Estamos a menos de un mes de cumplir los 200 años como nación y nos topamos con una situación impensada hasta hace algunos años. En el Vaticano está sentado un Papa argentino y hasta ahora nadie sabe bien cómo manejarse con esa autoridad. Porque el mismo Pontífice pareciera que da señales contradictorias. Aquel rostro adusto de Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires mutó a la de la figura del Papa bueno. Seguro sigue siendo la persona con las mismas convicciones de siempre, pero en estos últimos meses lo pusieron y se expuso a la polémica. Los exégetas de Francisco afloraron por todas partes y esta no es la excepción. En su rol como jefe del obispado porteño tuvo roces con los Kirchner. En el tedeum de 2004, la homilía estuvo dirigida a cuestionar el exhibicionismo y el anuncio estridente de los gobernantes. Con el correr de los meses, a través de los interlocutores, las críticas de Bergoglio eran habituales en la Rosada. Al año siguiente Néstor Kirchner rompió la tradición y quebró oficialmente la relación al participar de la misa patria por el 25 de mayo en Santiago del Estero. En 2005, Néstor lo acusó de ser el jefe espiritual de la oposición, por las palabras de la Iglesia sobre el “crecimiento escandaloso de la desigualdad”. Luego, el proyecto por el matrimonio igualitario separó aún más la distancia entre la Casa de Gobierno y el obispado. Bergoglio llegó a decir que no se trataba de un mero proyecto legislativo, sino “una movida del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”. “Que nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios”. Cristina ya era presidenta y lo cuestionó. Dio sus argumentos a favor al decir que le parecería una distorsión terrible de la democracia si las mayorías gobernantes les negaran derechos a las minorías. Le preocupaba además el tono bíblico, similar a la época de las cruzadas en la discusión que planteaba Bergoglio por el matrimonio gay. Y en 2009, la mano de obra pesada militante planeó darle un escarmiento. Aníbal Fernández era jefe de Gabinete y le llegó un mail anónimo en el que le advertían que el grupo de Luis D’Elía quería atentar contra Bergoglio. “Sr. Ministro. Van a atentar contra la vida del Cardenal Bergoglio los encargados de ejecutar el hecho son un equipo del círculo más íntimo de D’Elía, a quienes habría convocado, van a recibir a cambio mucho dinero para irse del país y D’Elía les asegurará la impunidad absoluta. Ya tienen la información sobre los movimientos del cardenal, el hecho sería inminente. El cardenal Bergoglio no posee custodia ni auto oficial por su propia voluntad, piensa y actúa como jesuita, se traslada solo y generalmente en colectivo o subte. Este regalo se lo van a la colgar a la Presidenta en el arbolito de Navidad. Ministro no necesito explicarle por qué motivos no me doy a conocer. Acepto muchas cosas pero esta es una locura que no perdonaría jamás”. Esas palabras figuran en el expediente judicial que se abrió por amenazas. La Policía Federal dio custodia discreta al Cardenal quien hasta usó un chaleco anti balas en un par de ocasiones. Ese mail nunca se confirmó, pero por precaución, D’Elía fue vigilado durante varios meses. “La única verdad es la realidad” decía Perón y el 13 de marzo de 2013, el kirchnerismo debió enfrentarse a lo impensado. Jorge Bergoglio fue elegido Papa. En un giro intelectual y de formas tan propio de la política vernácula, Cristina Kirchner no tuvo más remedio que acercarse a Francisco desde una posición de admiradora, a ese argentino que llegó a ese lugar de liderazgo mundial tan relevante. Y fue ella, y llevó candidatos para la foto y muchos de los que lo criticaban reconocieron “ok, perdimos, ahora todos para allá”. Y fue también el jefe de Gobierno Mauricio Macri y hubo sonrisas. Y llegó el 2015 con la efervescencia de las elecciones. El modelo se ponía otra vez a prueba. Dicen que Francisco se metió en la contienda. Dicen que bajó línea para que los párrocos de la provincia de Buenos Aires sugirieran a los fieles que no iba ser bueno si Aníbal Fernández ganaba las elecciones a gobernador. Y el kirchnerismo sufrió la peor derrota de su pequeña historia y arrastró a todo el peronismo. Por supuesto que esa derrota no se explica únicamente por esa supuesta operación de Francisco, pero, por sí o por no, pareció que el jefe espiritual de los católicos empezó a meterse en la política argentina. Los kirchneristas mascullaron bronca y no se escuchó ningún epíteto contra el Papa. El desconcierto buscó culpables adentro del movimiento, pero también afuera con los “traidores”. Y parece que hicieron bien al no enojarse con él, porque Francisco recibió a los “des-apoderados” después de doce años de Gobierno. Una semana antes de la asunción de Macri, recibió al exsecretario de Comercio, Guillermo Moreno, en Santa Marta y otra vez el Papa fue cuestionado por los anti K, por su cercanía con uno de los personajes más polémicos del kirchnerismo. Milagro Sala fue detenida a mediados de enero, en medio de una polémica gigantesca acerca de si era legal su encarcelamiento. Un mes después se supo que Francisco le envió un rosario a la dirigente jujeña. Horas de tv y radio y cientos de páginas de diarios intentaron explicar por qué el Papa tomaba partido por “una delincuente” como le espetaban los opositores a Milagro, y no hacía silencio ante un hecho judicial que también estaba viciado de política. “¿De qué lado está Francisco? ¡Ahora resulta que se apiada de los corruptos que antes lo odiaban!”. A fines de febrero el presidente Macri viajó al Vaticano para visitar al Papa. La reunión duró 22 minutos y el lenguaje gestual de Bergoglio mostró desagrado e incomodidad. Otra vez se intentó escudriñar la mente del Pontífice, esta vez, para entender el por qué de su frialdad. El kirchnerismo argumentó que el Papa estaba molesto por la política de despidos y la inflación que había comenzado a golpear a los argentinos. Desde el Gobierno debieron buscar palabras para bajarle el tono a lo que se veía claramente como una relación distante con el mandatario. Algunos explicaron que “el Papa es peronista”, y sostuvieron esa tesis con fuertes argumentos que iban desde la historia misma de Bergoglio, al lado social que caracteriza al movimiento, en oposición a las políticas liberales que había empezado a implementar Macri y la prédica a favor de los pobres del Pontífice. Pero la sorpresa más grande ocurrió cuando se supo que Hebe de Bonafini recibió la invitación para visitarlo. La titular de Madres de Plaza de Mayo, cuya organización había quedado envuelta en uno de los más escandalosos casos de corrupción y quien había dicho &ldq
uo;Bergoglio es la basura”, acudió al llamado del sucesor de Pedro. Para echar más leña a la hoguera, aunque tal vez sin querer hacerlo, la referente social Margarita Barrientos contó en una entrevista que dos años atrás, la echaron a ella y a otro grupo de argentinos cuando esperaban que se hiciera presente Francisco en una de las dependencias del Vaticano. Elisa Carrió dijo que sentía “vergüenza ajena” que el Papa no hubiera recibido a alguien como Margarita. El caso ocurrió cuando Macri tenía una relación “sonriente” con Francisco y se pudo explicar la reacción del Pontífice por la presencia de un integrante de la familia Pallarols, a quien el Papa no quiso recibir por una historia de un cáliz que recorrió la Argentina y cosechó dinero de donaciones que fueron a parar a los bolsillos del orfebre. Al parecer nunca se enteró que Barrientos estaba con ellos. El kirchnerismo reciclado empezó a hacer operaciones con los minutos que el Papa recibió a Macri y el supuesto desplante a la referente del comedor Los Piletones. Cada uno tiró de su lado e hicieron política con Francisco. Para pegarle al presidente y para pegarle al Papa por “recibir a corruptos”. Así, la balanza se inclinó a favor del lado K de la grieta. ¿Hubo un cambio de Bergoglio a Francisco? ¿Qué pasó en su cabeza desde el 2004 a esta fecha? ¿Mutó de anti K a anti Macri? ¿afloró su costado peronista y anti liberal a pesar de la corrupción evidente del kirchnerismo? Todos tienen una opinión al respecto. Es probable que Jorge Omar Bergoglio sea el mismo de siempre, pero en una versión más profunda de sus convicciones. Desde que se hizo masivamente público su pensamiento, estuvo contra la ostentación de la riqueza y la corrupción del poder, lo hemos visto enemistarse con los Kirchner por eso. Pero como ejemplo de buen cristiano y jefe de la Iglesia, en una señal de perdón, también lo hemos visto permitir el acercamiento de quienes lo habían vituperado años atrás. La política de ajuste que implementó Macri seguramente no hizo otra cosa más que recrudecer su crítica a quien priorizó el tecnicismo económico por sobre la vida real de miles de argentinos que desde hace mucho se les hacía difícil llevar el pan al hogar. Entendió que no se hizo algo previo al plan de estabilización, para que no sufran los que están en la periferia de la sociedad. Ahí podría estar la explicación de por qué pareciera que está más alegre con los referentes del kirchnerismo, que aunque hay muchas denuncias por supuestos fondos mal habidos, sus políticas priorizaron atender a las clases bajas antes que hacer lo correcto con la economía para que no se profundizaran los problemas. Seguramente se lo habrá dicho a Macri cuando se reunió brevemente con él, pero también se lo habrá dicho a los kirchneristas que lo visitaron. Es casi una verdad de perogrullo que habrá pedido que mantengan la paz entre todos, que busquen la forma de encuentro y que cada sector haga ver al otro en lo que se equivoca o busque Justicia para los que están manchados con dinero de la corrupción. Ya hace más de tres años que Bergoglio es Papa y sigue resultando extraña la trascendencia que tiene sobre la clase política nacional. Lo convirtieron en el reservorio moral de la nación, según el momento y según quién sea el que lo interpreta. Y hace acordar a aquel viejo eslogan del peronismo. Si los Kirchner o Macri al Gobierno, Francisco al poder. Colaboración: Lic. Hernán Centurión
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