En una suerte de defensa por el escándalo que lo tiene en el centro, el presidente Javier Milei ofreció una entrevista a un periodista que, más allá de no buscar incomodarlo, lo puso en una situación todavía peor a la que intentaba moderar.
La difusión del crudo de esa entrevista, la admisión del periodista sobre preguntas guionadas, la intromisión del asesor estrella para advertir que ciertas respuestas traerían problemas judiciales, el apuro del vocero por acaparar todos los noticieros posibles bien temprano ayer y todo lo que se devino de ese combo ponen hoy al mandatario en una incomodidad impensada hace apenas días atrás.
Lejos de admitir responsabilidades, Milei ensayó explicaciones ancladas en etimologías y diccionarios más que en conductas. Intentó diferenciar promoción de difusión, red social privada de su figura presidencial y otros tópicos que nada bueno hicieron por su caso y su posición.
La estrategia fracasó entonces y hoy solo se puede percibir incertidumbre.