Pasaron ya más de 380 años del enfrentamiento que cambió para siempre la historia del actual territorio de Misiones: la batalla de Mbororé. Y, desde el fin de semana pasado, todos los primeros sábados después del 11 de marzo, el Peñón servirá de escenario para la serenata y encendido de antorchas en memoria de esta gesta que, además, entre sus características tiene la de ser la primera batalla naval en los fastos argentinos.
Este fue un enfrentamiento que se produjo entre los guaraníes que habitaban las reducciones jesuíticas, pueblos de indígenas que funcionaron como modelo de escuela en la educación del nativo guaraní a cargo de la orden religiosa de los jesuitas y los bandeirantes (aventureros portugueses que estaban financiados por los señores dueños de ingenios, minas, comercios, y que tenían como objetivo capturar a los indígenas para el trabajo esclavo).
Cuentan las crónicas de la época que a las 14 del día 11 de marzo de 1641 el río Uruguay arrastró un gran número de canoas (300) y balsas bandeirantes, tripuladas con 450 hombres armados con fusiles y acompañados por 2.500 indios tupís flecheros, que arremetió a la escuadra fluvial de 70 canoas tripuladas con 800 misioneros guaraníes, respaldados por 3.400 combatientes fortificados en tierra y bien adiestrados con anterioridad en materia militar por los hermanos Diego Torres, Juan Cárdenas y Antonio Bernal. Los jefes eran los caciques Ignacio Abiarû y Nicolás Ñeenguirú. Supervisor de la guerra: el padre Pedro Romero.
El ingenio jesuita había provisto a sus discípulos de armas tan curiosas como una catapulta que arrojaba troncos ardientes.
El sitio elegido para la batalla final fue Mbororé, estratégicamente seleccionado ya que en él se encontraba establecido un cuartel y porque el lugar permitía, además, en el caso de alguna sorpresiva eventualidad, comunicarse rápidamente con los otros pueblos, conocido también como “la vuelta de Mbororé, “un recodo del río Uruguay que contiene una espesa vegetación en sus orillas obligando así a los bandeirantes a una batalla frontal.
El jefe bandeirante era Jerónimo Pedroso de Barros, que en pleno enfrentamiento se vio obligado a bajar a tierra, ya que los cañoncillos de tacuarazú retobados con cueros y la fusilería misionera hundieron varias canoas, causando un desorden entre los invasores, intentó atacar por la retaguardia a un grupo de tiradores que acosaban a sus tropas, logró disolverlos, estos reaccionan contratacándolo haciendo que Pedroso de Barrios deba refugiarse en una empalizada realizada por sus pontoneros al inicio del combate.
El enfrentamiento fue tanto naval como terrestre, cruento y sangriento hasta entrada la noche. Al día siguiente, 12 de marzo, se trenzaron en un férreo combate y así hasta el séptimo día. En las altas horas de la madrugada, vísperas del octavo día consecutivo de pelea, los paulistas bandeirantes, huyeron por la izquierda del arroyo Mbororé u Once Vueltas, hacia el interior del bosque.
Son perseguidos por los misioneros, en una furiosa lucha cuerpo a cuerpo. En una de estas acciones, cayeron prisioneros de los bandeirantes los capitanes Abiarú y Ñeenguirú pero son rescatados de las manos enemigas.
Los bandeirantes, en derrota y en la oscuridad de la noche, despistaron a sus perseguidores y por las serranías boscosas, en cinco días de marcha muy penosa, llegaron a las empalizadas de la Asunción del Acaraguá; al otro día, considerándose libres del perseguimiento, comenzaron el ornamento del campamento, para rememorar la Semana Santa, cuando fueron atacados por Abiarú con 150 misioneros de guerra y el padre Cristóbal Altamirano.
La lucha fue desesperada para los sitiados, que ante el empuje de los atacantes, abandonaron las empalizadas y nuevamente se internaron en las serranías boscosas.
En una marcha más larga y más dolorosa, llegaron al Gran Salto del Uruguay o Moconá, salto denominado Tucu-má por los brasileños; por un paso angosto cruzaron a la margen izquierda del Uruguay y, en marcha forzada, recruzaron el mismo río, se acamparon en las ranchadas de la confluencia del Apiterebí o Chapecó y continuaron hasta el campamento de las nacientes de este último río.
Mientras que el padre Altamirano y Abiarú, con sus fuerzas, regresaron al Mbororé, a celebrar la victoria.
Una lucha que se inició mucho antes
Desde 1620 en adelante, los avances de las bandeiras se hicieron tan atrevidos que los hijos de Ignacio de Loyola prefirieron abandonar algunas de sus reducciones y trasladar poblaciones enteras antes que seguir exponiéndose a esos ataques.
Fue entonces que las autoridades de la orden decidieron que era tiempo de defenderse, pero no fue sencillo y no fueron pocos los obstáculos que encontraron, al punto que debieron presentarse ante el rey de España, para que este levantara la Cédula Real que vedaba a los misioneros de proveerse de defensas militares y manejar armas de fuego.
Y recién entonces trasladaron a varios jesuitas que habían sido militares antes de ordenarse sacerdotes y les encomendaron la organización castrense de los guaraníes.
Adquirieron y fabricaron todos los artefactos bélicos disponibles. También consiguieron del Papa un “Breve” que fulminaba con excomunión a todo cristiano que cazara indios. No obstante, el documento papal no fue acatado en San Pablo, pues una de sus industrias era, precisamente, la caza de guaraníes para proveer mano de obra gratuita a los ingenios y las fazendas de la región.
Incluso hubo enfrentamientos previos, a fines de 1640, los jesuitas tuvieron evidencias de una nueva incursión de bandeirantes, más numerosa que las anteriores. Apresuradamente, concentraron a sus bisoños soldados y maniobraron hasta esperar a los paulistas en el punto de Mbororé. Más de 10 mil aborígenes armados con toda clase de elementos se aprestaron a defender su tierra; un centenar de canoas y hasta una balsa artillada formaban parte del ejército de la Compañía de Jesús.
Los portugueses venían en 300 canoas y estaban tan acostumbrados a arrear sin lucha a los pacíficos guaraníes que no tomaron las mínimas previsiones aconsejables. Unas oportunas bajantes del río, que los religiosos consideraron una ayuda providencial, contribuyeron a desordenar a los invasores.
El Cerro Mbororé es un área natural bajo la categoría de “Paisaje Protegido” por su valor social, ecoturístico e histórica para el Municipio de Panambí, en el departamento de Oberá, frente al Puerto Veracruz, del lado brasileño.
Importancia del combate de Mbororé
Con la victoria, los guaraníes lograron frenar las incursiones bandeirantes en la región, consolidando las reducciones jesuíticas como un espacio seguro, lo que permitió su expansión y desarrollo, al punto de convertirlas en un modelo de organización social y económico en la región.
Si no hubiera sido por esta curiosa batalla anfibia, con varias etapas en el río y otras en la selva, el avance portugués se habría extendido infaliblemente sobre Misiones y Corrientes, probablemente hasta Entre Ríos, y el mismo Paraguay hubiera sido anexado. La remota y casi olvidada batalla de Mbororé salvó esa vasta comarca de la incursión portuguesa.
Sí, “el Peñón de Mbororé fue el mudo testigo del valor desplegado por jesuitas y guaraníes que defendieron con sus vidas estas tierras, deteniendo, total y definitivamente, el avance de los bandeirantes portugueses, marcando con su triunfo al río Uruguay como límite de lo que hoy es la República Argentina” y sobre él, cada primer sábado después del 11 de marzo, se encenderán antorchas y una serenata honrará la valentía de hombres y mujeres que allá por 1641 lucharon por amor a su tierra.