Por
César Batista
La lluvia caía incesante sobre la ciudad. Se escuchaban caer las gotas sobre el tejado. De repente, el agua empezó a penetrar con fuerza en la casa. Los baldes y las toallas en el piso denotaban que no era la primera vez que sucedía. Estaba todo preparado para que fuera una larga noche de filtración de agua, que dejaría todos los muebles arruinados.
Entre las paredes se podían observar algunas líneas imprecisas, de quiebres por los años, y sobre todo por la humedad del lugar. Las marcas trazaban un camino que recorría desde el salón hasta la pieza.
Ella estaba allí, recostada en la cama, con un libro entre sus manos. Con las piernas cruzadas, leía un clásico de terror; con cada palabra se adentraba al desconocido mundo de seres oscuros y criaturas de pesadillas. Se encontraba tan adentrada en la historia, que no notó que la lluvia comenzó a caer nuevamente dentro de la casa, como hacía ya más de dos semanas. Era una temporada de lluvia inusual en el lugar.
La humedad de la casa se reflejó en su alergia, ya que comenzaba a brotar su rinitis. Leía y se atusaba sus bucles negros. En el momento de mayor tensión del libro una gota se escapó hasta la página blanca mate, corriendo las palabras, deslizando la tinta. Fue allí donde ella se percató del agua nuevamente.
Fijó la vista en el techo, y vio cómo este empezaba a ceder ante la lluvia. Atinó entonces a correr en búsqueda de un nuevo balde. De pronto, la lluvia calma se transformó en tormenta. Los truenos hacían temblar los vidrios de la ventana. Los baldes se estaban llenando de agua, y parecía que la situación no iba a cambiar tan rápido.
La inundación de la casa era inevitable. De pronto un río corría por los pasillos, por la sala, por el comedor. La habitación quedó cubierta de agua, al igual que una piscina. La desesperación no tardó en llegar, y entre lágrimas, no supo qué más hacer.
Un estrepitoso ruido puso fin a la tormenta. El trueno retumbó hasta el centro de la tierra. La calma reinó durante unos minutos. Ella, con su pijama arremangado, empezó a escurrir el desastre que había dejado la lluvia. Sin embargo, un sonido extraño comenzó a oírse en el techo. Chillidos agudos. Con las piernas temblándole, la mujer se acercó al sitio. No vio nada además de la enorme inundación, pero los chillidos continuaban.
De repente, en el techo se vislumbró una larga cola que se movía de lado a lado. Ella dio unos leves golpes con el palo del escurridor. Los ruidos cesaron. Suspiró, sin saber que aquel silencio sería similar a la calma que antecede a la tormenta. Porque segundos más tarde, los chillidos comenzaron a escucharse más fuerte, y los pequeños pasos se percibían por todo el techo.
Con fuerza golpeó el cielorraso, dejando una abertura pronunciada. Y lo que sucedió después fue horrible para aquella mujer. Desde arriba comenzaron a caer ratas, muchas ratas, de todos los colores y tamaños. Tal como si fuera una lluvia de roedores. Caían directo al agua. Ella, al ver la escena, intentó emitir un grito, pero este fue ahogado por una rata que le cayó directo en la boca. Había ratas por toda la habitación.
La mujer, con desesperación, arrojó al roedor contra la pared de un sólo manotazo. La pared frágil por la humedad, comenzó a quebrarse, dejando un pequeño orificio que pronto fue ocupado por unas patitas, que rasguñaban al son de los chillidos. La pared que estaba cubierta de moho y humedad se rompió poco a poco, dejando ingresar a miles de ratas que estaban detrás de las paredes.
Los roedores fueron directos hacia la mujer, atacándola despiadadamente. Ella, con gritos de auxilio, trataba de librarse de lo que parecía imposible. Estaban por todo el lugar, en cada rincón de la casa. Con sus narices olfateaban las paredes, las sillas y cada cosa que podían, unas arriba de otras.
La mujer tendida en el suelo, casi sin fuerzas, trataba de quitarse de encima a aquellos roedores que estaban mordiéndola y rasguñándola sin compasión. Casi sin esperanza, se dejó caer sobre la cama, junto al libro que estaba leyendo.
Un trueno hizo que las ratas desaparecieran como por arte de magia. Ella no entendió lo que sucedía. Ya no había ningún rastro de roedores en la casa. Llevó su vista al libro y comprendió que había sido una pesadilla. Allí estaba, sola en su habitación, intacta. No le faltaba ninguna parte del cuerpo.
Esbozó una sonrisa tonta, pensando que todo había sido un sueño; pero esa sonrisa se le borró el instante que oyó otro estrepitoso trueno. La lluvia cesó. La mujer condujo la vista hacia la pared y vio una gran mancha de humedad, de la cual pareció abrirse otro pequeño agujero.
El autor
César Daniel Batista nació en 1993, en Posadas, Misiones. Se desempeña como profesor en Historia y se considera un gran apasionado por el arte.
En el año 2020 publicó su primer libro de poemas titulado Plenilunio, que fue presentado en distintas ferias de libros, tanto nacionales como internacionales. En el año 2023 publicó su segundo libro titulado Relatos de medianoche.