Cuando la maestra de ceremonias anunció que la distinción sería entregada al dentista nacido en Posadas, Misiones, República Argentina, “me hinché de orgullo. Fue un honor, me sentí muy contento, muy emocionado”, manifestó el odontólogo Tomás Casimiro “Tito” Meza Báez, posadeño residente en Santa Cruz de Tenerife, España, tras haber recibido la mención de Colegiado Honorífico de Mérito en reconocimiento “a su dilatada labor y dedicación profesional”.
Nacido en el barrio Tiro Federal, de Posadas, lleva 36 años residiendo en el viejo continente donde desarrolla una carrera brillante, donde se aquerenció y formó su familia con María Inés -venezolana de padres españoles- y tuvieron a su hija María Eugenia.
“Llegué en 1989 y me inscribí en el Colegio de Odontólogos y, a partir de ahí, comencé mi carrera profesional en estas tierras”, comentó, no sin antes recordar su infancia en la capital misionera y sus permanentes ganas de progresar. Sostuvo que sus padres eran inmigrantes paraguayos que, como otros tantos, vinieron a Posadas en busca de un futuro mejor. “Vivíamos en la calle Iguazú y Mbororé, en un barrio humilde porque en aquella época, la gente más humilde vivía en la ribera del río Paraná. Éramos cinco hijos varones (Julio, Oscar, Luis, yo y Jorge, y una mujer, Olga (ya fallecida). Mi padre -Agustín “Chilú” Meza- se dedicaba a la sastrería y mi madre -Rafaela Báez- trabajó siempre en la fábrica de cigarros CIBA (Compañía Introductora de Buenos Aires)”, que funcionaba en un edificio ubicado en avenida Roque Pérez y Arrechea.
“La ciudad de Tenerife es tranquila, bonita, con muchas playas, bares y restaurantes, donde la gastronomía está muy desarrollada. Llegan unos doce millones de turistas al año”.
Desde los cinco y hasta los diez años vivió en casa de unas tías en Asunción, Paraguay. A su regreso, a los 11 años, comenzó a trabajar junto a su hermano Jorge. “Era lo que hacían los niños del barrio porque era normal en esa época, pero fuimos tratando de no abandonar los estudios”, agregó.
Por la tarde “Tito” cursaba la primaria en el Instituto “José Manuel Estrada”, en inmediaciones del Parque Paraguayo y, de 8 a 12, trabajaba en una sastrería. Después pasó a cumplir funciones en un hotel y el 3 de diciembre de 1973 empezó a trabajar en un negocio de venta de artículos dentales. Cree que de allí surgieron las ganas de estudiar odontología. Primero “porque no conocía otra cosa” y, segundo, “porque como quería tener un mejor futuro, siempre buscaba otra cosa, ver qué más podía hacer”, señaló.
“Mi adaptación fue difícil, extrañaba mucho, pero estaba decidido porque desde aquí podía ayudar a mis padres, que era como una obligación mía, le di una vida un poquito más digna que si me quedaba en Argentina. Iba y venía, pero con los años el regreso era muy duro, abandonar Posadas me costaba mucho. Estoy asentado. Se extraña a los amigos, pero con las redes sociales es fácil, con un click podés generar una comunicación unipersonal o grupal. Cuando vine, las correspondencias se enviaban por sobre, tardaban quince días de ida y otros quince de vuelta, y las llamadas eran a través de cabinas”.
Más tarde, siguió trabajando durante el día e iba a la nocturna en el Colegio Nacional 2 (en Santa Fe y Buenos Aires). Al terminar el secundario comunicó a sus padres que quería estudiar odontología. “No lo tomaron muy bien porque es una carrera muy cara y ellos no podían ayudarme. Pero yo estaba decidido a probar suerte. No siempre se es joven y la fuerza de voluntad me empujaba a emprender aquella aventura”, continuó.
Fue así que renunció a su trabajo y se marchó a la capital correntina con un bolso al hombro y “un montón de ilusiones”. Al primer viaje “lo hice a dedo porque no tenía dinero para abonar el pasaje, pero tenía muchas ganas de afrontar este desafío. Le había comentado mi decisión a un doctor de Posadas y me ofreció una habitación en una casa de estudiantes. Había confianza porque me había criado entre dentistas ya que desde los 14 y hasta los 19 frecuenté ese ambiente y todo el mundo me conocía. La suerte ya estaba de mi lado”, mencionó.
Antes de partir, el doctor Tabbia, que enseñaba a física y química en un salón de la Bajada Vieja, “me dio clases gratis porque se las pedí. Con dificultades cursé el primer año de la carrera. Apenas iniciado el segundo año, fue el momento de completar el servicio militar obligatorio. Me tocó la marina y el período de instrucción lo hice en Bahía Blanca. Como anécdota recuerdo que me tocó pintar algo en el Crucero ARA General Belgrano”, la nave que fue hundida por los ingleses durante la guerra de Malvinas. Luego lo enviaron al Liceo Naval Militar Almirante Storni, donde fue ayudante del subdirector “que me apreciaba mucho y me trató muy bien. Para mí fueron como unas vacaciones. El servicio militar en la marina duraba 24 meses, pero como quería que yo siguiera estudiando, me dijo que me fuera y regresé a Corrientes. En ese tiempo mi hermano, Jorge, que es protésico dental, ya se había mudado a Corrientes por lo que vivíamos juntos y la cosa fue más llevadera”, dijo, quien se casó con una venezolana y es padre de una adolescente.
La condecoración llegó de manos del Colegio Oficial de Dentistas de Santa Cruz de Tenerife, en ocasión de celebrarse el Día del Odontólogo, en conmemoración a Santa Apolonia de Alejandría que antes de morir quemada en la hoguera, fue martirizada con la extracción violenta de todos sus dientes y por ello está considerada la patrona de la odontología.
Todo se fue encaminando. “Tito” terminó la facultad a los cinco años de haber iniciado el cursado y le llevó un año completar las asignaturas pendientes. “Me recibí el primero de septiembre de 1986. Empecé a trabajar en la clínica del amigo que me había prestado la habitación y después trabajé unos años en Posadas, pero no me gustaba el sistema y no ganaba bien. Veía que no era que un sitio en el que quisiera desarrollar mi actividad profesional. Era sacrificado, quería seguir estudiando y no se daban las condiciones”, expresó.
Cuando decidió a contar que iba a viajar a España “vi a mis padres tristes, pero un día me dijeron mirá: te sacrificaste, forjaste tu futuro prácticamente solo, estudiaste, por lo que con nuestra bendición puedes ir a donde quieras. Desde ese momento cambió mi historia”.
Al poco tiempo, recibió una oferta de unos colegas que tenían una clínica en España. “Me llamaron y me ofrecieron que viniera por quince días para probar suerte. Recopilé la documentación necesaria y recibí la colaboración de amigos dentistas de la clínica donde trabajaba. Uno me compró el billete de avión y me prestó dos mil dólares, otra me facilitó una maleta y me vine. Empecé a trabajar y presenté mis papeles de estudios para la homologación ante el Ministerio de Educación. Llegué en agosto y, el primero de septiembre, viajé a Madrid desde Tenerife para concretar ese trámite”, rememoró. El 30 de noviembre de 1989 le entregaron la homologación del título de odontólogo de España.
“Con todas las de la ley podía montar mi propio consultorio, pero me quedé dos años con las personas que me habían ofrecido trabajo. Después inicié trámites para tener mi propia clínica. Nuevamente la suerte me acompañó y pacientes que me reconocían, me contactaron con el banco, salieron de garantes y dieron un crédito para poder comprar el local y para adquirir el primer sillón”, celebró quien no dejó de viajar todos los años a Argentina mientras sus padres vivían. Generalmente lo hacía en diciembre, “pero como el calor posadeño me agobiaba, después cambié por julio, cuando acá son vacaciones largas”.
Sortear obstáculos
En su consultorio desarrolla la actividad desde 1991. En 1995 hizo el primer master en Madrid y a partir de ese momento “fui acrecentando mi experiencia en la rama de la cirugía y de la implantología, además de seguir estudiando sobre endodoncia, prótesis, periodoncia. Nunca atendí obras sociales y como te pagan al contado, necesitan tener una respuesta inmediata y de lo mejor. Eso genera estrés, horas de estudio, superación, compra de material, tratando de estar siempre a la vanguardia”, aseguró.
“A los 17 años, escuchando un tema de Nino Bravo, le dije a mi madre que algún día iría a vivir a España. Con el tiempo se convirtió en realidad. Recibí una oferta de colegas que tenían una clínica y fui a probar suerte”.
Describió que cuando abrió su clínica empezó a haber problemas “porque en esa época venían dentistas de Sudamérica. Incluso algunos médicos que ejercían especialidades como dermatología o gastroenterología, iban a Santo Domingo y hacían la especialidad en odontología en corto tiempo, cuando los odontólogos de acá tenían una formación especial porque primero tenían que recibirse de médico y después hacer la especialidad de odontología. Y veníamos nosotros que éramos solo odontólogos. La llegada de nuevos profesionales trajo bastantes problemas. A pesar de todo, seguí trabajando, evitando confrontar, porque no vine para eso. Sino para trabajar y forjar un futuro. Poco a poco las aguas se fueron calmando. Con el paso de los días me fueron aceptando, reconociéndome como un compañero más, y me ofrecieron amistad. Trabajo tranquilo, me reconocen por mi labor honesta, aunque cometa errores. Tengo el respeto de la mayoría e, incluso, me recomendaron pacientes”.
Hace unos quince años lo invitaron a trabajar en unos importantes centros médicos “haciendo cirugía, así que trabajo en mi consultorio y un par de mañanas asisto a estos espacios”.
Compartir la alegría
El 9 de febrero se festeja en España el Día del Odontólogo en conmemoración de la muerte de la religiosa Santa Apolonia, una mártir a la que le quitaron los dientes y la quemaron viva. En 2016 entregaron a Meza Báez la medalla por los 25 años de labor profesional en Santa Cruz de Tenerife, y el 8 de febrero pasado, en el casino de la ciudad, el Colegio Oficial de Dentistas le entregó la mención de Colegiado Honorífico de Mérito. En ese momento “recordé a mi familia, a mis amigos, hay un flash que te recuerda todas esas cosas, te da mucha alegría y satisfacción que en un terreno ajeno te reconozcan y ofrezcan su cariño”. Es un reconocimiento que “quiero compartir con la gente que me quiere de mi Posadas natal. Decirles que siempre llevo con orgullo el haber nacido ahí, de haber formado parte de esa sociedad, nunca olvido mis orígenes y siempre trato de llevar con profesionalismo, dignidad y respeto mi profesión y el lugar de donde vengo”, subrayó emocionado.
Cerca de los jóvenes
Meza Báez se reconoció que está cerca de los jóvenes y que trata de aconsejarlos lo mejor que pueda.
“Me gusta ofrecer lo que tengo, lo que aprendí, lo que me enseñaron, a los chicos jóvenes. Gracias a Dios hay una tanda de jóvenes dentistas que son maravillosos, que saben un montón. Cuando comenzamos a estudiar, la odontología era ‘sota, caballo y rey’, una cosa cortita, pero hoy es una cosa increíble. Hay especialidades de todo tipo y los insumos odontológicos son impresionantes. Es básicamente artesanal. Tenemos que hacer todo con nuestras manos por más que tengamos elementos súper sofisticados, que ayudan mucho si los sabes usar”, sostuvo.
Confió que lo invitaron “a formar parte de un grupo de jóvenes dentistas de la isla, que están muy preparados en lo que respecta a lo tecnológico y hábiles en lo científico, por lo que estamos intercambiando opiniones. Les digo que estoy encantado de oírlos, de leerlos, de saber que la odontología está muy bien cuidada por ellos. Les digo que el éxito no llega de pronto, sino que llega gracias al buen hacer, de la honestidad, del trabajo responsable, con equivocaciones, pero hay que trabajar tratando de superarse a diario, y hacer las cosas bien. El reconocimiento llega por parte de los pacientes que se sienten satisfechos porque ven que haces lo posible”.