Elsa Chagas nació el 24 de julio de 1932 en el paraje Rincón del Guerrero, municipio de San Javier. Es la tercera hija del matrimonio conformado por Germana Méndez Márquez y Policarpio Chagas, único hijo de Hilario Chagas, coronel del ejército de Brasil, quien durante 1923 fue perseguido por los revolucionarios “maragatos”, teniendo que cruzar el río Uruguay, dejando a su familia en el paraje Tres Esquinas, San Javier, para refugiarse en Córdoba. Elsa es la tercera de los hermanos, después de Romita y Reynaldo. Le siguen: Honorato, Elisa, Horizontina, Pedro, Elías, Luis, Jacobo, Adiel y Raúl “Lito” Chagas. Desde pequeña fue más cercana a su bisabuela Candiña, que se dedicaba a realizar curaciones con yuyos, vencimientos y asistía a los partos a todas las familias de la región.
Sus primeros pasos en la escuela los dio a los seis años (infantil, superior y segundo grado) en el paraje Balsari. Su mochila era una bolsa de tela, generalmente hecha de retazos, con una tira que servía para sostener en el hombro, un cuaderno, una pluma de cola o ala de pato (que era más firme) y un frasco de tinta que se colocaba en una abertura hecha en el pupitre, ya que en esa época no existían biromes o lápices. Entre los nombres que recuerda, dijo que compartía sus clases con Aurora, Hilda, Irma, Mabel y las hijas de Don Gerardo Pérez.
Cuando tenía ocho años su familia se trasladó al paraje Tres Esquinas y se instaló en una chacra cercana a la escuela. Sin estudios, sin formación profesional ni capacitación, alrededor de los 13 años se inició en la tarea de brindar ayuda a las mujeres que requerían asistencia en sus partos. Así, se fue afirmando como la partera de la colonia. Incluso venían de otros lugares a pedirle permiso a Doña Germana, para trasladar a Elsa en caballo, hasta zonas alejadas, para ayudar en algún nacimiento difícil. En esas salidas se encontraba con la realidad de la pobreza, con niños hambrientos, mujeres abandonadas a su suerte. Es que, durante esos años, si una niña quedaba embarazada y no tenía esposo, era la vergüenza más grande para la familia.
Al recordar esas miserias, Elsa comentó que, en una oportunidad, con 13 o 14 años, tuvo que pedir al dueño de la casa que no golpeara más a su hija que estaba a punto de parir en un noque, una construcción precaria que se utiliza en la colonia para guardar los granos. Y que, en esas condiciones, tuvo a su niña, recostaba en una cama improvisada sobre las chalas de maíz.
Elsa se dedica a coser a máquina desde que tiene diez años. “Era la modista porque me traían costura de todo tipo, también telas que cortaba y cosía”, contó. Hasta ahora continúa realizando arreglos en las prendas, a pedido de sus vecinos, y lo hace sin utilizar anteojos. Su hija Rosa, heredó de su madre el gusto por la costura.
En cada trabajo de parto, Chagas iba adquiriendo experiencia y sabiduría, además de valorar la vida de quienes se encontraban abandonados a la buena de Dios.
Como Elsa no sabía cómo cobrar por sus servicios, al ver la pobreza en la que se encontraba la familia, en muchas ocasiones rechazaba lo que le ofrecían. Al regresar a casa, Doña Germana la castigaba por no traer nada y la hacía trabajar sin descanso para recuperar el tiempo perdido.
Como integrante de una familia humilde y numerosa, al ser la hija mayor, le tocaba realizar todas las tareas del hogar. A su corta edad fregaba la ropa de toda la familia a orillas de un pequeño curso de agua. Sus hermanos cargaban los tachos con la ropa y ayudaban a colgar las prendas. Tuvo que dejar la escuela para continuar realizando las tareas domésticas. Su padre casi nunca estaba en casa y su madre realizaba las tareas de la chacra, vendía los productos que generaban en ella y elaboraba panificados para vender. Los panes se colocaban en una canasta grande y uno de los hermanos mayores salía a repartirlos de a caballo.
Con el correr de los años, Elsa se transformó en una niña-mujer que trabajaba a la par de su madre, ayudando en todo, inclusive en atender a mujeres con niños enfermos a los que Doña Germana preparaba infusiones de yuyos y les practicaba vencimientos.
Con los partos, pedía asistencia a la más experta en esos temas, como lo era Doña Candiña, su abuela paterna. Al estar en constante interacción con éstas prácticas afloró su don por ayudar a las mujeres a parir, sobre todo a las más pobres.
En la década del 40 no había doctores o enfermeros disponibles, salvo los profesionales del Ejército Argentino que se encontraban en Tres Esquinas y el Hospital de San Javier, que quedaba a unos diez kilómetros de distancia y sin medios para trasladarse, salvo alguno que disponía esa fuerza armada.
Trabajo y más trabajo
En su adolescencia no tenía posibilidades de estudiar, y continuamente era ofrecida para algún “candidato” que podría aceptar casarse. Es que para una gran parte de las jóvenes de la época conseguir alguien que las “saque” del hogar familiar era la mejor opción. Doña Germana instaló un comedor que atendía en su mayoría a los soldados del Ejército Argentino y a peones de las plantaciones cercanas, y con ese nuevo emprendimiento aumentó también el trabajo de Elsa, que tuvo que asumir la total responsabilidad de sus hermanos además de continuar con su trabajo de partera, que con la poca ayuda que le podían ofrecer las mujeres con más experiencia, fue aprendiendo a cicatrizar el ombligo con una mezcla de grasa de gallina derretida y manzanilla y a colocar los fajeros con algunas ropas viejas que envolvían al recién nacido, dejando solamente la cabeza afuera. Esto también incluía higienizar a las madres, preparar caldos especiales con lo poco que había y té con yuyos. Elsa contó que lo que más preparaba era una infusión con hojas de hortelana, orégano, manzanilla y trozos de rapadura en una lata o una pava de hierro a la que previamente se ponían brasas, y cuando estaba quemando, le echaban agua caliente.
“Aprendí a cicatrizar el ombligo con una mezcla de grasa de gallina derretida y manzanilla. Esa mezcla calmaba el dolor del niño, que volvía a dormirse después de tanto llorar. A veces tenía dos madres con sus bebés adentro de la casa y otras esperando afuera”, relató.
En 1945 entró a su vida Adolfo González, un soldado que se desempeñaba como jefe de cocina en el Ejército Argentino. En sus ratos libres o durante sus francos, ayudaba a Doña Germana en el comedor. Así se conocieron con Elsa y cuando ella cumplió los 16 años, se casaron y se quedaron a vivir en la misma casa. Así comenzó otra etapa de su vida y que, lejos de aliviar su carga laboral, aumentó considerablemente porque tenía que cuidar de su hogar y seguir trabajando con su madre. Durante el primer año de matrimonio trabajaban en los eventos sociales, pero con su trabajo de partera y curaciones tuvo su primer obstáculo: su celoso marido le prohibía que atendiera pedidos y no la dejaba salir a realizar sus servicios cuando venían a buscarla. Esta situación enojó mucho a Doña Germana, que les exigió que se fueran a vivir a otro lado.
González dejó su trabajo en el Ejército Argentino y la pareja inició tareas de plantación de caña de azúcar, a desmontar y a preparar leña con hacha y tronceadora. En 1952, el matrimonio se instaló en Campo Viera. Elsa estaba embarazada de su primer hijo, Domingo Ramón (ya fallecido). En ese lugar atendió un parto y la situación se conoció por toda la colonia. A pesar del reclamo de su marido continuó con su labor solidaria, trayendo al mundo a muchos inocentes de distintos estratos sociales. El hospital más cercano estaba en Oberá, a unos 30 kilómetros de distancia, por lo que la tarea de partera era esencial en la villa. Inclusive entre las familias más pudientes que muchas veces le daban cosas como recompensa por su ayuda. Esta situación ofuscaba a su marido. A fines de 1953 dejaron Campo Viera para instalarse en una chacra en paraje Invernada (en la costa del arroyo Portera, entre San Javier e Itacaruaré). Trabajó en la cosecha de té en las tierras de Don Máximo Amado y empezó a asistir a la Iglesia Evangélica de la que hasta hoy es miembro activa.
Continuaba con su servicio de partera. Siempre comenta que lo primero que ven los recién nacidos al abrir sus ojos es la cara sonriente de la partera, y que la sensación de sentir a un recién nacido en sus primeros momentos de vida queda marcado en los recuerdos. Cada parto es diferente a los demás, una nueva experiencia y enseñanza. Lo que no cambiaba era la pobreza y el abandono de muchas mujeres a la hora de parir, en un momento que debería ser de suma alegría.
Con el paso de los años llegaron los demás hijos de Elsa: Deliria Rosa, después Daniel Raúl, Germana Elizabeth (fallecida), Esther Raquel, Norma y Noemí. Ésta última había sido entregada por su madre biológica. Al momento de parir la mujer le pidió a Elsa que se la lleve y regale, pero ella decidió anotar a la niña a su nombre a pesar de la negativa de su marido.
Elsa es la tercera de los hermanos, después de Romita y Reynaldo. Le siguen: Honorato, Elisa, Horizontina, Pedro, Elías, Luis, Jacobo, Adiel y Raúl “Lito” Chagas.
Por varios años Doña Elsa junto a sus hijos que estaban en condiciones de trabajar, elaboraban productos de caña de azúcar de su propia plantación, sobre todo rapadura y miel, que cargaban en un carro tirado por caballos y llevaban hasta San Javier, que quedaba a unos 20 kilómetros, para vender. A comienzos de 1958 dejaron La Invernada para volver a Tres Esquinas. Se instalaron en una parcela de tierra lindante al terreno del Ejército Argentino y el río Uruguay.
A fines de 1963 se distanció de González, que se instaló en San Pedro, y quedó sola con cuatro de sus cinco hijos sin recibir ayuda. Su nueva vida transcurrió en continuos trabajos, y luego de vender lo poco que le quedaba siguió con sus tareas sanitarias en las colonias y varias veces asistía partos en el Hospital de San Javier, sin el apoyo de profesionales que le asignaran un empleo estable. Por muchos años vivió de las changas, alguna ayuda de familiares agradecidos por sus servicios lo que le valía para criar a los hijos que se quedaron con ella.
En 1970 se instaló en un terreno adquirido en cuotas en el barrio Bartel, de San Javier, y con la reputación que tenía como partera, continúa ejerciendo en la zona sin importar las distancias, la hora, el clima o la existencia de pago alguno. Luego de quince años de convivencia, en 1999 se casó con Salvador Batista, y quedó viuda en septiembre de 2023, a los 89 años.
Actualmente vive en el barrio San Juan, de San Javier, con su hija Norma Chagas, y cuida a una antigua compañera de escuela que muchas veces la ayudó en la crianza de los chicos, y que no tiene familia. El 24 de julio, Elsa cumplió sus jóvenes 90 años rodeada de sus cinco hijos, 25 nietos, 45 bisnietos y 11 tataranietos, con quienes se la ve feliz.