Existen encuestas de opinión que afirman que Javier Milei sostiene los mismos niveles de popularidad que cuando fue elegido Presidente de la República. En medio de un extenso período de fuertes yerros de medición y tras seis meses de un ajuste brutal que tiene a jubilados y trabajadores como principales víctimas, cabe la fuerte duda de lo acertadas que serán esas encuestas.
En Argentina suele suceder que los nuevos gobernantes cuentan con un tiempo, un margen en el que casi todo está permitido por aquello de la prueba y error. Pero cuando se trata de los bolsillos, las teorías se terminan y lo que manda es llegar o no a fin de mes.
Con todo, si es cierto que Milei (y solo él) mantiene márgenes positivos, hay cuestiones que subyacen lo banal de la imagen y describen una realidad incontrastable: los datos.
Nadie en su sano juicio puede negar que el autodenominado primer presidente liberal libertario está lidiando con la compleja herencia que le dejaron Alberto Fernández y Sergio Massa. Eso jamás debería estar en discusión. Pero al cabo de seis meses de gestión es innegable que hay cuestiones que mejoraron y otras que están mucho peor. Y en gran medida lo segundo es así por errores no forzados y otros que nacieron al calor de la visceralidad presidencial.
El desgaste del Gobierno en apenas seis meses es demasiado evidente. Los recambios de funcionarios y reinicios de rumbo son demasiados en tan corto tiempo. La corrección de proyecciones hacia la ansiada normalidad comienza a ser insoportable porque cambia todos los meses.
Milei cuenta a su favor con dos cuestiones objetivas: la baja de la inflación y estar en la cresta de una ola global que gira hacia la derecha. El primer dato se explica en la licuación del consumo por pérdida de poder adquisitivo. El segundo en el hartazgo social hacia gobiernos que no solamente no cumplen, sino que rápidamente comienzan a reñir con la moral.
La cuestión será siempre el tiempo. Ajustar indefinidamente a jubilados y trabajadores en pos de la guerra santa del superávit no tendrá otro destino más que engrosar los ya enormes índices de pobreza e indigencia que mayoritariamente fueron heredados, pero también incrementados en esta gestión.