El próximo 11 de febrero, tendremos la bendición de celebrar la canonización de la primera Santa de nuestra patria, la Madre Antula, quien es un gran ejemplo de vida y fe para nuestros tiempos.
María Antonia de Paz y Figueroa, nacida en Santiago del Estero en 1730 y fallecida en Buenos Aires en 1799, fue una mujer adelantada a su tiempo. Es oportuno que nos nutramos de la riqueza espiritual que ella nos lega.
En primer lugar, la espiritualidad nos une en la búsqueda del verdadero significado y sentido de la vida. Se trata de una búsqueda que surge en el corazón de cada ser humano en relación con lo trascendente, su conexión con otras personas, el mundo, la naturaleza y el mismo Dios. La espiritualidad trasciende la religiosidad, la cual guía las prácticas y creencias religiosas, y nos nutre también de una espiritualidad dentro del marco institucional de una religión.
Mamá Antula se nutrió de la espiritualidad ignaciana desde su adolescencia, dedicando su vida al servicio de Dios a través de la fe. Algunos aspectos de la espiritualidad ignaciana que orientaron la vida de Mamá Antula, incluyen una vida centrada en Dios y en la persona de Cristo, una profunda fe en Dios, la obediencia a la voluntad de Dios, el seguimiento del camino del discernimiento espiritual propuesto por San Ignacio, y la entrega generosa para guiar a otras personas hacia una vida desde el amor de Dios.
Para Mamá Antula, el amor a Dios era la fuerza motriz de su vida: orientaba sus pensamientos, afectos, decisiones y prácticas a este amor que se manifestaba en su generoso servicio a los hermanos en la Iglesia.
Para mantener viva esta fuerza del amor de Dios, nos invita a una vida de contemplación de la Palabra de Dios, que guía toda acción de servicio a los demás. Su confianza en la providencia divina la sostuvo en los momentos de adversidad. Creo que en estos tiempos difíciles que atravesamos como nación, el claro discernimiento desde la fe y la confianza plena en la acción de un Dios providente, serán la fuerza para seguir adelante en la vida.
El camino de la santidad está unido a la confianza en Dios. Mamá Antula era una mujer de profunda vida de oración. La esperanza se fortalece en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la adoración eucarística y, sobre todo, en la entrega constante a nuestro Dios que nunca nos abandona.
Ella nos invita a contemplar a Cristo presente en nuestra vida, cercano a nuestras alegrías, sufrimientos y esperanzas. En la adoración al Santísimo, nos unimos al amor incondicional de Cristo glorioso y vivo, presente entre nosotros.
Su fe incondicional en Dios y su amor por Cristo la convirtió en una gran misionera, como lo destaca el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium al decir: “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados”. por Él que nos mueve a amarlo siempre más.
¿Pero qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer?” (EG 264). Esta fue la fuente de su vida apostólica, la que la hizo muy fecunda en su tiempo. A través de su labor misionera, permitió que muchas personas conocieran el amor de Cristo, especialmente en medio de las adversidades de la vida.
María Antonia, como mujer laica, nos enseña a vivir una fe incondicional en nuestro siempre providente Dios, ya asumir el desafío de evangelizar el mundo con los valores del Reino en medio de tanto egoísmo, siendo puentes de comunión y paz.
Que su ejemplo nos inspire a construir una sociedad cada vez más justa y en paz, que viva el amor de Cristo a través del servicio generoso a favor de nuestros hermanos.
Que su amor maternal frente al sufrimiento de tantos seres humanos, nos inspira a ser el consuelo de Dios ante el dolor y el sufrimiento.