De acuerdo con una encuesta realizada en abril de 2016 por la Universidad de Harvard, el apoyo al capitalismo alcanzó el mínimo histórico. El 51% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años lo rechaza, mientras que el 42% se expresa a favor de este sistema. Por su parte, el 49% ve positivo el socialismo, constata la autora del artículo, Sarah Kendzior.Sin embargo, John Della Volpe, responsable de la encuesta de Harvard, aseguró que los encuestados no rechazaron el capitalismo como concepto.Interrogantes¿Por qué los jóvenes estadounidenses se dan por vencidos con el capitalismo? ¿Debemos realmente sorprendernos que estén rechazando el status quo económico?Para hallar la respuesta a estos interrogantes basta con imaginar que se tienen 20 años, es decir que cuando ocurrió lo del 9/11 tenía cinco años y todo lo que recuerda es que, desde entonces, Estados Unidos ha estado en guerra.Siguiendo con este despliegue imaginativo cuando tenía doce años, en 2008, la economía mundial se derrumbó y después de años y años en los que el presidente George W. Bush alentó el consumismo como una respuesta al terror, el país demostró ser más débil de lo que pensaba, los sectores más pobres e incluso la clase media cayeron rápidamente, muchos perdieron sus trabajos y muchos más incluso sus hogares.Pero no todo podía ser malo, ¿o sí? En 2009 los políticos comenzaron a afirmar que la recesión había terminado. Pero quien caminaba las calles comprobaba que si era cierto que la recesión había terminado, no pasaba lo mismo con las dificultades. Los salarios seguían estancados o cayendo, los costos del cuidado de la salud, el cuidado de niños y la educación continuaban aumentando exponencialmente.Lo que antes era un privilegio y un sello casi indeleble del sueño americano, los puestos de trabajo a tiempo completo, terminaron convirtiéndose en contratos solamente, con una radical reducción de los beneficios y las expectativas de la vida americana de toda una generación se desmoronaron.¿Y la educación?El tradicional sueño americano siempre se basó en la educación universitaria como la clave para un buen trabajo. Pero eso también acabó perdiéndose ya que los graduados de la universidad se están ahogando en deudas estudiantiles y trabajan por el salario mínimo o en prácticas no remuneradas. Los tradicionales y prestigiosos puestos de trabajo están agrupados en ciudades donde el alquiler se ha triplicado o cuadruplicado en el plazo de una década. No cualquiera se puede permitir el lujo de moverse, y muchos ni siquiera el de quedarse. Fuera de estas ciudades, centros comerciales recién abandonados se unen a las fábricas en la misma situación.Ya no queda nada.Resumiendo, la generación de estos jóvenes tuvo que vivir varios acontecimientos que afectaron la economía de EEUU y se reflejaron considerablemente en la calidad de sus vidas: el 11/09 involucró al país en interminables guerras, mientras que el colapso de la economía mundial en 2008 dejó a muchos sin trabajo y hasta privó a algunas familias de sus viviendas.En 2009, los políticos afirmaron que la recesión había terminado. Pero en realidad, sus efectos seguían dificultando la vida de los estadounidenses: los salarios estaban estancados o cayendo; los costos del cuidado de la salud, de los niños y la matrícula seguían aumentando drásticamente; los puestos de trabajo a tiempo completo se convertían en posiciones de contrato mientras que los beneficios se reducían radicalmente. Los oficios de la clase media se reemplazaban por trabajos de servicio mal pagados. Las expectativas de la próspera vida americana que tenían los padres cuando nacieron estos jóvenes, se derrumbaron. “En definitiva sobrevivir es el nuevo sueño americano (American dream)”, aseguró Kendzior.No es todo en contraQue el sueño americano tradicional se esté modificando no quiere decir que la juventud estadounidense esté dispuesta a abandonar el capitalismo. No, para nada.John Della Volpe, director de la encuesta de Harvard, comentó que los encuestados no rechazaron el capitalismo inherentemente como concepto, sino “la manera en que el capitalismo se practica hoy en día, eso es lo que están rechazando”.En otras palabras, el capitalismo tiene menos atractivo en una época en que la mano invisible se siente como un abrazo de la muerte. Los estadounidenses menores de 20 años han tenido poca o ninguna experiencia adulta en una pre-gran economía de la recesión. Las viejas generaciones daban por sentado las promociones, salarios que aumentaban con el tiempo, la semana laboral de 40 horas, los sindicatos, beneficios, pensiones, lealtad mutua entre los empleadores y empleados, principios de la vida laboral cada vez más difíciles o imposibles de encontrar.Las expectativas de la vida americana se formaban en la premisa de que la autosuficiencia era posible, pero casi la mitad de los estadounidenses no tiene 400 dólares a su nombre. La brecha entre la retórica de la “recuperación económica” y “bajo nivel de desempleo” y la realidad de cómo vive la mayoría de los estadounidenses es lo que describe las dificultades económicas generalizadas.Los votantes no sólo rechazan el statu quo, sino cómo el status quo es representado por los medios de comunicación y los políticos, rechazan a destajo esa ilusión de que la economía es fuerte y que el sufrimiento es la excepción y no la regla.Esta es una época donde las batallas retóricas se peleaban por términos que han perdido significado claro. En un intento de aplacar a una población enojada, “neoliberal” ha pasado de ser un término que describe un defensor de las políticas económicas y políticas específicas a ser un insulto lanzado de forma indiscriminada en las redes sociales. En un año de debates y cruces políticos, gracias a Trump, la palabra “fascista” ha vuelto a entrar en el vocabulario de Estados Unidos, como una forma de restar importancia a las políticas brutales e ilegales que el multimillonario estaría dispuesto a aplicar sobre la base de que no emulan precisamente líderes fascistas extranjeros del pasado. Mientras tanto, Trump castiga a Clinton por no usar el término “Islam radical”. Este combate sobre etiquetas ilustra las profundidades de la confusión ideológica reinante.Es en este marasmo retórico que se debate si los jóvenes estadounidenses apoyan al “socialismo” o “capitalismo” se omite el hecho de que a los jóvenes se les hicieron preguntas no sólo sobre el socialismo y el capitalismo, sino también otras cuatro categorías.“¿Cuál de los siguientes, si los hay, son compatibles?”, preguntó el cuestionario, dando las opciones del socialismo, el capitalismo, el progresismo, el patriotismo, el feminismo, el activismo y la justicia social. Ninguno de los términos se definió. Los encuestados podían elegir más de uno.&
nbsp;“Socialismo” recibió el 33%, en realidad el apoyo más bajo. “Patriotismo” recibió el mayor apoyo, un 57%, mientras que las tres categorías restantes fueron apoyadas por aproximadamente la mitad de los encuestados.¿Estas preguntas qué nos dicen en realidad sobre la lealtad de los jóvenes a las ideologías? Nada. Las respuestas reales se encuentran en interrogantes sobre las políticas. Cuando se les preguntó si apoyaban la idea de que las “necesidades básicas, como la alimentación y la vivienda, son un derecho que el Gobierno debe proporcionar a aquellos que no pueden pagarlos”, el 47% de los encuestados dijo que “sí”. ¿Esto indica apoyo al socialismo? No necesariamente. Sino que indica que los encuestados crecieron en un Estados Unidos donde un gran número de sus compatriotas ha tenido problemas para pagar la alimentación y la vivienda, y quieren que el sufrimiento se detenga.No es necesario un estudio para determinar la situación de la juventud americana. Se puede ver en sus cuentas bancarias, en los puestos de trabajo que tienen, en los trabajos que sus padres han perdido, en las deudas que poseen, en las oportunidades que codician, pero se les niegan. No es necesario jerga o ideología para formar un caso en contra del status quo. La acusación más clara de la situación actual es el estado en sí de dicho status quo.Cómo afecta a América Latina el empobrecimiento de EEUU¿Por qué deben preocuparse las familias de la floreciente clase media en Guanajuato, México, de las penurias económicas que sufren familias estadounidenses de una clase media que se desploma en Cleveland o Cincinnati? Pues porque sus destinos pueden estar más entrelazados que nunca.La prosperidad económica de muchas familias de América Latina depende de trabajar para fábricas que exportan a Estados Unidos. Y el comportamiento de esas exportaciones puede a su vez depender de cómo se sienten financieramente -y por ende, de cómo votarán en las elecciones de noviembre- sus contrapartes estadounidenses. Pero además, el apoyo al libre comercio está desapareciendo del lenguaje de muchos dirigentes en esa nación.Una combinación de problemas económicos de los trabajadores estadounidenses y el surgimiento del fenómeno político de Donald Trump amenaza con sentirse en muchos barrios latinoamericanos dependientes de las exportaciones al norte.Y naciones como Colombia, Perú y varios otros podrían tener que enfrentar llamados desde partes de la sociedad estadounidense a revisar la conveniencia de sus acuerdos comerciales.La industria automotriz mexicana es un muy buen ejemplo. La misma experimenta un auge que ha creado más de 100.000 empleos nuevos desde 2010, muchos de ellos bien pagados. Es una tendencia que ha permitido el fortalecimiento de una clase media en un país como México, donde tradicionalmente la polarización entre ricos y pobres ha sido la norma.Y el dinero para estas fábricas mexicanas viene principalmente de Estados Unidos. Apenas en abril pasado, Ford anunció la construcción de una nueva planta en San Luis Potosí, a un costo de US$1.600 millones. Y la razón principal por la que todo ese capital fluye a México es por el libre comercio.Las factorías pueden exportar libremente a Estados Unidos los miles de autos que producen en México, lo que ha hecho que el país construya más automóviles que Detroit y que la industria automotriz mexicana sea tal vez la vitrina más optimista. Todo esto podría cambiar con Donald Trump, quien califica al tratado de libre comercio con México y Canadá como “el peor de la historia”. Un mensaje que cala entre su electorado clave: los obreros blancos estadounidenses.Hace un par de décadas ellos podían aspirar con confianza a ser parte de la clase media de su país, pero ahora muchos luchan para no caer en la pobreza. Y ven en el libre comercio una amenaza frontal a sus intereses. La clase media es ahora más pequeña en Estados Unidos.Según un estudio del Centro Pew, un organismo privado de investigación estadounidense, ha caído de ser el 61% de la población total en 1951, al 50% en nuestros días.Ya ha sido bien documentada la importancia de este fenómeno para explicar el surgimiento de la candidatura presidencial de Trump como una especie de voto protesta de quienes se han ido quedando atrás en el escalafón económico estadounidense.Y ahora este escenario político hace que en EEUU se debilite, a un nivel no presenciado antes, el respaldo que Washington ofrece a un sistema económico global de libre comercio, que si bien es frecuentemente criticado, ha ayudado a generar la riqueza en la que surgen las clases medias de muchas naciones en desarrollo.Por primera vez en la historia contemporánea, el candidato oficial del partido republicano estadounidense está en contra del libre comercio. Trump amenaza con cancelar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá. Y prácticamente anticipa una guerra comercial con China. Su contrincante en el partido Demócrata, Hillary Clinton, no llega a esos extremos, pero anuncia sin embargo su profunda desconfianza hacia nuevos tratados. Ese discurso está calando en las masas. Un estudio recientemente publicado por el Instituto Brookings dice que el 69% de los seguidores de Trump, e incluso un 49% de los simpatizantes del partido demócrata, piensan que los tratados de libre comercio son negativos para el país. Sólo el 45% de los demócratas, y apenas 41% de la población general, los apoyan.Las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos apuntan a un recrudecimiento de esas tendencias. Especialmente si Trump llega al poder, una renegociación del libre comercio con México y otros países latinoamericanos puede estar en camino.No todos ven esto necesariamente como una mala cosa. “Es una oportunidad, no una amenaza. El TLC fue negociado cuando nadie tenía en el radar a China, al cambio climático, la crisis financiera o la desigualdad”, le dice a BBC Mundo Kevin Gallagher, profesor de la Universidad de Boston.“El problema es que no tenemos un buen molde para un tratado del siglo 21 que permita el crecimiento balanceado de una manera ambientalmente sensata y socialmente inclusiva”, alega. Pero otros ven efectos negativos más serios. “Lo que los negocios necesitan realmente es estabilidad” sostiene Eric Verhoogen, profesor y director del programa de investigación en el Centro Internacional para el Crecimiento, Universidad de Columbia. “El mayor inconveniente de las amenazas de renegociar el TLC no es tanto que los aranceles se incrementen a los niveles existentes antes del TLC, sino que están introduciendo incertidumbre sobre el régimen normativo en el que operan los exportadores mexicanos”. Incertidumbre que podría frenar decisiones de inversión.Lo que será una mala noticia para muchas de las familias del continente que han prosperado junto con las fábricas exportadoras de manufacturas a Estados Unidos.
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