La Escuela Nº 324 del Paraje Kilómetro 9 celebró recientemente sus Bodas de Oro y deslumbró a los vecinos y visitantes con las transformaciones registradas en este tiempo, sin perder su eje como espacio para aglutinar y acompañar a las familias del Alto Uruguay misionero.
Se trata de un establecimiento que alberga a 48 alumnos en grados acoplados, que nació por inquietud de los primeros colonos, todos agricultores, que llegaron a la zona entre 1972 y 1973, procedentes, en su mayoría, de Brasil.
La soja y el tabaco de la variedad criollo misionero les fue dando el recurso necesario para adquirir todo aquello que no creciera en sus chacras y una vez satisfechas sus necesidades básicas surgió otra necesidad: que sus hijos se educaran también en la formalidad de una escuela. Fue así que en 1974 decidieron fundar la Comisión Proescuela, conformada por Pablo Roninski, Antonio Juan, Pedro Mesías, Avelino y Edemar Weiss, con el claro objetivo de colaborar en la concreción de un edificio. Hablaron con la viuda de Castro Nieto, quien decidió donar dos hectáreas de su propiedad, donde se levantó la primera construcción.
La comisión realizó los trámites pertinentes y el Estado provincial autorizó la creación y construcción del edificio de la Escuela N°253 y en septiembre de 1974 llegaron los docentes Ubaldo Héctor Petersen y Roberto Rubén Prieto con la intención de comenzar su trabajo. Como el edificio estaba inconcluso fue imposible el dictado de clases. Es por eso que los esposos Pablo Roninski y Yolanda Kessler decidieron ceder su casa aún sin estrenar para que las clases fueran dictadas en ella. En 1975 las obras concluyeron, se pudieron trasladar y continuar con las clases en el flamante edificio construido en madera extraída de los bosques de la zona y con la mano de obra de los hombres de la comunidad. Tenía dos aulas, una galería y una habitación destinada a la dirección.
El primer director fue Ubaldo Héctor Petersen quien fue reemplazado por Esteban Dionisio Matijak, que llegó junto a su esposa Marta Baumann y sus dos pequeños hijos, y permaneció a lo largo de diez años a cargo de la escuela. En 1981, durante su gestión, la escuela pasó de la jurisdicción nacional a la provincial, por lo que debió cambiar su número por el actual Nº 324.
Fueron maestros de grado: Roberto Rubén Prieto, Irma Norma Ruiz Días, Ramón Carlos Bentura, Blanca Esther Never, César Francisco Rosa, Omar Horacio Gómez, Marisa Susana Biechteler, Julio Ramón Paratutezac, Ademar Ángel Ventura y Miriam Beatriz Cornelius.
La comunidad crecía al punto que para 1982 había inscriptos 102 alumnos por lo que el director, que hasta entonces era personal único, tuvo que solicitar que a la escuela se le asigne un cargo de maestro. Llegó la maestra Irma Norma Ruiz Días, que tuvo a cargo primero y segundo grado. En 1985 fue nombrado director Ramón Carlos Bentura, que estuvo en el cargo hasta 1990. Ese año, en que llegó la energía eléctrica al paraje Kilómetro 9, se hizo cargo de la dirección Pedro Álvarez. Durante su gestión que se construyó un nuevo edificio para la escuela, en un predio donado por Victorio Blas Böer, lugar en el que funcionó la escuela definitivamente. En 1996 retomó la dirección Ramón Carlos Bentura hasta 2018, año en que se hizo cargo la actual directora, Marisa Susana Biechteler (55).
“Así fue mi historia”
Nacida en Campo Ramón, después de recibirse, empezó a trabajar en la Escuela 220, de Posadas, donde también estudiaba teología. Después de dos años de permanencia en la capital provincial se trasladó a Colonia Aurora. “Acá empezó una vida, ahora que analizo, bien difícil, pero la juventud, la emoción, las ganas de formar una familia, generaban adrenalina”, contó, quien vivía en una casa al lado de la escuela, donde crió a sus tres hijos: Selim, Marina y Mara Arditi.
En este municipio, comenzó trabajando en la escuela situada en el empalme de la actual ruta costera 2 con el camino vecinal. Eran nueve kilómetros que la mayoría de las veces recorría caminando -a veces tenía la suerte que le llevaran-. “Fue un año en la Escuela Nº 391, de El Progreso, y otro año y medio en el kilómetro 7, donde funcionaba un aula satélite del mismo establecimiento. Desarrollé todo un embarazo caminando”, recordó.
En 1996 pasó a la Nº324. En 2018, cuando Bentura se jubiló, “quedé como directiva. Cinco años antes me empecé a entrenar porque el docente padecía problemas de salud”, sostuvo, quien se encuentra al frente de la dirección por la mañana y se ocupa de cuarto y de quinto, por la tarde. El docente Maico Quevedo tiene primero, segundo y tercero acoplados y el colega Sandro Fernández, sexto y séptimo.
Al rememorar los primeros tiempos, remarcó que los maestros de “aquella época” hacían de todo en la colonia en la que se insertaban. Como el padre de sus hijos era el enfermero de la zona, aprendió primeros auxilios. Es que cuando no estaba, había que recorrer veinte kilómetros para trasladar a algún vecino hasta un médico y no había vehículos, solo dos o tres camionetas viejas que, por lo general, no andaban. “Si pasaba algo, algún accidente, había que socorrer. Aprendí a asistir a partos, a hacer curaciones, a aplicar inyecciones, de todo. Ahora, gracias a Dios, económicamente la zona mejoró un montón. Los chicos están bien arreglados, en aquella época había muchísima pobreza, los nenes venían descalzos, desabrigados. Entonces, además de la tarea docente y familiar, había que buscar ayuda para paliar esas necesidades”, expresó quien es aficionada a la fotografía porque “me gusta documentar a través de las imágenes”.
Su formación como docente iba de la mano con su formación como diácono de la Iglesia Luterana. “Me gustaba el área social y apliqué un poco el trabajo social durante todos esos años, buscando mejorar de algún modo la calidad de vida de la gente. Buscaba materiales, pedía donaciones de libros, de lápices. Todos me conocen como la señora que pide”, agregó entre risas.
Con los años mejoró la economía de los pobladores porque son “muy trabajadores, muy creativos. Dejaron de tener muchos hijos y mejoró la calidad de vida de las familias. En las épocas difíciles, los niños cursaban hasta cuarto o quinto y los padres los sacaban de la escuela para que los ayudaran a trabajar. Había que hacer un esfuerzo para que, al menos, terminaran séptimo. Se les pedía por favor”. Cuando su hijo Selim iba a empezar primer año, descubrió el sistema de la Escuela Familiar Agrícola (EFA) y “empecé el trabajo con la gente para despertar las mentes y hacerle ver la importancia que hagan la secundaria. No había caso, con mi hijo empezaron tres y dejaron, porque la prioridad era sobrevivir”, explicó.
Hace algunos años se le ocurrió dar forma al proyecto “A Casinha da Maestra”, que es un espacio pensado para recibir a profesionales, artistas, que quisieran visitar a esta comunidad educativa, para desarrollar alguna actividad e interactuar con la gente de la comunidad. Que cuenten sobre su profesión, cómo llegó a la meta, la experiencia, cuales son los pasos a seguir. En los inicios, se contactó con el colectivo cultural Los Aromos, de Oberá, que fueron los primeros en aceptar la invitación.
El predio alberga al primer Museo del Colono que atesora los primeros elementos que utilizaron los colonizadores, herramientas y utensilios de cocina donados por sus descendientes. También se exhiben fotografías con anotaciones que describen el acontecimiento. Fue construido con maderas nativas, de manera sencilla, y fue presentado en sociedad durante la conmemoración del 50 aniversario.
“Toda la comunidad vino a esperarlos. Fue como un shock cultural muy interesante. Pintaron los murales y la gente quedó encantada, prendida, hacíamos jornadas de dos o tres días. Con ese proyecto presentamos un video al programa de grandes zoomadores, que premiaba a personas que hacen bien a la comunidad, sin fines de lucro. En 2018 sacamos el primer lugar. Fuimos famosos y todos vinieron a dar charlas. A partir de eso hubo un cambio. Vino a vernos gente de todo el país”, celebró Biechteler.
“A Casinha da Maestra” era un espacio destinado a vivienda “que pensé en utilizar para algo productivo. Después se me ocurrió armar el Museo del Colono y tenemos el primero de Colonia Aurora, para revalorizar el trabajo del agricultor y hacerlo visible. Juntamos herramientas, pero al mismo tiempo adosamos el concepto de valorizar, de cuidar, la importancia del trabajo. Van aportando elementos, cosas que le quedaron, que eran del abuelo, van desprendiéndose y viendo que le damos un lugar de valor, de importancia”. Cuando se empezó a construir el nuevo jardín de infantes, “prestamos la casita para que permanezcan los albañiles de la empresa”. La reapertura se produjo en ocasión del 50 aniversario, que se celebró con una fiesta con más de 250 personas. El acto fue dirigido por lo exalumnos: Analía Da Rosa (profesora para la enseñanza primaria) y Damián Da Rosa (profesor de lengua y literatura. Matusalén Braz, estudiante del Profesorado de Música, ejecutó con su acordeón las estrofas del Himno nacional. Ese día recibieron la visita de la exalumna Aldhana Geissin, que convirtió su vida en una historia de superación. Reside en Pozo Azul y a pesar de ser cuadripléjica, lleva escrito un libro de poemas, es técnica en medios audiovisuales y sus notas periodísticas se difunden en medios digitales. En su discurso, aprovechó la oportunidad para ponderar y agradecer la inclusión en momentos en que era una niña.
La directora está orgullosa porque su escuela es la única de Colonia Aurora que tiene tantos murales (tres al frente, dos al costado y uno adentro) que “transmiten la importancia de estudiar, de formarse para la vida, además del cuidado del medio ambiente”, evitando el desmonte y el uso de agrotóxicos.
Al hacer un balance de estos años al frente de la 324, la docente respondió: “creo que cumplí la función de ver cómo mejorar la calidad de vida, no solo los alumnos, sino de toda la comunidad, porque ahora tenemos exalumnos universitarios, tenemos colegas en varios municipios. Todos los maestros que trabajamos en este tipo de escuelas hacemos este tipo de trabajo, creo que influenciamos positivamente en el desarrollo de la comunidad que está surgiendo, que tiene mucho para dar, entonces mi idea es siempre estar haciendo una apertura mental para que vean que hay algo más allá”.
“Es súper satisfactorio todo lo que hice porque fue de corazón, viendo resultados, viendo progreso, acompañado del esfuerzo de la colonia, del progreso económico del paraje”, sintetizó la hija de Yolanda y Enrique, que “siempre estuvieron orgullosos de mis proyectos”.
A gusto
Sandro Fernández está a cargo de sexto y séptimo grado. “Soy el encargado de preparar a los niños que van a dar este paso tan importante a la secundaria”, dijo orgulloso el docente, que se recibió en la Escuela Normal Superior 13, de San Vicente, de donde es oriundo. Trabajaba en construcción hasta que se lastimó la espalda y decidió estudiar magisterio, como varios en su familia. El 25 de julio de 2018 comenzó a trabajar en esta escuela. Aquí conoció a su esposa, Camila, y es padre de una niña. “No me acostumbro del todo, pero estoy bastante avanzado en cuanto al conocimiento del portuñol”, indicó.
Admitió que “no vamos a ser ricos con el sueldo de docente, pero es diferente, más limpio. Si uno se dedica, pasa bien en el trabajo, de lo contrario, es como en todo. Para mí fue un cambio importante. Estoy a gusto y en un espacio confortable. Me llevo bien con los colegas, tenemos una buena directora. Somos una familia”.