Al igual que la naturaleza, todo tiene sus tiempos y sus momentos, transitar cada uno, sin tratar de apresurarlos, es la clave para sacar lo mejor de nosotros.
Tan importante como hacer, es “dejar de hacer”. Esto es, parar y preguntarnos: ¿lo que estamos haciendo, nos lleva a donde elegimos estar? La pausa y el paso se complementan y se nutren uno del otro.
No podemos dar un paso bien dado, sin primero habernos detenido a pensar qué es lo que realmente queremos, cuál es el mejor camino, con qué herramientas contamos, y así diseñar la mejor estrategia.
El momento de introspección es el que destinamos a mirar hacia adentro, conectarnos con lo que sentimos, y darnos el tiempo necesario para procesar nuestras emociones.
Este momento nos da paz, nos ayuda a crecer porque nos permite rescatar aprendizajes de situaciones vividas que, si no nos detuviéramos, su enseñanza pasaría inadvertida.
El momento de introspección es como reiniciar la máquina, los pensamientos se acomodan y ante las mismas circunstancias, funcionamos mejor.
Este tiempo es también un momento de adquirir nuevas herramientas, nutrirnos de conocimientos, leer libros que alimenten nuestra alma y potencien nuestra mentalidad.
Es un tiempo de observarnos sin juicio, encontrar puntos de mejora y tomarlos como oportunidades para hacer los cambios necesarios.
Es un momento para bajar el ritmo, dejar salir las emociones que a veces tenemos contenidas, conectarnos con nuestro YO sabio, valorar los pasos que ya hemos dado y también la valentía de parar para revisar nuestro presente.
Este momento de aparente pausa implica una actitud de activa búsqueda para estar mejor, rever prioridades, hacer cambios para vivir plenamente y disfrutar de cada segundo.
El momento de introspección nos prepara para lograr lo que queremos alcanzar, fortaleciendo nuestro interior y sanando nuestras raíces. Como expresa Harv Eker: “Las raíces crean los frutos, lo que no se ve, crea lo que se ve”.
Natalia Moyano
Contadora con
corazón de escritora
[email protected]