Por: Milán Navarro Saulo (6 años) y su abuela Evelin Rucker
Hace un tiempo no muy largo, Margarita viajó a Misiones para conocer la selva. Recorrió caminos llenos de helechos, vio mariposas y pajaritos que se animaban a tocar despacito sus cabellos y se enteró de que entre tantos árboles, ríos y cascadas vive el Pombero.
El Pombero es un duende que cuida la naturaleza y asusta a los niños cuando estos cazan animales o rompen plantas.
Varias veces, en los recorridos por senderos entre los enormes árboles, Margarita habló al Pombero pidiéndole que se dejara ver para contarle que ella también respeta a las flores y cuida a los animales. Pero no tuvo suerte. Creyó verlo en lo alto de un árbol y detrás de unas piedras; pero no.
Decidió dejarle mensajes contándole a unas abejas y a varios hongos anaranjados que ella quería ser ayudante del Pombero.
Margarita volvió a su casa, en una ciudad muy grande, creyendo que tampoco el Pombero la había visto a ella. No sabía que el duende no solo la había escuchado sino que también había creído firmemente en lo que le decía.
Pero el Pombero tenía un problema: ¡era muuuuuy vergonzoso! Se sentía cómodo en la selva pero no con los seres humanos.
Una libélula lo vio una mañana con lágrimas en los ojos y como ella es un insecto muy sabio y sabe leer el alma, decidió ayudarlo. Se posó en su mano y le dijo:
_Tendrás que ser valiente y viajar a la gran ciudad, allá también hay animales y plantas que cuidar y Margarita podrá ayudarte.
_Pero yo no sé viajar, solo voy a donde me llevan mis piernas -se quejó lloroso.
_¡Ayuda! -gritó la libélula- ¡Un amigo nos necesita!
Inmediatamente los animales, desde los más grandes hasta los más chiquitos fueron apareciendo.
Veinte tucanes se agarraron de las patas y formaron un avión. Dos monos le dieron la mano al duende y lo sentaron sobre las alas.
_Todo listo para el despegue -dijo la libélula.
El yaguareté aplaudió y saludó con abrazos a quienes emprenderían el viaje.
Mientras tanto, Margarita se encontraba en su clase de patín donde corría, saltaba y hacía volteretas. En una de esas estaba cuando escuchó un ruido fuerte y un ¡oooooooh! de sorpresa de su profesora y de sus compañeritos.
Es que habían llegado los tucanes con el Pombero sentado sobre sus alas. Aterrizaron en medio de la pista de patín junto a treinta mariposas rosadas que volaron a posarse sobre los patines, también rosas de Margarita.
La libélula, que había llegado camuflada entre las plumas de las aves, tomó las riendas de la visita y habló fuerte:
_Vengan todos, ayudemos a Margarita y al Pombero para que puedan organizar trabajos para salvar a la naturaleza.
_Sí, -dijo Margarita- vayamos a mi heladería favorita, tienen riquísimos helados de frutilla. Allí podremos charlar tranquilos.
_Con esos patines podrás correr y ayudar a muchos animales -exclamó el Pombero. Mientras el helado se derretía en la mano del duende, Margarita le contaba cómo pensaba ayudar a que más niños se unan a ellos para vivir en un mundo con más respeto y amor.
¿Pero se imaginan qué pasó en ese momento?
¡¡¡Fue de terror!!!
Un grupo de niños que salía de la escuela vio al Pombero, que en realidad es muy feo y que además estaba enchastrado de helado. Los niños comenzaron a gritar y a correr y el miedo ante un ser al que no conocían fue generalizado.
Todos temblaban. Una nena se escondió detrás del mostrador, una mamá debajo de una mesa, un abuelito que no veía muy bien se sentó sobre una maceta que tenía una planta llena de flores…
Y fue nuevamente la libélula la que, con su sabiduría infinita, y a los gritos presentó al Pombero a quienes no lo conocían; les habló de su bondad y de que ser feo no quita el don de ser amoroso.
Poco a poco el miedo desapareció, algunos niños y el abuelito que aún tenía una flor en el bolsillo del pantalón se unieron al trabajo que proponía Margarita, brindaron con cucuruchos chorreantes de helado de frutilla y chocolate sabiendo que el cuidado de la naturaleza es responsabilidad de todos, tanto en la ciudad como en la selva misionera.