Li Wenliang, el oftalmólogo que junto con otros siete médicos fue el primero en lanzar la alarma sobre el nuevo coronavirus SARS CoV-2 y acabó enfermando él mismo, falleció el 6 de febrero de 2020 en Wuhan, el foco de la epidemia.
El anuncio de su muerte desencadenó una oleada de manifestaciones de dolor en las redes sociales chinas.
El médico, de 34 años, casado, con un hijo y con otro en camino, había escrito un mensaje el 30 de diciembre en un grupo de antiguos compañeros de la Facultad en las redes sociales explicando que, en su hospital de Wuhan habían ingresado siete pacientes, todos ellos con síntomas muy similares al SARS, la epidemia causada por otro coronavirus que en 2003 mató a casi 800 personas.
Li también precisaba que los siete enfermos tenían algún tipo de relación con el mercado de pescado y marisco Huanan, donde se vendían también todo tipo de animales salvajes y que posteriormente se identificaría como el lugar de donde la infección se transmitió al ser humano.
Cuando escribió el mensaje, no tenía intención de diseminar la información más allá de su círculo de amistades. Simplemente, pedía a sus antiguos compañeros que tuvieran cuidado y que advirtieran a sus familias. Pero alguien en el grupo comenzó a difundirlo, y se hizo viral. Cuatro días más tarde recibía una visita de la policía: le acusaban de “difundir rumores”, un cargo que en China puede suponer hasta siete años de cárcel. Otros siete médicos también recibieron la misma acusación.
En su caso, Li tuvo que acudir a comisaría y firmar una declaración en la que admitía su falta y prometía no reincidir, antes de que se le permitiera regresar a su casa.
El 8 de enero atendió en el hospital a una paciente con glaucoma, sin saber que era portadora del virus. El 10 comenzó a sentirse mal, con los síntomas que provoca ese patógeno: dolor de garganta, tos seca, fiebre, dificultad para respirar. A los dos días tuvo que quedar ingresado en un hospital, donde continuó empeorando.
Finalmente, el 1 de febrero recibió el diagnóstico. Sufría la neumonía atípica que puede causar el virus, algo que se encargó él mismo de difundir en su cuenta de Weibo, el Twitter chino.
El caso de Li había alimentado la furia de un público chino que desde que se declaró el bloqueo de Wuhan y otra quincena de ciudades en Hubei, la provincia más afectada por la epidemia, había criticado duramente la gestión de las autoridades en el comienzo de la crisis.
De haber permitido que el público prestara oídos a las denuncias de los ocho galenos, se lamentaba el clamor en las redes, los ciudadanos habrían podido tomar precauciones.
Aunque en los últimos días de enero registró una mejora, resultó ser un espejismo y, a las 21.30 del jueves 6 de febrero, falleció.
Para el día que falleció Li, el coronavirus se había cobrado la vida de 563 personas (casi todas en China) y eran más de 28 mil los contagiados por la enfermedad.
Hasta el 3 de octubre de 2023 ,día en que la Universidad Johns Hopkins dejó de contabilizar, el SARS CoV-2 se había cobrado la vida de 6.881.955 personas y se habían registrado en el mundo 676.609.955 casos.