Los protagonistas cambian pero el drama se repite demasiado en los últimos tiempos, en las rutas misioneras y en las calles y avenidas posadeñas: conductores alcoholizados, que circulan libremente por la ciudad violando la Ley de Tránsito, pierden el control de sus vehículos y provocan la muerte de personas inocentes. En esta oportunidad, las víctima fatales fueron Abelardo Benítez (47 años) y Lidia Raquel Rodríguez (35 años); conductor y pasajera del auto de alquiler que fue embestido violentamente en la madrugada del domingo, mientras se hallaba detenido ante el semáforo en el cruce de las avenidas Centenario y San Martín de esta ciudad. Ambas víctimas, Abel y Lidia Raquel, eran ciudadanos ejemplares, sostenes de sus respectivos hogares y dejan detrás suyo dos familias desprotegidas y marcadas para siempre por el dolor de una tragedia injusta y evitable. Es que en los accidentes intervienen -no en menor medida- los escasos o inexistentes controles; la inoperancia de las autoridades políticas y la inercia de una Justicia impasible ante las demandas del ciudadano. No es difícil apreciar que el contenido alcohólico detectado en la sangre del conductor, de veinte años de edad, es un elemento influyente en la forma en que se desencadenaron los hechos; como ya ocurriera en el choque que donde falleció la artista María Teresa Warenycia, por citar apenas un caso. Paradójicamente, la tragedia se produjo prácticamente el día en que se cumplía un mes desde la aprobación de la llamada “tolerancia cero”, normativa municipal posadeña a la que se le dio más publicidad que medios y acciones concretas para hacerla efectiva. El cero de tolerancia -no hay que olvidarlo- no se cumple con sólo determinar en los papeles, un porcentaje mínimo de ingesta alcohólica. Exige actuar con la máxima severidad tanto en los controles diarios como en las sanciones que merecen quienes incumplen, casi siempre impunemente, la Ley.
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