“Estoy conforme hasta donde llegué”, manifestó el músico chamamecero José Luis López (72), aunque aseguró que al actuar junto al maestro Julio Lorman “sentí como que jugaba en la Selección. Todo el mundo quería tocar con ese hombre porque sabía demasiado. ‘Chaloy’ Jara fue otro maestro mío, con mucha sapiencia, que compartía las cosas con sus integrantes”.
Sentado en el living de su casa, agobiado por la reciente pérdida de su compañera de vida, Aurora “Tita” Gómez, y por una complicación visual, contó que nació en Villa Sarita cuando el barrio era un “pedregal” conformado por casitas de madera, se iluminaba con foquitos de 40 y la cancha de “Guaraní Antonio Franco” tenía el perímetro cerrado con tablones.
Además de convivir con una familia de músicos, que luego “estudiaron y se convirtieron en profesionales”, su entusiasmo se fue despertando al pasar por la casa de “Chaloy” Jara, que residía a unas tres cuadras y que cuando pasaba por la zona, se quedaba escuchando los ensayos. Pero en su adolescencia comenzó a hacer de todo, incursionó en la albañilería, como vendedor de diarios, lustrador de zapatos, repartidor, cobrador de rifas, pero con el tiempo fue integrando grupos de música.
“El primero que me llamó fue Ernesto Ferreyra, del conjunto ‘Las Mañanitas’; también Claudio Báez, un mimbrero que vivía frente a la cancha de Guaraní. Casi todos pasamos por esos grupos. Después estuve con ‘Chaloy’ Jara, con el arpista Miguel Melgarejo, los Cavia, Sotelo”, rememoró.
Celebra que “anduve por todos lados, por todas las provincias, asistí a grandes festivales (el del Chamamé, en Corrientes; el de Federal, en Entre Ríos; en Buenos Aires, Santa Fe, Chaco, Formosa, en algunos representando a Misiones con la delegación de ‘Chiquita’ de Odonetto, con Joselo Schuap que nos junta y aprecia mucho a los músicos misioneros”. Hubo actuaciones en radio y televisión. Estuvimos por muchos lugares, siempre con el canto y la guitarra”.
Contó que en una ocasión uno de sus hijos le pidió aprender a tocar guitarra, a lo que López le contestó: “vas a seguir estudiando y te voy a llevar al mejor profesor de guitarra porque yo no tuve esa oportunidad. Eso te va a servir porque vas a poder enseñar, participar de grupos, teniendo un título y una profesión. Yo no pude, me hice a los tongazos porque los maestros eran más severos. Fui participando con los que sabían más porque juntarte con el que sabe menos, no aprendes nada”.
“Ahora tocamos el techo de la edad, vienen los chicos jóvenes que se están preparando mucho más, son buenos valores para representar, pero necesitan de nuestra experiencia. Tengo la suerte que los muchachos me invitan y me rodean. Me dicen, aprendemos de usted, Don López, aunque no se dé cuenta. Nunca valoré mis cosas, nunca me subió el humo porque anduve por todos lados. Algunos, por esa simple razón, ya ni te miran, ni a la mamá le quieren saludar porque son demasiado artistas”, reflexionó quien se siente integrado a los jóvenes y escucha todo tipo de música, de distintos géneros. “Hay cosas que no entiendo, pero trato de entender para dónde va la cosa”.
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Le dicen que tiene la cabeza abierta. Es que, generalmente, “cuando se juntan con otros mayores, le piden una polka, una guarania, un chamamé y yo me adapto. Siempre dije que la música de las grandes orquestas te abre más la cabeza, te va nutriendo de notas, melodías, te enriquece. Lo mío fue más el chamamé y la música regional. No canto en portugués, sí en guaraní. Eso me dio la posibilidad de integrar grupos con diferentes músicos. Me ayudó mucho en la vida, y hasta ahora sigo participando”, señaló entre risas.
Sostuvo que nunca pensó llegar a una grabación, pero que “uno siempre tiene intención, esperanza. La motivación te llega mirando a otra persona, porque te gustó la melodía, el instrumento. Te ves un hombre bien plantado, bien vestido en la grabación, y parece que no te va a faltar nada. Pero la realidad es que cuando termina la fiesta te encontrás solo de nuevo, con tus miserias y con las necesidades cotidianas, como todos. Era una de cal y otra de arena, pero más de cal. Uno se reconforta con el aplauso. Siempre vivimos en la necesidad, nunca se satisface todo porque uno siempre quiere estar mejor. Pero hay que mirar para adelante, pensar en positivo”.
Al recordar a su Villa Sarita, comentó que “íbamos mucho al río porque mamá era lavandera. Conozco el anfiteatro cuando era una escalinata hacia el río. Había unas piedras grandes y un árbol de ingá medio encorvado desde donde nos tirábamos mientras las mujeres lavaban. Jugábamos a la ‘mbopa’ del yacaré y nos zambullíamos. Crecimos en la orilla. En la década del 60 comenzaron con el proyecto del anfiteatro y todo cambió”.
El trabajo más solicitado fue en la construcción, pero como no era una actividad estable, tenía que hacer pintura, además de cumplir tareas como lavacopas en el Hotel Savoy, por más de un año. Después viajó a Buenos Aires a trabajar en un grill, en Avenida de Mayo.
“Como mis amigos trabajaban en la construcción y en la metalúrgica, y ganaban mucho más, me fui con ellos. Pero con el tiempo perdí porque la cocina siempre está. Pero quien te quita lo bailado. Son diferentes experiencias de trabajo a las que nunca le escondí el lomo. Antes nos levantábamos temprano para ir a trabajar, ahora le querés mandar a trabajar y te quieren hacer un juicio oral y escrito. Las cosas cambian”, expresó quien, entre tantos otros, recibe la contención de “Lalita”, de Mario Sosa y de “Nicky” Salazar.
Aclaró que a Buenos Aires viajaban durante 36 horas en tren, también en colectivo y algunas veces en avión, porque “aprendimos también a volar cuando algún grupo te contrataba. Por eso es fundamental el grupo, en qué peldaño se encuentra, el prestigio, eso vale mucho”.
Confió que lo de la música nació como un hobby, “para distraerme, de forma natural, como un yuyo. No me esforcé mucho, aprendía fácil, pero pedía que me den una mano. Pero todo dependía de tu respeto y de tu compromiso, eso valía mucho. Por eso Mario Bofill dice: ‘era bueno a los 20, lástima que a los 30 ya no era más que un recuerdo’, porque te dejan de lado si no cumplís con tus obligaciones. Me gustaba leer, escuchar las cosas y, si me quedaban dudas, preguntar. Internet nos volvió más cerrados y no queres escuchar lo que otra persona acota, parece que sabes todo. Pero tenés que tener la práctica, alguien que te diga como es, siempre tenes que tener al lado tuyo el maestro que sabe más. Hay que saber que siempre hay mejores y hay que dar gracias al que te da una mano para aprender”.
“Quedamos dando vueltas”
Recordó que allá por 1979 fueron a grabar a Buenos Aires con “Lulo” Rivero, Ceferino Melgarejo y Los Litoraleños, el primer volumen de Rafael Villalba y sus amigos.
“Así fue yendo hasta que por último me invitó el maestro Julio Lorman, con quien hicimos la última grabación. Se enfermó, partió hacia el más allá, y quedamos dando vueltas, medio huérfanos, porque estar con ese hombre era como llegar a la Selección. Era un máster. Pero siempre me llaman a participar diferentes grupos para cumplir con algunos compromisos cuando se presentan, porque en esta época de vacas flacas no hay mucho. Es un descanso, pero siempre estamos con la esperanza de seguir pregonando las canciones”.