El comienzo de un nuevo año es una buena ocasión para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre la percepción respecto al paso del tiempo. Tal vez son los años, tal vez el contexto, lo cierto es que existe una sensación compartida respecto a que el tiempo pasa volando.
En esta vorágine nos encontramos saturados de información, pero muchas veces faltos de significado, vamos andando a ciegas en un remolino de obligaciones y exigencias. Mientras corremos de una actividad a la siguiente, corremos también el riesgo de perdernos a nosotros mismos.
La presencia espiritual -que permite la conexión- comienza cuando abandonamos la tiranía del tiempo, cuando dejamos de vivir en el pasado, atormentados por los recuerdos, o en el futuro, ansiosos por lo que aún no ha llegado.
No podemos ser en el futuro ni podemos ser en el pasado, solo podemos ser en el presente. Es en ese instante en que encontramos la puerta de entrada a la auténtica paz y plenitud. Lo único real es lo que ocurre ahora, el resto es deseo o añoranza.
Eckhart Tolle invita a explorar la esencia misma de nuestra conciencia y sumergirnos en el silencio interior donde -sostiene- reside la verdad más profunda de nuestro ser.
La mente, en ese constante murmullo de pensamientos, a menudo nos arrastra lejos del ahora. El secreto está en descubrir el espacio silencioso entre ellos para llegar a la presencia pura, la conciencia sin adornos que simplemente es.
Ese espacio cuenta con la capacidad para disolver las ilusiones del ego. Cuando nos sumergimos en la quietud del momento presente, nos despojamos de las capas ficticias de la identidad. Ya no somos solo nuestros roles, nuestras historias o nuestras preocupaciones; somos la conciencia que lo abarca todo.
La presencia es la puerta de entrada a la aceptación. Resistirnos al momento presente es resistirnos a la vida misma. Cuando aprendemos a decir “sí” a lo que es, experimentamos una liberación profunda. En esa aceptación, encontramos la paz.
La belleza de la presencia radica en que no se trata de una práctica ardua, sino, de un despertar suave a la realidad del ahora. Cada respiración, cada sonido, cada sensación se convierte en un recordatorio de nuestra conexión con la totalidad de la existencia.
Vivir en presencia permite la transformación de la experiencia diaria. Al vivir desde la conciencia plena, nuestras interacciones, decisiones y acciones brotan desde un lugar de sabiduría interior, convirténdonos en co creadores conscientes.
La presencia es el camino a casa, el retorno a nuestra esencia más profunda y a la paz que siempre ha estado esperando en el centro mismo de nuestro ser.
Colabora Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
IG: valeria_fiore_caceres