Según los últimos datos publicados por el INDEC, la pobreza en el segmento de los adultos mayores trepaba al término de 2023 a un 17,6% en ese sector de la población, más de 3 puntos por encima del 14,5% que se registraba un año antes. En números absolutos, son casi 165 mil personas de 65 años o más las que se sumaron a la creciente multitud que no gana lo suficiente como para cubrir siquiera sus necesidades básicas.
Y las próximas cifras serán a buen seguro peores, teniendo en cuenta que dos meses después, con los fondos recibidos en febrero pasado, los jubilados y pensionados de la ANSeS habían perdido entre un 29% y un 47% de su poder de compra de bienes y servicios en comparación con un año antes.
Curiosamente entre los pasivos se da el mismo fenómeno que entre los activos: los que experimentaron un mayor deterioro en el valor de sus ingresos son los de la “clase media”: aquellos con haberes que se acercan al doble de la jubilación mínima, que ven cómo sus haberes aumentan cada trimestre casi lo mismo que los precios lo hacen cada mes, y para colmo hace un tiempo que quedaron excluidos de los bonos de refuerzo que otorga discrecionalmente el Gobierno.
En síntesis, jubilados cada vez más pobres y cada vez más jubilados pobres. No es un juego de palabras ni un trabalenguas: es una realidad con dos dramáticas aristas. Ni siquiera habría que hablar de dos caras de una misma moneda, sino de una moneda que tiene la misma cara de los dos lados, como las que se usan en algunos trucos de magia.
Mucha magia y pocos trucos necesita el país -y especialmente su población mayor- para salir adelante. Porque siempre dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero nadie asegura que no se termina perdiendo también, cuando hace rato que para algunos es ya lo único que les queda.