La Biblia, que es la palabra de Dios, registra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, muchos milagros que ocurrieron. Cosas verdaderamente imposibles para la razón y la lógica humana, pero hechas posibles y reales por el amor y el poder de Dios.
Si hay un asunto especial y maravilloso vinculado a la fe, ese es justamente el de los milagros.
Dios se da a conocer de multiforme manera y casi podemos decir que a la de un padre. Lo hace escondiendo amorosamente el tesoro cual si fuera el clásico juego de “la búsqueda del tesoro”. Nos deja pistas, más no una receta o ecuación infalible para que sucedan esos milagros.
Sabiamente, Dios se reserva en su potestad el cuándo y el cómo, porque nos conoce y sabe que si no fuera así, entonces nuestra fe se desnutriría hasta secarse por causa de lo que nos gusta ser autosuficientes.
La fe, que en la Biblia se define como “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”, literalmente viene por el oír… y el oír la palabra de Dios. Cuando ella tiene cabida en el interior de las personas, se activan cuestiones nuevas y poderosas. Es como si empezáramos, entre otras cosas, a descifrar las pistas de esa metafórica búsqueda del tesoro, volviéndonos permeables a que sucedan los milagros.
En la Biblia encontramos en diversas situaciones a Jesús sanando personas con lepra, también a paralíticos, ciegos, personas enajenadas y fuera de sus cabales. Con estas señales se producían verdaderos alborotos entre las multitudes.
Resucitando muertos, multiplicando panes y peces, dando la coordenada precisa donde arrojar las redes para pescas milagrosas, calmando tormentas y tempestades con una orden, etcétera… muchos etcéteras.
Estimado lector, ¿desde dónde abordarías este asunto? ¿Crees que Dios hizo y todavía hace milagros? ¿Hay alguna situación en tu vida que necesite que lo imposible se vuelva posible?
Encontramos ejemplos de milagros como el que Jesús hizo sanando a personas ciegas que nunca siquiera volvieron para agradecerle.
Encontramos a Marta y María, las hermanas de Lázaro, muy tristes diciéndole a Jesús “si hubieras llegado antes… hiede ya”; y luego felices abrazando a su hermano resucitado por el poder de Dios.
Vemos a Pedro caminando por fe algunos pasos sobre el mar, emulando a Jesús. También vemos a dos hombres cargando una camilla con su amigo paralítico en ella, desesperados al ver que por el gentío reunido no podrían llevar a su amigo hasta adentro de la casa donde estaba Jesús sanando. Los vemos subirse y romper el techo para bajar la camilla con su amigo valiéndose de cuerdas para que reciba su milagro… el cual sucedió.
Todo esto indica algo no menor: la fe también requiere de acción. De hecho acciones como buscar, golpear las puertas, llamar, pedir, etcétera, siempre están presentes en los diálogos bíblicos referidos a milagros.
Es muy llamativo analizar las reacciones de las personas al recibir los milagros narrados en la Biblia. Un hombre ciego de nacimiento recibió la vista luego que Jesús untara sobre sus ojos lodo hecho con su saliva y tierra y lo mandara a lavarse en el estanque de Siloé. Los religiosos judíos le preguntaron: “¿Quién y cómo había hecho ese milagro?”.
El hombre les respondió: “Jesús lo hizo, untando lodo hecho con su saliva y tierra y me envió a lavarme al estanque de Siloe y eh aquí, antes no veía y ahora veo”. El hombre, conmovido por el milagro, confrontó una estructura religiosa muy fuerte y fue expulsado de la sinagoga… ¡PERO SU VIDA CAMBIÓ PARA SIEMPRE!
Estimado lector, hay dos realidades que son paralelas: lo natural y lo espiritual. La grandeza y magnitud de un milagro no tiene una escala cuantitativa para calificar, lo más importante es que Dios sigue haciéndolos, su brazo de poder no se ha acortado para ejecutar milagros poderosos y transformadores.
Dios trasciende más allá de las estructuras de las religiones para tocar las vidas y transformarlas por su amor y poder, por tanto, te animo a que pongas tu fe en acción y entonces verás la gloria de Dios que traerá transformación sobrenatural a las vidas.