En los años 60 era común ver en la pared de alguna casa de esta incipiente ciudad, pintado en azul o negro, un letrero que decía: “Almacén de ramos generales”. Es así que en la esquina de las calles Pedernera y Roque González, del barrio Villa Sarita, estaba el almacén y bailanta “El Cabureí” que, además del cartel, exponía el nombre de los propietarios: “…de Nélida y Báez”.
El transeúnte no podía seguir adelante sin entrar al local y tomarse alguna copa de caña, apoyado en el desgarbado mostrador de madera. El nombre del almacén hacía alusión al “cabureí”, un pajarito de nuestra región que, con su poderosa acción de encantamiento, servía como un imán al cliente. De la misma manera que “el cabureí” sabe reunir en torno suyo, sin abandonar su solitaria quietud, a todas las aves próximas para sacrificarlas, como en cumplimiento de un extraño rito.
“El Cabureí – de Nélida y Báez”, además de almacén de ramos generales, también funcionaba como bar, vendiendo bebidas alcohólicas a los parroquianos que se acodaban en su mostrador. Durante los fines de semana y en fiestas patrias también cumplía las funciones como comité político, y era un lugar de reuniones sociales de bailes. A un costado del almacén estaba la pista de baile, de tierra bien apisonada, que era el lugar para los bulliciosos bailes que se realizaban, y que invariablemente terminaba en algún “duelo de machos”, como resultado del exceso de bebida, sucesos en los que en varias oportunidades intervino la policía que estaba a dos cuadras del local, por los disturbios que en esos “bailongos” se generaban. Habitualmente, el recordado “Chaloy Jara y su conjunto” eran los artistas estables.
“El Cabureí-de Nélida y Báez”, vendía casi todos aquellos artículos que los vecinos podían necesitar, como caña, ginebra, siguiendo con refrescos, vinos en “damajuana” y “vicios” diversos (tabaco, cigarros, papel para armar cigarrillos, yerba, bombillas y mates), azúcar, arroz, pan y galletas, grasa, sardinas, leña, jabón de sebo, kerosén, alcohol de quemar, espiral para mosquitos, telas y artículos de mercería, como alfileres, cintas, hilos, botones y algunos artículos de ferretería, y hasta productos de farmacia. ¡Lindos recuerdos del barrio “Villa Sarita”!.
El regreso del actor de mil películas
Daniel Hermes Valenzuela, que desde muy chico se fue, retornó al barrio que lo vio nacer, crecer y, entre interacción familiar y vecinal, formar su carácter. Lo nebuloso, en los recuerdos del actor. Es su historia personal hecha de polvo, el que quedaba suspendido en el aire de la bailanta “Cabureí”, que su madre Nélida Cabral regenteó en la esquina de Roque González y Pedernera.
Primero fue almacén, luego lugar de comidas y, por último, reducto chamamecero, todos emprendimientos que su progenitora levantó tras quedar al mando de la familia, luego del fallecimiento de su esposo, Don Hermes Valenzuela.
Este actor que ya dejó su sello en una treintena de películas, kilómetros de celuloide transitados por los personajes a los que dio vida al servicio de directores como Lucrecia Martel (La Ciénaga, ganadora en Cannes), Adrián Caetano (Oso rojo y Crónica de una fuga), Pablo Trapero (Mundo grúa), Marcelo Piñeyro (Plata quemada), Ana Katz (El juego de la silla) y Juan Solanas (Nordeste), entre muchos otros, volvió a pisar las calles del barrio Villa Sarita donde está la cancha de Guaraní Antonio Franco.
Tras la publicación del cuento, el actor y escritor posadeño radicado en Buenos Aires, Daniel Valenzuela, celebró el escrito de Delgado Cano y realizó algunas acotaciones sobre su corta vida en Posadas. Entre otras cosas, que su papá, que falleció cuando Daniel tenía apenas tres años, y uno de sus tíos fueron socios fundadores de Guaraní Antonio Franco.
Justamente, su casa de la infancia estaba a la vuelta del tradicional club posadeño y por este motivo hoy es hincha de River.
No regresaba a caminar por esas calles desde hacía más de 40 años. Lo esperaba una Villa Sarita con la identidad rota por el ingreso de torres de departamentos.
Con un escenario totalmente cambiado, le costó encontrar la esquina de su infancia. Hasta que, cruzando en diagonal de un lado a otro, la halló.
En el espacio donde funcionaba la bailanta de su madre, “El Cabureí”, hoy se levanta una casa de dos pisos. Es la esquina de Roque González y Pedernera. “Tengo recuerdos nebulosos, atmósferas que aparecen muy difusas. Después, lo que puedo construir de lo que me contaron los mayores. A la bailanta de mi vieja venían a tocar Blasito (Martínez Riera), Isaco (Abitbol), Tránsito (Cocomarola), Montiel, todos los chamameceros, todos tocaron acá”, manifestó.
“Pero tuvo que dejar, había muchas peleas, los muchachos chupaban y se desconocían, pero siempre recuerdo que se levantaba polvo del piso, porque era de tierra y el zapateo provocaba que casi no se podía respirar”.
Su padre Hermes fue muy querido en Posadas. Tenía una carnicería sobre la avenida Mitre. Era asunceño y conoció a Nélida en Encarnación. Se enamoraron y vinieron a vivir a Posadas. El abuelo de Daniel fue un heroico combatiente en la Guerra de la Triple Alianza. “Nací en el hospital de Villa Urquiza” (por el Madariaga), señaló.
“Algo patente que tengo grabado en la memoria y por eso tengo terrible miedo a la electricidad, es que una vez había llovido y se presentaba un nombre fuerte del chamamé, era muy chiquito, toqué el micrófono y me pegó tal patada que estuve en el área, estuve a punto de partir, tuvieron que reanimarme”, rememoró.
Por Ramón Delgado Cano . Extraído de su libro “La historia del barrio Villa Sarita”.