COLONIA AURORA (Enviados especiales). La chacra de Daniel Cassol (32), en el paraje Londero, se asemeja a un campo de batalla. Está plagada de residuos de tablas, postes, chapas, ropas y electrodomésticos, que -diseminados sobre la parte más baja del terreno-, dan cuenta del descomunal desborde del arroyo “Los Muertos”, tras la inexplicable crecida del río Uruguay, hace casi tres meses. Por la fuerza del agua el hombre perdió la casa, el galpón y casi todas sus pertenencias. Mientras va perdiendo también las esperanzas de recibir ayuda, trabaja a destajo para volver a producir el tabaco, el maíz, la mandioca, la verdura, la caña de azúcar y hasta la pastura del potrero que la corriente arrasó en un par de horas, y para reconstruir la vivienda que habita junto a esposa, Elena Olivera (41), y a sus hijos Verónica (11) y Lucas (8).“Fue tan triste ver flotar nuestra casa con todo adentro, y el galpón atravesado en el camino. Es algo que quisiera olvidar pero que igual queda en la mente”, manifestó quebrado por la amargura que produce la pérdida y el destino incierto. Contó que cuando pasó la “desgracia”, recibieron la visita de funcionarios municipales pero que “hace rato que nadie aparece. Sólo promesas. Estamos solos en ésta. Cuando puedo y tengo algo de tiempo, voy haciendo la casa, pero sin ayuda está complicado. Hacemos lo que podemos y, de a poco, nos vamos reponiendo”.“Prometieron una ayuda pero pasó todo y se olvidaron. El galpón es muy necesario pero quedó destruido y no tengo solución. Desde la Asociación Plantadores de Tabaco de Misiones (APTM) vinieron a inspeccionar pero no sé cuáles son los tiempos que ellos manejan”, insistió el productor, que reside en cuatro hectáreas de tierra, a tres kilómetros del Uruguay, hace casi seis años.Poniendo énfasis en cada una de las palabras, recordó que escaparon de la casa en la inmensidad de la noche y fueron hasta la vivienda del vecino, que vive un poco más arriba y que les hizo lugar para guardar parte de las cosas que pudieron rescatar. Con el paso de las horas escucharon ruidos extraños y vieron entonces cómo lo que hasta hace poco era su hogar, flotaba después de ser arrancado de las bases. A medida que las aguas bajaban, la construcción descendía y mientras se enredaba en los cables de electricidad, se iba rompiendo. Tras un ensordecedor estruendo, tocó tierra y se destruyó por completo.Después de cuatro días, tras la bajante, se instalaron debajo del galpón “pero una parte ya estaba caída. Prometieron ayuda y no vinieron, entonces comencé a levantar la casa solo, con maderas que quedaron de la otra, y en ella vivimos. Hace un mes, cuatro obreros del Iprodha comenzaron a construir una casita de pino delante de la mía y todavía no la terminaron”.Cassol contó que había colocado cosas en el entretecho de la casa y del galpón, junto a las bolsas de maíz, pero “no calculé” que el agua iba a llegar tan alto. “Vino tan rápido que no tuvimos tiempo de salvar los chanchos ni las gallinas. No nos imaginábamos. No escuchamos alerta alguna. Solamente veíamos avanzar el agua. Ese día llegué temprano hasta el camino, quise salir y ya no pude. Al mediodía casi llegaba a la casa, y a la noche pasó lo peor. Cuando sacábamos las cosas, nos llegaba hasta las rodillas. La mudanza la hicimos bajo una lluvia torrencial y lo que era de aglomerado se terminó de desarmar unos días después”.“Los chicos se asustaron. Ellos y mi señora, lloraban. A mi hermano no le arrancó la casa como a mí pero le arruinó todo. O sea que no puedo pedir ayuda a los míos porque pasaron casi por lo mismo. Los vecinos fueron muy solidarios, primero para sacar las cosas y después para traerlas. De ellos sí que no tengo quejas”, dijo con la voz entrecortada, mirando a lo lejos.Mientras alimenta a su familia producto de las “sobras” de la venta del tabaco, manifestó que desde la comuna de Aurora dejaron algunas provistas para los primeros días pero “se terminaron. Estoy intentando recuperar algo con el tabaco, la verdura, porque tenemos que seguir la vida. Uno no puede bajar los brazos porque ahí sí que se complica”.Y si la ayuda no llegara “tengo que seguir nomás. No sé cómo pero vamos a intentar. A la casa le falta mucho pero ya estamos bajo techo y eso para mí es lo principal. Ahora falta el galpón. Ojalá que venga algo para reconstruirlo”, acotó, rodeado de su familia e inmerso en una profunda tristeza.Para graficar la altura del agua, señaló un poste de cemento similar a los de alta tensión, que quedó cubierto por el líquido oscuro y nauseabundo. Los árboles que se ubican al costado de la ruta provincial Nº 222 (de tierra) aún presentan, en casi toda su altura, los vestigios de la inundación. Perdió tres mil kilogramos de pecesEs medio día y Eusebio Somavilla e Iloni Eich descansan junto a sus nietos Adrián (8) y Kaira, de casi dos años, bajo el corredor de su casa. Si no fuera por las marcas que dejó el agua sucia en las paredes, la pulcritud del lugar no delata que hace casi tres meses debieron pasar por una experiencia tan desagradable. “Ahora ya estamos más tranquilos pero costó mucho trabajo volver a colocar todo en su lugar”, narró el hombre que ya enfermo, se complicó aun más “lidiando con la crecida y las preocupaciones”. Si bien en su vivienda los daños fueron menores “tuve que sacar todo afuera, después llevar hasta lo de los vecinos y luego, volver a traer. Fueron tres mudanzas en pocas horas”. Pero recordó otra inundación, la de 1933. “Ya vivía acá y fue un poco más grande que ésta. Ya salimos de la casa por cuarta vez y así muchas cosas se rompen al cargar y descargar”.Cuatro años de trabajoLa mayor tristeza de Somavilla es que perdió unos tres mil kilogramos de peces que salieron de los estanques. Los tenía desde hace cuatro años y los vendía en forma particular. “Eran carpas que estaban a punto para vender a 40 pesos el kilogramo. Tenía planificado utilizar el dinero para aumentar los tajamares, hacerlos más altos pero ahora quedaremos así nomas”, dijo, y agregó que su depresión se agravó tras el deceso de dos de sus hermanos, en San Vicente y en Alicia Alta, en esos días terribles para el Alto Uruguay misionero. En las doce hectáreas de tierra, también perdió pasturas y plantines de tabaco y el techo de su casa fue destruido por “
piedras” de granizo.Puso de manifiesto la predisposición de los vecinos que vinieron a ayudar desde grandes distancias: “Había gente para hacer dulce porque vivimos acá hace 40 años y nos damos con todos el mundo”. Dejó marcas que serán imborrables de por vidaSin dudas, la más afectada fue la casa de Clarice Senger y su hijo Sandro. Allí el agua llegó hasta las ventanas, destruyendo los roperos, dejando obsoletos los electrodomésticos y la cocina a leña que preside el comedor. Cuando la creciente se retiró, alguien baldeó los pisos de madera pintados de rojo, cubiertos de lodo, porque Clarice debió acudir al médico debido al estrés que le generó esta situación y otra que acarrea desde el nacimiento de su nena, el 12/12/12, que llegó al mundo por parto normal, gracias a la gran ayuda del pediatra Ramón Lagos, cuando la cesárea estaba programada para el 14 .Con un dejo de melancolía, contó que después volvieron a limpiar -en profundidad, en varias ocasiones- y que incluso fregaron con cepillo las paredes hasta quitarles la pintura. Pero el fuerte olor y la humedad, permanecen y son un “veneno” para el varón que tiene un problema en los bronquios. Por eso para dormir tiran el colchón en el piso del comedor y evitan ingresar a los dormitorios. Agregó que luego, con la ayuda de la suegra lavó la ropa que estuvo colgada por días al punto que las prendas parecían guirnaldas dispuestas sobre los alambrados del potrero. Ahora están amontonadas en una cuna que pudieron rescatar porque no tienen donde ponerla. “Cuando bajó el agua, era un desastre. Perdimos tabaco, animales, pasturas, pero tenemos que seguir”, recordó la mujer al momento que sus ojos claros dejaban caer lágrimas de impotencia sobre un rostro joven pero con rasgos marcados por el esfuerzo. “Levantamos esto con mucho sacrificio, estamos afrontando el tratamiento del nene y pagando el tractor que compramos”, agregó, limpiándose el rostro con la remera.La noche que la crecida sorprendió al matrimonio, que lleva diez años de casados, primero cargaron algunas cosas hasta la casa del suegro, pero el agua también llegó hasta allí. Entonces, optaron por trasladarlas al galpón y a la casa de los vecinos, desde donde quedan aún por rescatar algunas pertenencias.“Con los chicos estuvimos tres días afuera, en lo de una vecina, mientras mi marido cuidaba las cosas debajo del galpón”, analizando cómo seguir después de semejante golpe.Dijo que desde la Municipalidad de Colonia Aurora les acercaron agua potable, pastillas negras y algunas mercaderías. Esta última entrega debía continuar por tres meses “pero estos días cuando fui a la Municipalidad, me dijeron que ya no había provistas, entonces prefiero seguir trabajando para salir adelante en lugar de estar esperando”, relató la mujer, que ahora espera que el Iprodha levante la galería y el baño instalado que les fue prometido, “dicen que gratis”. Un pez y una botella, marcas increíbles Con un gran espíritu solidario, la de Vanei Visentini (54) pareciera ser la única historia que inyecta un poco de optimismo a la desesperante situación. Nacido y criado en la costa del Uruguay, estaba acostumbrado a “lidiar” con el agua por lo que la creciente del río fue “para mí, prácticamente normal”. Llegado desde Horizontina (Brasil) hace 20 años, era el único de la zona que tenía una canoa para prestar auxilio a los inundados. “Uno pedía, otro pedía, y ayudando a uno y a otro fuimos resolviendo los problemas de la inundación. Llevaba a los efectivos del Ejército porque ellos no tenían transporte acuático. Así que ayudé bastante con mi canoa”, contó.Así como convivir con el agua le resulta normal, “ayudar a los demás también lo es. Cuando veo a un necesitado, estoy ahí para colaborar en lo que fuera”, comentó con alegría este apicultor, que además vende leche y quesos que produce en la chacra de 25 hectáreas.Explicó que la miel que extrae de sus abejas tiene excelentes cualidades por la diversidad de árboles y plantas florales que existen en los montes de la zona. Y no es que lo dice él sino que llevó un frasco a un hermano que es militar y reside en Caxias Do Sul (Brasil). “Analizaron en la Universidad Federal de Caxias y se encontraron con una miel de excelente calidad, sin ningún residuo químico, 100% natural. Es un orgullo para mí y para la provincia de Misiones porque ellos dejaron asentada allá su procedencia”, confirmó, acompañando los gestos con voz alta y grave. Confió que en Londero vende este elixir de manera particular y que “gente de Buenos Aires, de Posadas, de toda la región, viene a buscar a mi casa. No la mezclo, entonces todos la quieren como medicina. Ahora terminé, sólo resta esperar la nueva zafra”, confesó.Visentini produce unos 1.500 kilogramos por año. El trabajo comienza en octubre o noviembre, de acuerdo evolucione el clima. “Si llueve mucho se atrasa y no es muy buena la miel. Si es normal, con poca lluvia, ayuda. Hago todo por mi cuenta, por voluntad propia”.Los panales dan albergue a abejas “africanizadas, mezcladas y algo de yateí” pero “estoy iniciando el estudio de otras especies nativas. Desde niño me gustaba el tema. Acompañaba a un tío que le gustaba mucho melar en arboles nativos. Ahora lo perfeccioné con cuadros, con láminas, máquinas centrífugas y el equipo de protección. No hablo con las abejas, ellas hablan su idioma y yo las melo”, acotó entre risas.Sobre sus vecinos dijo que “despacito” se están organizando, recuperándose “pero de que fue duro, fue duro. Es una cosa que nadie esperaba. La última fue en el 83 pero solo los más viejos se acordaban. Agarró a mucha gente desprevenida y ahora la mayoría construye su casa en lugares más altos”.Mientras recorría en la canoa esas grandes extensiones de aguas oscuras, a Visentino se le ocurrió armar una red en medio de un rosado. Y grande fue la sorpresa cuando una carpa de casi seis kilogramos cayó rendida a sus pies. Cuando el “baqueano” cuenta la historia son pocos los que creen pero la verdad sale a la luz cuando confiesa que el pescado era uno de los tantos que escapó del estanque de Eusebio Somavilla. El ejemplar estaba en medio “de la chacra y terminó frito”, manifestó sin ocultar su picardía.Otras de las “hazañas” de Visentino fue atar una botella a un cable de electricidad que por estos días se encuentra a casi 20 metros d
el suelo pero que en su recorrida con el “caíco” estaba a mano. Su inquietud era saber cuan alto había llegado el agua, y pudo comprobarlo. A lo lejos se divisa el plástico, agitado por el viento. Viviendas para relocalizadosEn la zona conocida como Paraje “Los Muertos” se edifican las viviendas para los vecinos que vivían cerca de las márgenes del arroyo del mismo nombre. En doce casas la construcción está avanzada y de las otras diez, existen solamente las bases. Se presume que allí residirán quienes por estos días habitan en las ocho casillas provisorias de 4×6, pintadas de vivos colores y levantadas unos metros más abajo, casi en el mismo terreno. “No sabía para donde agarrar”En la casa de Adalid Schmitt y de Ramona Closs, sobre la ruta provincial Nº 222, la realidad no es muy distinta a la de sus vecinos. Viven más cerca del río por lo que “nos agarró feo y sufrimos bastante. Perdimos casi todo porque no nos dio tiempo de sacar las cosas. Ahora se nos hará difícil para salir de vuelta”. Estaban acostumbrados que el agua llegara hasta la ruta de tierra, pero en esta ocasión “nos asustó. Fue un trauma porque subió rápido y cercó la casa, ya entrada la noche”. Mientras su esposa rescataba a Kevin (8), Enrique (6), Williams (5) y Yandel (3), Schmitt intentaba trasladar las pertenencias. Primero, en la desesperación, las puso en el entrepiso del galpón. Y cuando vio que avanzaba, comenzó a sacar y a llevarlas a un terreno más alto, pero la situación lo superó.Contó que perdió unas quince bandejas con mudas de tabaco que estaban listas para el repique y varias bolsas de tierra que compró para un mejor crecimiento de las plantas. Pudo sacar los animales, salvo las gallinas que dormían en el galpón.La peor parte se llevó la casa que originariamente se encontraba sobre cepos, como la mayoría de las vivienda de madera de las colonias. La furia del agua la levantó, la mantuvo flotando por un tiempo y cuando la bajó, quedó a varios metros de su construcción original, sobre una pendiente. Después de cuatro días, la estiraron un poco con el tractor, pero como se empezó a romper, no la tocaron más. Y están aprendiendo a vivir en ella, con las incomodidades que eso implica. Unos meses atrás habían construido un corredor amplio y un baño, pero de la obra solo quedaron los pisos. Dijo que desde la comuna vinieron a traer mercaderías para unos días y algunas ropas que “fue de gran ayuda porque quedamos con lo puesto”. Pero dentro de la casa falta todo. “Ahora estoy luchando para ver cómo vamos a hacer. Cualquier ayuda viene bien porque estoy tratando de invertir moneda sobre moneda en estas cinco hectáreas”, que lo vieron crecer al jefe de hogar. Aseguró que nunca “vi nada igual” y que los vecinos ayudaron en lo que pudieron. “Trajeron algunas cosas, pero acá somos humildes, no hay mucho con qué ayudar al otro”.Admitió que cuando el agua bajó “no sabía para donde agarrar. Teníamos todo bien ubicado, con un lindo césped y un jardín florido, el galpón bien barrido, bien ordenado. Ahora es una ruina y ya no tengo ganas. Todo quedó cambiado, diferente”, se lamentó con la mirada baja.Ramona Closs respira profundo y da gracias a Dios porque la familia tiene salud y “quizás” podrán salir adelante. “Fue triste, desesperante pero ahora me tranquilicé. Tenía una casa linda, bien puesta. Todo estaba ordenado, muchas flores, la huerta, pero se fue todo para abajo”, donde el agua se volvía más caudalosa y nauseabunda a causa “de las letrinas y el uso de agrotóxicos”. A su entender, sus cuatro varones todavía no “reaccionaron. Para ellos era una una diversión. Andaban en el caíco (especie de canoa) y pasaban por parte del techo de la casa, pero no se asustaron, sólo miraban. Hasta que bajó el agua quedamos en la casa de mi cuñada. Creo que desde lo material ellos todavía no sienten como una, el sacrificio que tuvimos que hacer para tener lo que teníamos. Ahora queremos ir a un lugar más alto para empezar una vida nueva y usar esto como potrero”.
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