Una de sus atletas se había lesionado el tobillo y decidió participar igual de la competencia internacional, vendada, lagrimeando de dolor, pero dispuesta a arremeter la coreografía con lo mejor de sí porque si ella abandonaba, todas sus compañeras quedaban descalificadas. Otra de sus deportistas de alto rendimiento, también lesionada, hizo lo mismo en otro torneo internacional. En el primer caso, las compañeras de “coreo” terminaron abrazadas y llorando de la emoción. En el segundo, los atletas de todas las demás delegaciones argentinas armaron una gran y bulliciosa barra para apoyar a la guerrerita que decidió jugarse por el grupo. Estos son los valores que aporta el deporte a la vida de cualquier persona (tan importantes en la formación de los niños) y son los que esta “profe” en particular fomentó hasta la fecha en las más de 2.500 chicas misioneras que pasaron por su instituto de aeróbica de competición en 25 años de carrera. “Las medallas son lindas, en el momento son muy valoradas, pero después quedan en un estante juntando polvo. Lo que permanece es mucho más profundo cuando se practica un deporte en equipo: queda la amistad incondicional, la conciencia sobre la responsabilidad que tenemos como parte de algo que nos trasciende y que a la vez necesita de cada uno, el valor del esfuerzo, la convicción profunda de que se pueden cumplir los sueños”, resume esta maestra de la vida que, justamente, puede hablar del valor relativo de las medallas pese a que sus alumnas consiguieron varios “oros y platas” en los podios de los torneos más competitivos del mundo. “Rossana Gutierrez” hace rato dejó de ser sólo su nombre para pasar a ser una marca registrada en la provincia. Cuando arrancó hace más de dos décadas la cosa era distinta. No sólo tenía que presentarse como joven profesora siendo casi una nena y en un ambiente deportivo muy cerrado, sino que además tenía que dar a conocer una disciplina que ni siquiera era considerada un deporte. “Eran tiempos difíciles porque no se conocía la aeróbica de competición y menos que menos se consideraba lo que es realmente, un deporte de alto rendimiento”, recuerda. Rossana supo de él gracias al histórico profesor de gimnasia “Panchito” Rodríguez, el decano del Instituto del Deporte quien la entusiasmó para que hiciera el instructorado en Buenos Aires, viajando como podía y hasta ocultándole a sus padres la verdadera causa de sus traslados. Entonces “hacía como que” estudiaba abogacía. Hoy es su pasión, y es tan fuerte que logra transmitirla a sus deportistas. Y es tan potente que además le posibilitó convertirse en una experta en golpear puertas, en convocar, en unir y motivar para que sus atletas puedan seguir compitiendo.Por eso se entiende el gran protagonismo que tienen los papás de sus alumnas ante cada viaje fuera de la provincia o el país. Para estos objetivos no hay clases sociales diferentes, ya que según cuenta, todas las deportistas tienen la posibilidad y el derecho de viajar a los mejores campeonatos de Brasil o Estados Unidos de acuerdo a su rendimiento y no a su bolsillo. Para hacerlo realidad los papás y las chicas, incluso las que no viajarán, trabajan duro durante meses, “porque lo importante es que el Instituto esté lo mejor representado posible”, en una muestra notable de desapego y solidaridad. “Vendemos ropa usada en la costanera y hacemos otras actividades para juntar fondos. Cuando nos juntamos, tenés que ver a algunos papás que tienen una mejor condición económica que otros y que de igual forma se instalan en el puesto, y hasta se prueban una camisa por encima de la ropa para que los compradores vean cómo queda”, cuenta con humor. Desde que se inició en el año 1991 en los talleres de gimnasia de la Escuela Fraternidad y pasando por diferentes clubes y gimnasios hasta llegar al emprendimiento propio, pasó mucha agua bajo el puente. El primer viaje con sus atletas fue en 2003, cuando se consagraron Campeonas Nacionales. En 2009 se alzaron con el título de Campeonas Sudamericanas en el Campeonato Libraf, puesto que mantienen en forma consecutiva hasta el día de hoy. Desde 2010 en adelante, participan en el National Aerobics Championship de Estados Unidos y en el 2012 consiguieron la primera Medalla de Oro. Hoy el Instituto integra a la Federación Misionera de Gimnasia en la que Rossana es secretaria técnica de la Rama de Aeróbica. También es miembro del Comité Nacional de Gimnasia Aeróbica, y sus deportistas se alzaron nueve veces por el premio PRIMERA EDICIÓN al mejor deportista del año. La meta a corto plazo es que las atletas puedan participar del mundial de Corea para el cual están calificadas. Lógicamente es un sueño que cuesta plata, pero ella, “sus” chicas y sus familias confían, como lo hicieron siempre, en esa enorme capacidad colectiva de cumplir los sueños, así sea una sola la que llegue. “Hay cosas más importantes que las medallas”, vuelve a insistir Rossana varias veces a lo largo de la charla, en especial cuando agradece a su esposo y a su familia, y cuando responde a la pregunta sobre su logro más preciado: “Como grupo, hace un tiempo logramos incorporar a una atleta con síndrome de down y hoy no sólo es una deportista más, sino que sigue y sigue aprendiendo. Este año se suma otra niña con esta condición que aprendimos a respetar, porque son miles de condiciones más las que resaltan. Ese fue un aprendizaje hermoso para todos y me hace sentir muy feliz que lo hayamos logrado”. Los ojos le brillan húmedos cuando habla de su equipo de gimnastas repartidas en las cuatro filiales, incluidas también las niñas de una institución de contención social que por decisión del conjunto, tienen acceso a la práctica en forma gratuita. Valores, no medallas, repite varias veces en la nota. Lindo es despedirla entendiendo profundamente el concepto. Por Mónica [email protected]
Discussion about this post