POSADAS. El martes pasado, hace exactamente una semana, Sergio Cheroki (43) llegaba por la mañana al vivero de su familia cuando se cruzó con un grupo de jóvenes que vendía plantas sobre la avenida Cocomarola, a cien metros de su emprendimiento. Criado entre invernaderos, al hombre le llamaron la atención aquellas plantas, aunque no exactamente por sus colores o formas.“Estaban frente a la parada de colectivos, con la mercadería en venta. Eran los ladrones con parte de las plantas que se habían robado el día anterior, las venden acá enfrente”, cuenta ahora Cheroki, mucho más tranquilo, aunque aún indignado. Y no es para menos: durante 2013 la situación se repitió por lo menos cincuenta veces y le provocó un perjuicio cercano a los 50 mil pesos, sin contar los daños que en cada “golpe” provocan los delincuentes.PRIMERA EDICIÓN dialogó con el empresario damnificado, quien denunció que desde hace cinco años sufre un verdadero calvario junto a sus trabajadores, que en más de una oportunidad fueron amenazados y hasta golpeados por los ladrones.Por eso, no resulta difícil entender a Cheroki cuando confiesa que en más de una oportunidad pensó en dejarlo todo y que por estas horas analiza irse de Posadas con el emprendimiento. “En estos momentos está en juego la seguridad de las personas”, afirma sobre la ola de inseguridad que golpea en San Onofre y se replica en muchos barrios de la capital provincial.Trabajo vs. delincuenciaEn 1978, cuando el padre de Sergio compró las tierras y fundó el vivero “Cheroki Flora”, el actual San Onofre no era más que algunas pocas casas aisladas entre monte, campo y picadas zigzagueantes. Hablar de urbanización era casi una utopía.Paso a paso, a puro pulmón, el emprendimiento familiar fue creciendo hasta transformarse en lo que es hoy, uno de los principales viveros de la región. Claro que la ciudad también se expandió y el predio de casi cuatro hectáreas terminó rodeado de viviendas y asentamientos irregulares. Fue entonces que empezaron los problemas.“Los robos comenzaron en los 90, cuando se vino la primera crisis grande y se fue urbanizando alrededor. Tenemos denuncias de hace veinte años”, señala Cheroki, quien agrega un dato clave para entender la inseguridad en Posadas: “la diferencia de quince o veinte años atrás está en que el problema de las drogas no estaba tan marcado como ahora”.Las drogas. Ese suele ser el principal problema. En las calles que dividen el vivero -“abrimos las mismas como corresponde, con inversión propia y sin ningún crédito del Estado ni nada”, afirma Cheroki- circulan a plena luz del día adolescentes y jóvenes de la zona golpeados por el consumo de alcohol, pegamento y otros estupefacientes.“Nosotros los vemos pasar constantemente por acá con la bolsa de pegamento. Chicos de por lo menos 10 años hasta de 25. Todo el tiempo con la bolsita”, refiere el empresario sobre la adicción al tolueno, sustancia con la que se fabrican muchos de los pegamentos que se venden en cualquier ferretería de la ciudad.Urbanización, drogas y adicción. Ese fue el cóctel que agravó la situación e inició una ola delictiva que golpea desde hace por lo menos cinco años al “Cheroki Flora”. Aprovechando la extensión del lugar, los delincuentes ingresan a plena luz del día y se roban todo tipo de plantas, que después venden en las inmediaciones o en cualquier lado por unos pocos pesos, para comprar más pegamento, más alcohol o más drogas. El círculo se reinicia una y otra vez.“Desde hace cuatro o cinco años viene siendo una temporada crítica. Hemos sufrido más de cincuenta robos por año. Y hemos hecho denuncias. Hasta hay gente procesada a la que te cruzás caminando acá por la calle como si nada. Entran y salen de la comisaría todos los días. Sabés que te están robando, pero no tenés una solución”, se lamenta Sergio, quien asegura que de los cincuenta robos sufridos el año pasado denunció por lo menos treinta, pero hacerlo “te lleva toda la mañana”, dando a entender que dicha pérdida de tiempo realmente no vale la pena.Cheroki cuenta que el último robo fue perpetrado el pasado lunes 6 de enero, hace poco más de una semana, en el que uno de sus empleados fue golpeado por los delincuentes (ver “Gil de mierda, te vamos a prender fuego…”). En esa oportunidad se llevaron unas cincuenta plantas y fue al otro día que Sergio se cruzó con los ladrones en plena avenida Cocomarola, mientras vendían las plantas que se habían robado horas antes.“Durante todo 2013 se llevaron plantas por un valor de 50 mil pesos, aunque las mayores pérdidas se dieron por los daños que provocaron en esos robos. Rompen todo, los nylon, las mesadas, las ‘cortinas’, los tejidos”, cuenta el damnificado.Y vaya que el perjuicio económico es mucho. Cada rollo de nylon utilizado en los invernaderos tiene un costo cercano a los 200 dólares y una vida útil de por lo menos tres años, “pero te lo cortan con cuchillos o navajas y después de eso no te dura más que dos meses, porque aunque le pongamos parches, se van rasgando”.Por eso Sergio cataloga los daños en materiales, pero también en psicológicos. “Hay empleados que tienen miedo, que quieren dejar el trabajo. Y la verdad es que esa posición es razonable. Y eso es también otro daño, porque todos los trabajadores que tenemos son personas buenas, de confianza, que trabajan y piensan honestamente, como nosotros. Y ese tipo de empleados no es fácil de conseguir”, explica el entrevistado.“Cheroki Flora” es fuente laboral directa para veinte familias de la zona, nada más y nada menos, quienes podrían quedar sin trabajo en caso de que el vivero cierre o se traslade a otro lugar, como analizan sus propietarios ante la ola de inseguridad.“Más de una vez se nos pasó por la cabeza dejar todo, irnos de acá. La verdad que todo esto te acobarda, te desanima. Tenemos muchas ganas de hacer más cosas, de generar trabajo, de aportar al país, pero todo esto te quita las ganas de emprender”, sostiene Sergio, quien explica que su padre “todas las semanas se va al vivero que administra en Corrientes porque no aguanta más el estrés permanente que te genera la inseguridad y ese clima que se vive en Posadas y en este lugar en particular”.Visiblemente golpeado por la situación que atraviesa el vivero, Cheroki lanza un pedido desesperado a las autoridades: “Nosotros sólo queremos que nos dejen trabajar tranquilos. Es un derecho. Así como el Estado te exige con los impuestos y todo eso, nosotros quer
emos seguridad, lo que nos corresponde. Queremos trabajar tranquilos. Nada más”. “Gil de mierda, te vamos a prender fuego la casa con tu familia adentro”Claudio Klauseman tiene 27 años y trabaja desde hace tres en el vivero de los Cheroki. En ese corto tiempo, debió vivir varias veces en “carne propia” la ola de inseguridad que golpea al establecimiento. Sobre el último robo registrado en el lugar, el pasado lunes 6 de enero, el joven le contó a PRIMERA EDICIÓN que ese mismo día por la mañana ya se habían llevado unas sesenta plantas de begonias y helechos.Sin embargo, los ladrones regresaron por la tarde. “A eso de las 15 se largó la lluvia y vine a cerrar las cortinas. Entonces veo una persona dentro del invernadero, pero no le di importancia porque pensé que era un cliente. Pero cuando empiezo a cerrar veo que había otro saliendo por el tejido. Ahí los corro, le agarro a uno y lo tumbo al suelo. Entonces agarró una piedra y me pegó en la cadera y en los hombros”, contó Klauseman.Esa no fue la única vez que se enfrentó cara a cara con los ladrones. El cuidador del predio vivió una peor hace seis meses, de noche, cuando preparaba la calefacción de las plantas.“Cuando entré me topé con tres muchachos. Al verme, me empujaron y salieron corriendo hasta el parque. Yo los corrí y como estaba oscuro no vi cómo, pero uno me metió un garrotazo en la nuca que me dejó inconsciente. Cuando me desperté estaba dentro de casa”, relata el muchacho, consciente de que pudo ser mucho peor. “Me podían haber matado”, sostuvo, aún con miedo.La vivienda asignada a Claudio queda muro de por medio, a un costado de un asentamiento del que, según sospecha, provienen los delincuentes. “De noche no se puede dormir tranquilo. La calle es un ‘quilombo’, están ahí toda la madrugada con la bolsita”, reveló.Hace poco más de un mes vivió la peor de las amenazas. Los inadaptados comenzaron a tirarle piedras al techo de la vivienda en la que descansaba con su mujer, embarazada, y su pequeño hijo.“Salí a ver qué querían y me dijeron: ‘Gil de mierda, te vamos a prender fuego la casa con tu familia adentro’. Desde ese día mi señora se fue para el interior. Está jodida la mano y tenemos miedo de que pase algo peor, porque no van a pensar dos veces en entrar a la casa”, contó. El temor que siente Claudio y su mujer es lógico. Han vivido situaciones que los han hecho pensar dos veces antes de seguir adelante. “La verdad es que muchas veces pensé en dejar el trabajo”, aseguró el joven a este medio, en una situación más que preocupante.
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