El uso difundido de algunas sustancias naturales o sintéticas psicoactivas no implica que no sean tóxicas. En la historia de los venenos, desde los venenos animales, por ejemplo la araña viuda negra, toxina botulínica en intoxicaciones alimentarias o el virus de la rabia de la mordedura del animal y muchos otros, en algún momento algunos de ellos cambiaron de denominación para pasar a ser de uso comercial y probablemente nació el narcocomercio. El daño intenta ser “controlado” en pos de un beneficio económico o social para algunos y el marketing se encarga del resto.La “Ley Cornelia” fue necesaria en la antigua Roma, ya que las muertes por envenenamiento cambiaron las costumbres. La figura del probador o pregustador era un esclavo que cataba comida y bebida por si estaba envenenada. En el Siglo 81 a.C. en tiempos del emperador Sila, se promulgó la Lex Cornelia De sicariis et veneficiis, que castigaba el empleo de veneno para causar daño. La intención de la ley era criminalizar la preparación, venta, compra o posesión de veneno, cuyo objetivo era matar a alguien. Su empleo alcanzó el máximo esplendor en los primeros años del imperio, con Octavio Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, según los indicios, y sólo el primero llegó a ser emperador sin la ayuda del veneno (¿esto condice con la situación política de acceso al poder a través de las “ventajas” económicas logradas por el narcocomercio?). Una célebre envenenadora llamada Locusta, que algunos consideran la primera toxicóloga de la historia y una asesina profesional eficiente, preparó, encargadas por Nerón, unas setas mortíferas que sirvieron a la muerte de Claudio. Tras esto, Locusta se convirtió en un “instrumento de Estado”. Tras la desaparición de Nerón fue condenada a la pena de muerte como responsable de 400 muertes.Los nombres hacen al significado, no es lo mismo muerte accidental que envenenamiento. De alguna manera en la historia de las sustancias psicoactivas estos términos se separaron. El “envenenador” y el “envenenado” han cambiado a narcotraficante y usuario de sustancias psicoactivas. No cambió el fin del primero: poder económico, pero sí cambió el del “envenenado”, que ahora conoce y acepta recibir algo (pastilla, polvo, flores de una planta, etc) que lo “intoxica”, en general no está dispuesto a morir rápido. Pero sí sienten en el segundo estadio de la enfermedad que consumen ya no por placer, sino para no sentirse mal y luego ni aunque consuman se sienten bien y la indiferencia hacia la muerte aparece. ¿Cuántas muertes, cuántas visitas a urgencias médicas, cuántas situaciones de violencia, ausentismos laborales, deterioro en la calidad de vida de una persona derivan de la cadena de eslabones perfectos necesarios para intoxicar a una parte de la población vulnerable, en alguna parte de la cadena de producción-traslado-venta-consumo? La diferencia es que el consumo satisface una necesidad, el deseo de desocupar la conciencia, pero la euforia o alivio es un accidente molecular transitorio. Las drogas hasta ahora son resistentes a la moda, cambian de nombre pero son lo mismo, de cigarrillos de tabaco a drogas sintéticas. Encima con ciertas drogas (tabaco, cocaína, efedrina, anfetaminas) se intentan contrarrestar los efectos de otras (alcohol, marihuana, etc), o sea siempre necesito más combinaciones para reencontrar el equilibrio perdido entre estimulantes y depresores. El intento de incorporar las sustancias psicoactivas al ámbito terapéutico-médico para desde allí validar su uso o incorporación al mercado como precursores siempre ha sido un intento eficaz (no es casual que servicios de salud relacionados a adicciones no sean dirigidos por médicos pese a ser una enfermedad y/o manejar sustancias con impacto en la salud). La metanfetamina, por ejemplo, se sintetizó en el primer cuarto del siglo XX, intentando encontrar un descongestivo nasal y bronquial, usando como precursor la efedrina. Tuvo un pico de consumo en los ‘70 y se puso de moda en los ‘80, fumada. Una de las mayores incautaciones fue en 2011, realizada por la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito, cuando ya se pensaba que su distribución estaba controlada. La disponibilidad de precursores o de sustancias psicoactivas hace a la presencia de la enfermedad en esa población (por ahora no hay en el país heroína y no tenemos pacientes con esa problemática, por ejemplo).Los oferentes, componentes del crimen organizado, encuentran un negocio de rentabilidades extraordinarias que se integran a través del lavado de activos formando parte de un sistema financiero deficiente en materia de control. Los demandantes, por su parte, se ven fomentados por una realidad social convulsionada que facilita el acceso a las drogas. Son veneno, pero la ubicación en lista de “prohibidos” quizás hace la diferencia. Las trampas y vueltas hoy con la confusión de lo alegal o legal incluso, con “permitido” o “inocuo”. Lo alegal, circunstancia para muchos “venenos-drogas”, permite mirar para otro lado a la Justicia, pero no lo permite para los médicos que recibimos el impacto en el consultorio. La medicina rápidamente abandona una sustancia o genera un protocolo adecuado de uso si causa envenenamiento, cambio de uso o adicción, a veces el proteccionismo terapéutico tarda años en aparecer y a veces debe intervenir el Estado como fue el caso de las anfetaminas en Japón y Suecia. Determinar quién debe tomar las decisiones sobre quien debe utilizarlas y cuándo es uno de los temas actuales, el dispensador de sustancias psicoactivas (no importa si es el Estado, una farmacia o un dealer) debe tener tres atributos para el narcocomercio: desprecio por la cautela, indiferencia hacia las víctimas y habilidad para los razonamientos falaces.Nuestra supervivencia supone un funcionamiento adecuado de las organizaciones sociales en armonía con el ambiente y con los que vivimos en él. El uso de sustancias modifica la armonía individual y social. No existe antídoto ni antienvenenador ni antienvenenado para la mayoría de las sustancias psicoactivas actuales. Tratar al paciente es tarea de la medicina y tratar de erradicar al envenenador de la sociedad, es el desafío urgente.Por Marcela Waisman Campos Psiquiatra, neuróloga cognitiva. Magister en Neuropsicofarmacología. Docente de la Maestría de adicciones de USAL. Directora médica de Neomed. Especial para Télam.
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