Cae el sol en el SUM del barrio Belén, hacia el suroeste de la capital provincial. Es martes por la tarde y en la canchita de cemento aledaña al edificio, la pelota rueda y rueda. Una treintena de chicos llega puntual para las 19. Increíble pero real: en un país donde reina la redonda, los pibes no van exactamente a jugar al fútbol.
Desde hace cuatro meses, funciona allí una escuelita de lucha olímpica. Pero en realidad, allí se enseña mucho más que eso. Los chicos aprenden a luchar pero en el sentido más estricto de la palabra, ya no solo como un deporte. Por eso, cada vez son más. Arriba del colchón los espera algo diferente, algo que no encuentran en la canchita del barrio.
Alejandro Aires (26) los recibe con una sonrisa. Llama la atención ver cómo chicos de 8 años dominan las técnicas de la disciplina. “Yo sé que acá está lleno de campeones”, dice el profe con orgullo. Y aunque se refiere a lo deportivo, sus palabras van más allá de los podios y las medallas. La mirada no tiene que ver solo con lo que los chicos puedan hacer o no arriba del colchón.
Y es que la vida de Alejandro es una vida de lucha. Esas cinco letras definen su historia, que lo llevó a vivir desde muy chico en la calle, soportar bullying y desprecio, consumir drogas y hasta pensar en quitarse la vida, marcado por el rencor y el odio. Pero hubo un click. Un antes y un después.
“El deporte me cambió la vida. Cuando empecé a entrenar, vivía en la calle, tenía 12 años, fumaba porro, tomaba pastillas… Era una criatura en medio de lobos. Tenía mucho dolor, mucho odio, mucho rencor. Hoy, después de vivir todo eso, estoy acá y no quiero que los chicos pasen todo lo que yo pasé. Y sé que con el deporte puedo evitarlo”, le dice a EL DEPOR Alejandro, que hoy tiene a su cargo la escuela de la Asociación Misiones Lucha en el barrio Belén. Su historia de superación es única. Se podría decir que es de película, aunque supera cualquier ficción.
Alejandro… ¿cómo arranca tu historia?
Yo me crié prácticamente en la calle. Como somos muchos hermanos, doce en total, y mi familia no tiene estudios, yo desde muy chico salí a vender alfajores, mentitas… y así conocí el mundo de la calle, lo que es vivir sin papá ni mamá, que si bien los tenía, no vivía en mi casa. Yo iba a un colegio privado porque el Gobierno me pagaba la escuela, pero sufría bullying, me decían “ahí viene el pobre, el que vende mentitas, alfajores”. Eso me llevó a tener siempre peleas y a no querer estudiar más, porque prefería andar por la calle que estar en el colegio. Me escapaba de todo eso para ser libre.
¿Dormías en la calle? ¿Cómo hacías?
Sí, sí, dormía donde me agarraba la noche, abajo de cualquier cartón. En esos tiempos lo hacía principalmente en los edificios ahí de la zona del Parque Paraguayo. Ahí me acobachaba.
¿Qué fue lo más feo que te pasó en la calle?
Y lo más feo era cuando los chicos más grandes venían y me pegaban para robarme mi plata. Un día me pasó así cerca del mástil… y ahí me vio un profesor, Fernando, que tiene una escuela de taekwondo ahí cerca. Yo era muy desconfiado, pero acepté y empecé a practicar. Llegué hasta cinturón amarillo.
¿Y cómo empezaste con la lucha?
Después de hacer taekwondo, volví otra vez a la calle. En un momento, estaba en el Hogar de Día… Nosotros eramos CSC, Chicos en Situación de Calle, porque de noche andábamos por ahí, al mediodía íbamos a comer y después al colegio, y por la noche al Hogar de Noche. Y me acuerdo que ahí estaba el profe Adrián Báez, haciendo judo. Y me interesó. Así me fui metiendo en el judo, después en el jiu jitsu y luego en la lucha. Adrián fue como una figura paterna para mí, él me empezó a guiar, a mostrarme lo que estaba bien y lo que estaba mal. Eso fue en 2012, yo tenía 11 o 12 años. Y desde entonces estoy con las artes marciales y con Báez.
¿Qué te llamaba la atención de las artes marciales?
Y que me gustaba defenderme. Yo me acuerdo que le dije a Adrián… “quiero vengarme”… quería venganza, era un ignorante… Yo empecé a entrenar con ese odio, con ese rencor a la vida. Me preguntaba por qué no podía tener un papá o una mamá que me lleven a la plaza, lo normal, lo básico, no quería plata, solo quería ser normal.
Es duro, pero es una realidad que se vive en la calle…
Es así, ese odio, esa soledad. Sé lo que es ser humillado, despreciado, maltratado psicológicamente. En la calle pasé muchas cosas feas. Siempre el que tiene más te mira como un bicho raro. Y eso duele.
¿Te arrepentís de algo?
Y la verdad es que no, porque también entiendo que todo eso me hizo fuerte, un soldado, un guerrero. Hoy puedo afrontar cualquier cosa. A su manera, la calle me hizo fuerte. Y lo principal es que aprendí a perdonar, que obviamente fue lo más lindo e importante de todo esto, obviamente con la ayuda de Dios. Tuve que tener mucho apoyo espiritual, porque era una criatura con mucho odio, mucho rencor, algo que no era normal.
¿Llegaste a competir con la lucha?
Más que nada fue entrenamiento. Es que venía de ese mundo y desconfiaba mucho. Y cuando había torneos, le decía a mi familia y ellos me tiraban abajo, me decían… “vos no servís, vos no podés, te van a lastimar”… No tenía ese apoyo, es como que quería brillar pero me apagaban la luz. En 2018 fui a los Juegos Evita en Mar del Plata, pero ya como entrenador.
¿Y cómo descubriste esa faceta de entrenador?
Descubrí que me gusta trabajar con los chicos de menos recursos, con los chicos de los barrios, porque estoy seguro que de ahí salen los mejores. Entendí que quiero guiarlos para que no pasen lo que yo pasé. Yo sé bien lo que es tener una familia numerosa, sé bien lo que es la calle y sé también cómo salir de la calle. Sé del bullying, del desprecio…. Y todo eso me inculcó Báez, que lo que uno siembra, después lo cosecha, que es bueno transmitir cosas buenas y ayudar a las otras personas. Yo siempre creí en Dios, pero todo eso me fortaleció. Por eso digo siempre que Adrián fue un padre para mí junto a su señora, Fabiana, y sus hijos, Ricardo y Nicolás.
¿Hace cuánto estás con la escuelita en el barrio Belén?
Estoy acá hace cuatro meses. Primero eran unos 15 chicos y ahora ya son casi 30. Ellos crecen día a día y ya me preguntan cuándo van a competir, ya se sienten preparados. Siento mucho el cariño de ellos y eso me llena. Saber que puedo ayudarlos, entender que están pasando cosas que por ahí en la familia no se dan cuenta. Te pongo un ejemplo, yo me sentía más querido por el profe Báez que por mi papá, porque a veces me decía lo mismo que mi papá pero de otra manera…
¿Cómo ves a los chicos de hoy?
Y veo que muchos de los chicos por ahí están con eso de que “vamos a fumar un porro, a ‘escabiar’”. Y yo quiero inculcarles que entrenen para estar bien física y mentalmente, para estar preparado para lo que se venga. El arte marcial no es solo competir, es un estilo de vida.
¿El deporte te cambió la vida?
Sí, el deporte me cambió la vida. Cuando empecé a entrenar, vivía en la calle, tenía 12 años, fumaba porro, tomaba pastillas, ‘jalaba’… Era una criatura en medio de lobos. Tenía mucho dolor, mucho odio, mucho rencor. Y cuando empecé a entrenar me di cuenta que todo eso estaba mal. Es como el dicho: si te juntás con cinco idiotas, vas a ser el sexto idiota; pero si te juntás con cinco personas que tienen una meta, un proyecto, vos también vas a querer salir adelante. Y es que depende de con quién te juntes, eso influye también en tus decisiones. Hoy, después de vivir todo eso, estoy acá y no quiero que los chicos pasen todo lo que yo pasé. Y sé que con el deporte puedo evitarlo. El deporte me cambió la manera de ver las cosas, la manera de pensar.
¿Costó hacer ese click?
Fue todo un proceso. Imaginate que vos vivís en un mundo y te acostumbras a ciertas cosas que consideras normales. Y viene alguien y te dice que vas a competir, vas a viajar… vos decís “este me está mintiendo, me está hablando pavadas”, porque no estás acostumbrado a lo mucho, sino a lo poco. Hasta que ves que todo empieza a cambiar.
¿Qué te pasa hoy cuando ves a un chico en situación de calle?
Me duele mucho, lloro por dentro, porque me hace acordar todo lo que viví, con lo feo que es andar por la calle, pasar hambre, frío, juntarse con cada loco… sos una criatura en medio de lobos. No es fácil… Y por eso me dedico hoy al deporte, para que los chicos no pasen lo que yo pasé. Y sé que con el deporte se puede lograr eso.
¿De qué trabajás ahora?
Y agarro lo que sea, en la construcción, vendiendo cosas, en lo que sea. Y acá estoy dando clases los lunes, martes y jueves, de 19 a 20 para los más chicos y de 20 a 21 para los más grandes, hasta 17 años. Esto no lo hago por plata, no tengo un sueldo ni nada, sino porque me llena, porque quiero sembrar en ellos, inculcarle, mostrarle a los chicos que hay otra forma de vida. Yo siento el cariño de ellos hacia mí y eso no tiene precio.
¿Qué es el deporte en tu vida hoy?
El deporte es un estilo de vida. Por más que no compita, me levanto todos los días a la mañana y sé que tengo que hacer flexiones, abdominales… y es para sentirme bien, para estar en forma, es como una rutina, es algo que ya es parte de uno.
¿Qué sueño tenés con la escuelita?
Me imagino a algunos de los chicos llegando a ser campeón argentino. Es un sueño. Y ni eso, solo con ser campeón provincial… sería una locura, un orgullo. Que salgan campeones representando a su provincia, a su país. Y yo sé que eso va a pasar, acá está lleno de campeones.
Ale, tu historia de vida es de película…
Es una historia triste y, al mismo tiempo, linda…. Gracias a Dios pude encontrar a la persona correcta y al deporte, porque muchos chicos se quitan la vida. Eso se lo voy a agradecer siempre a Adrián, porque muchas veces me pasó eso por la cabeza.. mucho dolor, odio, rencor… y uno se quiere rendir siendo una criatura de 11, 12 o 13 años. Uno no piensa como una persona mayor. Pero después conocí el deporte y cambió todo, entendí que había otra manera de vivir y que yo era bueno para algo, porque siempre me decían que era el inútil, el infeliz, el pobre, el que no servía para nada. Hasta que un día haciendo lucha me dijeron.. “vos sos bueno”… y descubrí que era buen deportista.
¿Qué mensaje le podés dejar a los chicos?
Que se especialicen, que estudien, que confíen en sus padres, que si necesitan ayuda psicológica, un consejo, que se acerquen a un profe de confianza. Y que no toda la gente es mala, que hay gente buena. Que crean en Dios y lean la biblia, que es un manual para la vida. Y que aunque haya personas malas, que no se contaminen con eso, porque si ofrecés cosas buenas, lo bueno te vuelve. A los chicos les digo que vale la pena ser bueno, intentar las cosas, marcar la diferencia, vale la pena fallar y volver a intentarlo. Si uno quiere, lo puede lograr, solo depende de uno mismo.