Laura Bertone (67) se formó como intérprete cuando no había carreras. Su mentor fue Emilio Stevanovitch, pionero en el arte de la interpretación, maestro que formó a los primeros intérpretes argentinos allá por 1960. Hija única de una familia de clase media, a los cuatro años empezó a recibir clases particulares de inglés y en el colegio me enseñaban francés. Al cumplir los 16 la llamaron para que enseñara inglés y no dudó. Cuando cursaba el tercer año del Profesorado de Inglés en Ciudad de Buenos Aires, asistió a un seminario de Stevanovitch “y ahí supe que quería ser intérprete”. Su formación académica es muy amplia, tiene dos doctorados, uno en Lingüística, de la Universidad de París, y otro otorgado por La Sorbona, en una especialidad lingüística relacionada con los procesos cognitivos. Hace dos años que se dedica casi exclusivamente a dictar seminarios por todo el mundo.Confió a PRIMERA EDICIÓN que aceptó la invitación de la Universidad Católica de Misiones (Ucami) de venir a Posadas porque “despertó mi interés en conocer esta universidad jesuítica. Siempre me maravilló lo que hicieron los jesuitas como revolución educativa en el mundo, en 200 años. Y esta gesta empezó con sólo siete jesuitas que partieron de París y se desparramaron por el mundo”. Usted una vez dijo que no son tan importantes las palabras sino lo que se quiere decir… Es una de las enseñanzas claves que aprendí de Stevanovitch y creo que es la base de todo buen intérprete. A veces la gente cree que uno es una especie de diccionario ambulante pero no es así, nuestro trabajo, como el de los periodistas, es tratar de entender profundamente lo que está diciendo la otra persona. ¿Cree que esto enseñan hoy las carreras de intérprete? En la actualidad hay una amplia oferta académica pero hay pocos lugares donde se ofrece una formación profunda y que permite a los alumnos desembocar en el mercado laboral. También es cierto que el actual mercado laboral es diferente según se viva en Argentina, Europa o Estados Unidos, donde están las sedes de los principales organismos internacionales. También el tipo de trabajo es otro, no es lo mismo hacer de intérpretes en una asamblea general de Naciones Unidas o de la Unesco, una vez cada dos años, donde hay cerca de 200 países reunidos con sus delegados representantes; y otra cosa es trabajar con un especialista que viene a dar un seminario de altísimo nivel durante tres semanas. Me animo a decir que hay más mensaje, la posibilidad de un aprendizaje más profundo en los seminarios personales… me acuerdo que en los años 70, me contrataron para acompañar a un norteamericano que venía a dar seminarios de tres o cuatro días para distintas empresas argentinas sobre lo que se llamaba “Gestión por objetivos”. Me fascinó la presentación… me acuerdo que, en las pausas, muchos gerentes me decían que eso sólo podía aplicarse en Estados Unidos. Me di cuenta muchos años después todo lo que había aprendido de ese seminario y cuánto aplicaba en mi vida diaria.No para de aprender… Por eso me apasiona la tarea de intérprete, uno a veces está en la punta, en la avanzada de la ciencia, la gestión, los cambios en las relaciones humanas. En el mundo desarrollado hubo de 1960 a 1990 una transformación buscada, aprendida y valorada en cuando a las relaciones humanas. Se puso el énfasis en la comunicación, en la necesidad de que la información no sólo baje sino que también suba en cualquier ámbito, una empresa, una institución, una familia… esto se evidenció no tanto con conocimientos teóricos sino con prácticas. A mí me sirvió como un gran impresionante. Por su trabajo, se convierte en la voz del que habla. ¿Se hace más difícil cuando no siente ninguna empatía?Me pasó en varias ocasiones. Pero una de las situaciones más difíciles que experimenté fue a la inversa, la empatía y emoción que sentí cuando fui la voz de un grupo de personas que dieron su testimonio como víctimas de tortura en una reunión de Amnistía Internacional. Otra experiencia que no olvidaré ocurrió hace muchos años, yo tenía 20 y pico de años, cuando fui contratada por un periodista del The New York Times que vino en misión de buena voluntad para encontrarse con el presidente de Argentina. Durante la antesala, encontré un artículo en el diario La Nación sobre el tema de la entrevista, y se lo traduje al periodista. Después de tres horas de espera, fuimos recibidos por un ministro del Interior y ya cuando terminaba la reunión, el periodista le comenta sobre el artículo. El ministro escuchó y luego, dirigiéndose a sus asesores, preguntó: "¿Alguno de ustedes vio ese artículo?". Respondieron que no. "Pues yo tampoco", dijo. Y mirándonos a los ojos nos dijo con cara extrañada: "Están equivocados, ese artículo no se publicó en un diario de Buenos Aires". Me quedé muda. Cómo sería mi estupor que desde entonces, cada vez que tenía que traducir lo que decía el ministro no lo hacía -como se hace siempre- en primera persona, sino en tercera. Después me explicó el terapeuta, no podía entender que ese ministro negara la existencia de la realidad, porque él no cuestionaba lo que decía el artículo periodístico sino que negaba su existencia. ¿Ocurrió en un gobierno militar?No, en un gobierno democrático pero me reservo los nombres por una cuestión de ética profesional.¿De los que interpretó, a quién recuerda con orgullo?A Neil Armstrong, el primero en pisar la Luna. Fue en Marruecos, en 1996, cuando dictó una charla invitado por la Academia Real de Marruecos en Marrakesch. Me sorprendió lo tímido e introvertido que se mostraba. Después de la conferencia, compartimos una cena y me atreví a contarle que tenía un cuaderno donde escribía los sueños que recordaba y le pregunté si quería firmar el cuaderno. Para mí fue un símbolo, porque él cumplió con uno de los sueños de la humanidad.
Discussion about this post