En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha experimentado un crecimiento exponencial, pero este avance no está exento de consecuencias.
Google, uno de los líderes en tecnología, ha revelado que sus emisiones de carbono han aumentado un 48% en los últimos cinco años debido al consumo energético necesario para impulsar la IA. Estas cifras plantean un dilema: ¿cómo equilibrar el progreso tecnológico con la sostenibilidad ambiental?
La IA, desde chatbots hasta algoritmos de aprendizaje profundo, requiere enormes cantidades de electricidad. El chatbot Gemini de Google, por ejemplo, es un voraz consumidor de energía. Estas demandas extremas ponen en peligro los objetivos de energía limpia que Google se había propuesto para 2030: alcanzar cero emisiones netas de carbono.
La fusión nuclear como solución
Para mantener la tecnología de la IA, se necesitarán avances significativos en la generación de energía. Sam Altman, jefe de OpenAI, ha señalado que las futuras versiones de ChatGPT requerirán una “revolución energética”. La fusión nuclear, que imita las reacciones del Sol, podría ser la clave. Altman ha invertido personalmente en la empresa Helion Energy, que busca producir electricidad a escala comercial mediante fusión nuclear1. Aunque algunos temen que falten décadas para lograrlo, esta tecnología podría ser el “santo grial” de la energía limpia.
Microsoft y la fusión nuclear
Microsoft también ha apostado por la fusión nuclear. El año pasado, se convirtió en la primera empresa en llegar a un acuerdo de compra de energía de fusión nuclear para alimentar sus planes de IA. Esta inversión demuestra la urgencia de encontrar soluciones sostenibles para el futuro de la tecnología.
Tecnologías emergentes y el camino a seguir
El informe medioambiental de Google menciona “tecnologías emergentes” como posibles aliadas en la lucha contra las emisiones de carbono.
La IA avanzada podría incluso inspirar avances en energías renovables y limpias. A medida que la tecnología evoluciona, debemos considerar no solo su potencial, sino también su impacto ambiental.
Colabora Guillermo David Subreski Román