La Argentina se asoma a un nuevo punto de partida. Con Mauricio Macri o Daniel Scioli, el país dará un giro -brusco o menos pronunciado- respecto del sello impreso por Néstor y Cristina Kirchner con mano de hierro por doce años y medio.Pese a esas variantes de nuevo ciclo, la disputa parece haberse simplificado para una porción grande del electorado en el eje continuidad o cambio, es decir Scioli o Macri.Con ese rasero, pesan a la hora de elegir otras variables como la adhesión o el voto castigo al gobierno actual o la vieja rivalidad peronismo-antiperonismo.Uno de ellos será el encargado de reorientar un país con tensiones institucionales, cepos y desequilibrios macroeconómicos, pero que está mejor posicionado que hace una década para iniciar de una vez por todas el camino al desarrollo.Pese a la radicalización del discurso de Scioli de los últimos días, gane quien gane lo primero que cambiará será el estilo político: de un centralismo combativo a un liderazgo menos estridente y abierto, cuyo desafío en todo caso será no mellar nuevamente la autoridad presidencial como ocurrió en 2001.De acuerdo con lo anticipado por los candidatos y con los matices que cada uno impondrá a su eventual gobierno, habrá nuevo reparto de barajas en la relación entre el Poder Ejecutivo con el sector agropecuario, los medios de comunicación y cambiará la política exterior. La interacción y conflictos entre poderes principalmente con la Justicia también tendrá relanzamiento. Macri más optimistaEl punto de inflexión actual es inédito por donde se lo mire: termina el período de gobierno más largo de la historia argentina -si se cuentan las tres presidencias kirchneristas- y en una segunda vuelta que tampoco tiene antecedentes.Ahora, la disputa central es por unos siete millones de votos que quedaron huérfanos luego de haber ido en la primera vuelta a Sergio Massa -5 millones-, Margarita Stolbizer, Nicolás del Caño y Adolfo Rodríguez Saá, quienes decidieron no apoyar directamente a ninguno de los dos finalistas.A diferencia de aquella elección del 25 de octubre, el que llega mejor pisado ahora es Macri precisamente porque su rival no logró sumar más adhesiones al piso que el kirchnerismo estaba en condiciones de transferirle como candidato del “modelo”.Scioli, un tenaz optimista, sufrió por errores no forzados de la campaña del oficialismo, pero luego buscó modificar el rumbo de una posible derrota despegándose del gobierno, adoptando promesas hechas por Massa, haciendo recorridas incansables por todo el país y con una fuerte campaña de denuncia contra su adversario.El exmotonauta acusó a Macri de estar planificando una megadevaluación que conllevaría un ajuste y la pérdida de poder adquisitivo de las capas medias y bajas de la sociedad.La estrategia final del oficialismo surgió cuando Alfonso Prat Gay, designado por Macri como uno de sus voceros económicos, reveló que un gobierno de Cambiemos liberará el cepo cambiario y permitirá que el dólar oficial suba hasta un punto de equilibrio.El nuevo eje desperfiló a Scioli, quien había basado su carrera política en mensajes esperanzadores, pero al menos mantuvo una línea homogénea como última bolilla: la campaña negativa y la economía que viene en el centro de la disputa.Macri, recostado en encuestas que lo dan ganador y asesorado por su gurú ecuatoriano, Jaime Durán Barba, apostó en el tramo final a presentarse como el candidato de la pacificación nacional y jugó al error cero a que pasen los días.Sin embargo, sobre la campana tuvo que reconocer que su decisión de liberar el cepo inmediatamente en caso de asumir la Presidencia es impracticable. Más bien, en caso de ser encumbrado, buscará ahora una salida más gradual a una de las peores medidas en política económica de la historia argentina.Si bien mantuvo en reserva el nombre de su eventual ministro de Economía, aseguró que será un “desarrollista” y orientó todas las miradas hacia Rogelio Frigerio, nieto de una de las figuras históricas del MID, pero también aparecen Prat Gay y Javier González Fraga.Al frente de una formación sin peronistas, el jefe de Gobierno juega también con el veredicto de buena parte de sus asesores de que aproximadamente un 60 por ciento de la población quiere un cambio más profundo que el que puede mostrar su rival.Scioli construyó su eventual gabinete con hombres de confianza, prácticamente sin continuidad, y prometió “cambiar lo que haya que cambiar”, pero llevó en las listas al kirchnerismo duro y mantendrá funcionarios cuestionados como el jefe del Banco Central Alejandro Vanoli. Por eso en caso de perder el balotaje sería depositario de una gruesa carga de “voto castigo”.En ese contexto, tal vez una parte significativa de votantes prefieran asomarse a un precipicio en materia económica -el aliento al consumo y los subsidios mantuvieron a muchos bolsillos a salvo- con tal de renovar el aire político.Reaparecen subyacentes también en esta serie decisiva algunos karmas del peronismo, como la imposibilidad de que un gobernador bonaerense llegue a presidente y de que un justicialista electo le calce la banda a otro surgido de las urnas.Con esos guiños de la historia y sondeos que le sonríen, el frente opositor llega entusiasta al día D, mientras que en el FPV esperan que una vez más los encuestadores hayan pifiado para que el PJ prolongue su estadía en la Casa Rosada.
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