PUERTO MADO. María Ovando (37), protagonista de uno de los episodios judiciales más trascendentes de los últimos tiempos, vivía al momento de la muerte de su hija Carolina (3), en “Aguaraí Guazú”, como le llaman los lugareños a ese paraje ubicado en el kilómetro 10 de Puerto Mado. El lugar se encuentra sobre los márgenes de la ruta nacional 12, entre retazos aislados de monte, chacras y forestación. Ovando y sus hijos residían allí en una casilla de 16 metros cuadrados, con una letrina como baño, y al igual que los demás pobladores, sin agua potable. Las condiciones de vida en este punto, distan de las características que se aprecian en el pueblo núcleo de Mado, es decir, Colonia Delicia, de cuyo municipio depende Mado. Allí las viviendas, la mayoría de material, cuentan con servicios básicos, y el pueblo exhibe en pocas cuadras, un hospital, comercios, el edificio comunal, cajero automático y otras dependencias públicas. Según el último censo, en Mado vivirían 351 habitantes. Unas diez familias pueblan el kilómetro 10, pero a lo largo de la ruta hacia Delicia se suman de a cantidad los núcleos habitacionales. Puerto Mado surgió históricamente en 1930, a partir del arribo de la compañía Madereras Argentinas Delicia Obrajes, (Mado SRL). Hasta 1980, fue cabecera del municipio. Luego, esas extensiones rurales fueron ingresando en un período de abandono estatal, que hoy resulta elocuente. El presente muestra falta de agua potable y altos niveles de pobreza estructural. Esta semana, PRIMERA EDICIÓN recorrió la zona, buscando profundizar la mirada en torno al contexto geográfico y social donde se desencadenó la dolorosa historia de María Ovando. “Seguimos igual que siempre”Durante el desenlace judicial del caso Ovando, varios funcionarios provinciales se acercaron hasta el kilómetro 10 de Mado, donde pudieron comprobar las condiciones de precariedad extrema bajo las que viven las familias. El 28 de octubre de este año, el ministro de Derechos Humanos, Edmundo Soria Vieta, expresó que “nosotros estamos al lado de la familia de María Ovando que está afuera, y cuando salga ella, también la vamos a ayudar”.Mirna Ovando (30), es una de las hermanas de María, que vive en el mismo lote donde ella habitaba. Tiene cuatro hijos a su cargo, de entre quince años y seis meses de edad. Enviudó hace un año, quedó como única responsable del cuidado de los hijos y el sostenimiento de la economía familiar. “Estoy pasando un momento muy complicado desde la muerte de mi marido. Me prometieron una ayuda pero seguimos igual que siempre, teniendo que consumir agua de una vertiente, que sale turbia muchas veces, con necesidades, porque tampoco puedo tramitar ningún plan porque hace un año estoy tramitando mi documento, me cuesta conseguir la comida, la ropa y los pañales para mi bebé”, contó Mirna, quien pidió “poder trabajar, así tener una entrada, porque hoy dependo de mis padres que también tienen muchas necesidades, pero no hay trabajo ni tampoco ninguna ayuda, ni siquiera el salario familiar”. Sin agua, derecho humano vulneradoClaramente, de todas las carencias que atraviesan las familias de la zona, la falta de agua potable y de red es la más alarmante, ya que pone en riesgo directo a la salud de los pobladores de esta zona de Mado. En kilómetros enteros, se contabilizan decenas de familias que nunca en su vida han tenido agua potable. La única alternativa de supervivencia, resulta de consumir agua de arroyos, pozos y vertientes, al igual que los primeros habitantes del lugar lo hacían, hace ya más de ochenta años. Sergio Mereles tiene su casa de madera en el kilómetro 7. “Nunca tuve agua ni luz. Tomo de un pozo y de ahí saco para los animales, todo el día sacando agua del pozo y cuando se seca, no queda otra que buscar alguna vertiente. Pero como estamos rodeados de pinares, las vertientes no tienen agua buena. Este año, se me murieron quince patos y cincuenta gallinas, no se sabe porqué pero podría ser el agua, no sé. Nos habían prometido que iban a poner agua corriente y luz pero no pasó nada”, lamentó el lugareño. En el mismo paraje, otro vecino que optó por no dar nombre, se acercó al cronista para comentar que “acá hay demasiada pobreza, y la falta de agua es una desgracia, hay ancianos, gente enferma, y gurisada que a veces no pueden ni bañarse, chicos que se enferman por tomar el agua contaminada, estamos demasiado abandonados”. Otra historia de presente dramático es la de Oilda Benítez, una anciana de 88 años, que todos los días acarrea decenas de baldes de una naciente hasta su vivienda, para poder asearse y darle de beber a sus animales. “Vivo hace 28 años acá y nunca tuve agua, sólo promesas. Hoy ya estoy enferma y apenas puedo con los baldes”, lamentó la mujer. “Ofrezco la mano de obra gratis si traen el agua a Mado”Toribio Alfonso vive junto a su familia en el kilómetro 10 de Mado. Su vivienda se halla a un costado de la ruta nacional 12, justo enfrente de la casa donde viven los padres de María Ovando. Él, está casado con Luisa, una de las hermanas de María. Este hombre trabajó durante muchos años en lo que era la Dirección Hidráulica de la Provincia, donde adquirió conocimientos relacionados a la instalación de agua potable en red. “Me cansé de escuchar promesas, y acá nunca trajeron el agua potable”, dijo Toribio, quien planteó, con la misma desesperación del resto de sus vecinos, poner a disposición gratuita su fuerza de trabajo si la Provincia o el municipio acceden a realizar los pozos perforados necesarios y dotar de materiales para las conexiones domiciliarias. “Sé que es algo que les correspondería hacer a ellos, el agua es un derecho para todos, pero al ver a los gurises tomar esta agua, al ver como vivimos sufriendo por no tener agua, aseguro que yo me encargaré de ese trabajo si es necesario, lo único que le pedimos es el pozo y los materiales”, agregó. Su esposa, Luisa, contó que “nosotros tenemos un pocito, que se seca siempre cuando faltan lluvias, ahí tenemos que tomar de una vertiente pequeña que pasa por al lado, pero esa agua no es buena, varias veces que nos quedamos sin agua en el pozo, los chicos al tomar esa de la vertiente se enfermaron del estómago”. La mujer de Toribio agregó que “además no podés bañarlos a los chicos como corresponde porque siempre falta agua, cuando deberían garantizar que todos tuviéramos y en red en nuestras casas&rdq
uo;. Una abuela de Mado tiene 88 años y nunca en su vida tuvo agua potableOilda Benítez tiene 88 años. Nació en Villarrica, Paraguay, pero desde muy joven vive en Misiones. Trabajó en diferentes localidades, hasta que hace 28 años llegó a la chacra que actualmente ocupa en el llamado kilómetro de Puerto Mado, localidad de Delicia, departamento de Eldorado, en el norte misionero. Vive sola, desde que enviudó (hace 22 años) y sus hijos partieron. Su casa es de madera, rodeada por un gallinero, un corral de cerdos, un horno de barro, una letrina como baño, y más abajo, atravesando un barranco, una naciente sobre piedras enmohecidas. El resto son plantaciones, que representan la única posibilidad alimenticia para Oilda: si no cultiva, no come.El núcleo habitacional de Oilda reviste una característica que en Misiones, lamentablemente, ya no es noticia: nunca hubo agua potable. Como tantas familias a lo largo y a lo ancho de la provincia, Oilda es una de las víctimas de la violación al derecho humano consagrado del acceso al agua potable, ejercido por un Estado que vive de erogaciones superfluas pero se niega a dignificar la vida de miles de misioneros que subsisten sin el vital líquido. A sus 88 años, y enferma, Oilda debe todos los días cargar y acarrear agua contaminada en sus baldes. De allí saca para beber, para lavarse, para el riego, y para sus animales.PRIMERA EDICIÓN visitó la casa de Oilda esta semana, para escuchar su dramática lucha por subsistir entre tanto abandono. “Ojalá viva para tener aunque sea un día de mi vida agua potable”Oilda no conoce lo que es tener agua potable en su casa. Siempre se vio obligada a cargar en tachos y consumir agua turbia. “Ya estoy grande y enferma, y por acá pasaron muchas promesas, pero ojalá viva para tener aunque sea un día de mi vida agua potable, porque se sufre demasiado, a mí ya me duelen los huesos de tanto cargar agua en los baldes, no se lo deseo eso a ninguna mujer, mucho menos de mi edad”.La situación de esta anciana, huelga decir, es la misma que la que padecen cientos de familias en la zona, por falta de inversiones en pozos perforados y conexiones domiciliarias. Enferma y sin remediosEste año, Oilda estuvo internada una temporada en una clínica de Eldorado, afectada por un cuadro por neumonía. De allí, salió con un temblor constante en todo el cuerpo, que se ha vuelto crónico, y le impide expresarse con fluidez. “Tiemblo desde que me levanto hasta que me acuesto. Cuando salí de la clínica me recetaron un montón de medicamentos, muchos de ellos la obra social no reconoce y en el hospital de Mado tampoco hay, así que no puedo comprarlos, por eso se está agravando mi estado”, contó la sacrificada abuela, quien nunca recibió una debida asistencia por parte del Estado para al menos poder atravesar sus últimos años de vida dignamente. “Si dejo de trabajar moriría de hambre”Otra recomendación que los médicos le hicieron a Oilda fue que dejase de trabajar en la chacra. “Me dijeron que no toque nunca más una asada y que mi cuerpo no da para eso. Pero, si dejo de cultivar ¿quién me va a dar de comer a mí y a mis animales? No puedo dejar la chacra porque si dejo de trabajar me muero de hambre porque nadie me da una ayuda”, lamentó la mujer.
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