Desde pequeña Lila Cuba Sanguina (72) recortaba las revistas en las que encontraba la imagen de una enfermera y decía a su mamá, Aeoropagita Sanguina (90), que, de grande, se convertiría en una profesional. Y así sucedió. Dedicó toda su vida a aliviar el dolor de los pacientes del Hospital SAMIC de Eldorado y de algunos sanatorios privados de la ciudad. Ya jubilada en el ámbito de la salud, se reconoce “feliz con lo que hice” y “con orgullo” puede dar testimonio de tantas experiencias vividas.
Nació en la localidad de Puerto Rico, donde vivió hasta los ocho años, cuando su familia se radicó en la Capital del Trabajo. Allí, asistió al colegio San José hasta séptimo grado. Años más tarde se inscribió en la Escuela de Comercio (horario nocturno), donde culminó el quinto año del secundario, cuando ya prestaba servicios como enfermera en el Hospital SAMIC.
Lila Cuba Sanguina pertenece a la primera promoción de enfermería de ese nosocomio. La carrera había comenzado el primero de febrero y se extendió durante todo el año 1971. “En marzo rendimos la última materia y comenzamos a trabajar. El 24 de abril se inauguró el hospital SAMIC y todo el grupo, compuesto por 37 mujeres y un solo hombre, ingresó de forma inmediata para cumplir esa noble tarea, que era muy distinta a la actual. Es por eso que todos los 21 de noviembre nos juntamos para festejar el Día de la Enfermería en algún restaurante de la ciudad. El año pasado fuimos alrededor de veinte”, recordó emocionada.
“En 1985, Lila contrajo matrimonio con Osvaldo Gómez. De esa unión nació un solo hijo, Gastón Emmanuel Gómez Cuba, que se desempeña como médico clínico. “Siempre dice que es hijo del hospital porque se crío conmigo, lo llevaba desde chiquito cuando no tenía con quien dejarlo. En ocasiones la niñera no venía o venía tarde y luego pasaba a retirarlo por mi trabajo”.
Sin dudas, todo era muy distinto en aquel entonces. En el piso de arriba no había pacientes. Estaba completamente vacío. En el edificio funcionaban las áreas de pediatría, ginecología, neonatología, quirófano y emergencias. En 1973, Lila fue becada por el hospital para asistir a una capacitación en neonatología en el Hospital Materno Neonatal de Córdoba, donde permaneció por el lapso de cuatro meses. “Tenía 21 años y me fui llorando porque era la primera vez que me separaba de mis padres, la primera vez que me iba lejos, pero, a pesar de eso, volví con el título de enfermera neonatóloga. Aprendí muchísimo, con docentes y compañeros destacados. Inclusive hacía guardias por las que me pagaban porque muchos querían salir los sábados o domingos por la noche y yo los reemplazaba. De esa manera, ganaba mi platita”, comentó la hermana de Antonia, Esther y Juan Francisco.
Comienzos difíciles
Lila contó que en los primeros tiempos todo era novedoso. La primera vez que la llevaron a emergencias fue porque se produjo un accidente gravísimo protagonizado por unos turistas que venían desde Buenos Aires, dos de los cuales fallecieron. “Me tocó atender a uno, bañarlo porque estaba cubierto de sangre. Lo vi expirar y me impresionó muchísimo porque momentos antes el paciente lloraba y repetía que no lo dejaran morir. Volví a casa y no pude probar bocado durante tres días, no podía conciliar el sueño, pero después de eso me puse las pilas y dije: ‘Ésta es mi profesión, es lo que elegí, así que debo salir adelante’”. Y eso hizo.
Después de esta prueba de fuego, le tocó atender partos. Es que había ocasiones en las que las enfermeras llamaban al médico, que se atrasaba por distintas circunstancias, y Lila tuvo que asistir a la parturienta y al niño. “También fui instrumentista porque la instrumentadora no llegó a tiempo. La habían llamado, pero como iba a tardar, el médico me dijo: ‘Ayúdame, yo te voy a ir guiando con las pinzas’. Me vestí acorde a la ocasión y puse manos a la obra”, comentó. Y trajo a colación que en momentos que era alumna, “teníamos instructoras que venían desde Buenos Aires, una de las cuales era bravísima. En una ocasión había faltado la mucama del piso. Me dijo: ‘Lila, faltó la mucama así que te sacas el delantal y te pones a repasar el piso’. Fui la única a la que le tocó esa tarea, pero pensé que hacerlo era algo que no me quita ni me agrega nada. En pediatría tenía que sacar piques a los chicos que venían de la colonia, también uras que tenían en la cabeza, bañarlos. Ahora piden que los higienicen los familiares, antes nos tocaba a nosotras bañar al paciente, y afeitábamos a los hombres y es que nos lo pedían. Hablo del año 1971-1972, ahora es distinto, la enfermera se dedica al paciente full, full. Nosotros éramos camilleros, extraccionistas de sangre, llevábamos los pacientes a rayos (ahora hay uno exclusivo)”, remarcó.
Sostuvo que “hacíamos de todo y, mediante eso, aprendimos muchísimo. Cuando se recuerda el aniversario del hospital los médicos remarcan que los primeros que nos brindábamos íntegramente a nuestra profesión y que, mediante eso se aprendía muchísimo”.
El Hospital SAMIC empezó con todo el personal necesario. Tenía cocineros, mucamas. “Éramos todos compañeros, nos conocíamos, si para Nochebuena o el Año Nuevo estábamos de guardia nos ocupábamos de preparar una mesa larga a fin de compartir entre todos. Las señoras de los médicos traían manteles, ensaladas, postres. Recuerdo que mamá solía prepararme un pollo al horno que, a veces, volvía a llevar a casa porque sobraba de tanta comida que teníamos en la cena. La camaradería era hermosa, ahora ya terminó todo eso. Entre todos los servicios festejábamos Año Nuevo, Navidad, Día del Padre, de la Madre”, rememoró.
En ocasiones, Lila estaba invitada a algún casamiento, entonces llevaba su ropa de fiesta para cambiarse al concluir su tarea en el hospital, “pero muchas veces me pasó que, una ya vestida y maquillada, llegaba la supervisora para comunicarme que no tenía relevo. No me quedaba otra opción que volver a ponerme el uniforme y a seguir de largo durante 16 horas. Todas esas cosas a uno le van pasando”, acotó.
Algunas cualidades
Lila aseguró que, para ser enfermero, lo primero que se necesita es paciencia, humildad, saber escuchar y entender al paciente. La instructora de Buenos Aires les había dicho -y cuanta verdad tenían sus palabras-: “Ustedes son la luz, el sol, el día del paciente. Si ustedes llegan chinchudos, con mala cara, y el paciente está en su lecho, moribundo, ustedes van a agravar su estado”.
“Me casé con Osvaldo Gómez –es administrativo en el Hospital Zona Oeste ‘Ramón Gardés’- y el 20 de julio cumpliremos 40 años de casados. Nos conocimos en un cumpleaños, y el destino quiso que nuestras vidas se unieran en un baile. A partir de ese momento ya no nos separamos. Nuestro hijo siempre dice que somos sus pilares”.
También les hizo reflexionar al señalar: “Ustedes son enfermeras, cualquier medicamento que administran mal, matan al paciente. No son como la secretaria que pone la hoja en la máquina de escribir y, si se equivoca, reemplaza la hoja y la tira al cesto, para empezar de nuevo. Ustedes no. Por una equivocación suya, el paciente muere. Eso me quedó grabado y lo repito cuando me piden que brinde charlas a las alumnas de enfermería”.
A Lila la llamaban “cantora y peregrina” porque siempre tarareaba alguna canción de la época, de Leo Dan, Palito Ortega, como para animar el ambiente. “Trabajé durante veinte años en neonatología y también les cantaba a los pequeños mientras tomaban un baño. Cuando estaban en la incubadora y escuchaban que entraba a la habitación, se movían como si me estuvieran oyendo. Mis compañeros se enojaban porque al irme, les cantaba o silbaba y se despertaban. Eran épocas muy lindas”, celebró quien ahora está al cuidado de su madre, Aeoropagita Sanguina, a la que desde pequeña decía que iba a ser enfermera.
Admitió que, por estos tiempos, “no trabajaría en neonatología porque los bebes están con respiradores y era algo que no manejábamos. Hay nuevos instrumentos en lactancia, se utilizan otros métodos, otros sistemas. Una vez entré y me asusté por la cantidad de tecnología. No trabajaría ahí porque no entiendo”.
Especie de psicóloga
De acuerdo a lo relatado por la protagonista de esta historia, “había mucha gente que no tenía idea de porqué estaba internada, o estaba angustiada, entonces uno con alegría, contando chistes, le hacía pasar los malos momentos. Cuando mediamos la presión y estaba alta, teníamos prohibido contarlo, sugiriendo siempre que lo hablaran con su médico”.
“A Córdoba viajó un año después del “Cordobazo”. Llegó por la noche, sin conocer a nadie, “sin nadie que me esperara, y tenía que buscar un alquiler donde vivir. Bajé en el hospital y una mucama, de la que me hice amiga, me mandó a un espacio conocido. Compartí la pieza con una chica de La Rioja, y como hubo un feriado me llevó a su casa así que pasé un fin de semana muy lindo. Encontré gente buena en todos lados”.
Sin descuidar su labor en el hospital, Lila trabajó en cuatro clínicas privadas de la ciudad. “Hacía guardias hasta que me casé. En ese momento dejé todo porque era otra cosa. Después me llevaron al laboratorio adonde ingresé como extraccionista de guardia. En 1998, cuando me sometí a la cirugía, ya no podía sacar sangre. El médico sugirió que tuviera cuidado porque en algunas situaciones hay pacientes que se tornan agresivos, entonces pasé a ventanilla y después a las obras sociales, donde me jubilé tras 44 años de servicio”, expresó.
Cuando la llamaron para avisarle que su jubilación ya estaba disponible, “sentí escalofríos. Aunque vivo cerca del hospital, extrañaba levantarme todos los días a las 5, estar con mis compañeras, reírme, compartir un mate. Durante un año me costó muchísimo. Mi esposo trabajaba, mi hijo cursaba en la facultad y me quedaba sola en casa. Después me puse las pilas y me fui a la Biblioteca Popular del Kilómetro 9 a fin de ayudar en la atención al público, a limpiar los libros, ad honorem, pero me siento útil. Hace nueve años que estoy con esa rutina, en compañía de la presidenta”.
Relató que su vida “fue una hermosa experiencia, llena de lindos recuerdos. Actualmente me siguen llamando para poner alguna inyección, para tomar la presión, temperatura, a poner un suero, y lo hago con gusto porque me gusta mi profesión. Se ríen porque en mi cartera tengo una jeringa, una aguja y un termómetro, estoy preparada por cualquier cosa. Lo hago con amor, porque esta es la profesión que elegí, que me gusta. Es mi orgullo y me encanta”.
“Para Navidad y Año Nuevo llamaba a papá -Felipe Neri Cuba (ya fallecido)- para que me viniera a buscar por la cantidad de regalos que me traían los pacientes a modo de agradecimiento y no podía llevarlos caminando. A mi hijo le pasa lo mismo, es increíble”.
Narró que sale a caminar por las mañanas y, “me encanta porque me encuentro con la gente que, a pesar del paso de los años, me reconoce y me saluda. Cierto día esperaba en un parque que abriera la peluquería y una señora que me miraba insistentemente me dijo: usted le atendió a mi hija al nacer. Ya tiene 46 años, pero usted no cambió nada. Siempre le digo que ella te cantaba en la incubadora. También haciendo fila para ingresar a un banco, me preguntaron si era enfermera, cuando le contesté afirmativamente, agregó: entonces usted atendió a mi hija de que ahora tiene 35. A los hijos de los médicos, casi a todos lo tuve en brazos. Estoy feliz con lo que hice”.
El mejor testimonio
En 1998, a Lila le detectaron cáncer de mama, por lo que estuvo un año sin trabajar. “Me hicieron una mastectomía (extirpación completa de seno), hice quimioterapia y durante diez años viajé a Posadas en colectivo para hacerme centellograma óseo y hepático”. Para someterse a esos estudios debía permanecer dos días en la capital provincial. “Gracias a Dios podía quedarme en casa de mis tíos. Él era el prestigioso sastre Mario Sanguina, un vecino de la Bajada Vieja que, junto a su esposa Estela Anunciación Caballero Larramienda, tenían, además, un almacén de ramos generales”.
Del personal, Lila fue la primera paciente del hospital con cáncer de mama a la que le extirparon, por lo que “fue toda una novedad. Hubo familiares que me decían que fuera a Buenos Aires, pero yo les decía, si me pasa algo, o me muero, prefiero estar acá, con mis compañeras. Y me quedé. Solo hice quimio, gracias a Dios no me tocó hacer rayos. El 28 de julio cumpliré 26 años” de esta complicación de salud.
En octubre, que es el Mes de concientización sobre el cáncer de mama, en Eldorado siempre invitan a Lila para que comparta su testimonio. Siempre cuenta que “me estaba duchando y al levantar el brazo derecho, vi un bulto. Y ahí comenzó todo, sin dolor, sin ninguna manifestación, nada. Fui al médico, me hizo la mamografía y me dio positivo. Me sacaron una muestra y me mandaron el resultado por correo. El –exvicegobernador- Dr. Carlos Arce preguntó si quería someterme a cirugía en Posadas o Eldorado, por supuesto que preferí hacerlo aquí. Gracias a Dios estoy bien. Recientemente me sometí a los estudios anuales y lo mejor que pudo escuchar del médico fue: ‘Te felicito Lila, ¡salió todo bien¡’”.