasé con mis padres mi niñez y adolescencia. Gracias vida por darme este regalo que es como una caricia al alma, tan herida por la vida misma. Gracias mamá por regalarme tu familia! Soy nieta y una pequeña rama de ese árbol”.