En estos días que leemos sobre tantas situaciones de injusticias respecto a los sufrimientos que padecen personas inocentes, tanto en nuestra patria como en el mundo, siempre nos surge la pregunta: ¿por qué Dios permite el sufrimiento en la vida humana? Son muchas veces los inocentes los que padecen tantos atropellos, carencias de todo tipo, enfermedades, accidentes, etc. Aun más es nuestro desaliento cuando el dolor y sufrimiento nos tocan a la puerta con la enfermedad de un familiar o la propia, decepciones de la vida, complicaciones en el trabajo, dificultades financieras, accidentes, etc. Aunque somos conscientes de que los problemas son partes de la vida, son momentos fuertes que hacen tambalear nuestra fe y las convicciones. Más de una vez nuestra fe se debilita y se transforma en resentimiento contra Dios por no aceptar lo que nos pasa.El mejor ejemplo ante los sufrimientos de nuestra vida cotidiana nos da el mismo Jesús. Ante el sentimiento de injusticia y dolor en el Huerto de los Olivos exclamó: “Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Jesús nos enseña a abrazar el sufrimiento libremente desde el amor. La angustia encuentra sentido al esforzarnos por ser fieles al camino del amor: para los hijos, para la familia, hacia aquellos que ni conocemos. Jesucristo sufrió hasta el extremo en la cruz por amor a nosotros. Esta es la clave: por amor. Todo, absolutamente todo, hemos de vivirlo, de abrazarlo por amor. Así como nos redimió el mismo Jesús. Pero nuestra sociedad moderna rechaza sistemáticamente todo sufrimiento. Hemos inventado infinidad de pastillas para contrarrestar todos los dolores y problemas físicos. Sin embargo, desde la fe logramos comprender que el sufrimiento no es algo para rechazar, sino que es una oportunidad para unirnos a Cristo y cooperar en la redención del mundo. De nada vale el sufrimiento por sí mismo. Lo que adquiere sentido, es la entrega amorosa que hacemos de nuestra pesadumbre a Dios.La cruz, la señal del cristiano, es signo de nuestra entrega al sufrimiento por amor. Nos recuerda a Cristo, que se entregó por nuestra redención. El sufrimiento tiene un gran valor cuando lo abrazamos por amor. Ante el dolor podemos unirnos a la cruz de Cristo o rebelarnos contra Dios y culparlo.“El sufrimiento tiene un gran valor: expía el mal, une al sacrificio de Jesucristo como expresión de amor y confianza en El y ofrece a Dios un sacrificio de alabanza”. El sufrimiento unido a los padecimientos de Cristo nos asemeja a Él, que libremente abrazó la cruz por amor. Dice San Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).Ojalá que no aparezcan cuestionamiento sobre por qué me pasa esto, sino que podamos encontrar el verdadero sentido a nuestras enfermedades, sufrimientos, situaciones de soledad, etc. desde la fe y ofrecerlo como un sacrificio junto a la cruz. Que la misma esperanza de nuestro Maestro Jesús nos acompañe y nos anime para así poner toda nuestra confianza en la promesa de Jesús, que nos asegura que estará a nuestro lado siempre: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo” (Mt 28, 20). ¿Entonces por qué preocuparnos? Sólo nos queda confiar plenamente en su infinita Misericordia.P. Juan RajimónMisionero del Verbo Divino
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