Entrando al octavo mes, la prometida lluvia de dólares que vendría de la mano de las medidas adoptadas por el Gobierno nacional no aparece siquiera en el horizonte.Las reiteradas apelaciones a la esperanza, la unión y el sacrificio, sumadas al reparto de fondos a los que recurre el Gobierno en el último tramo de su gestión, denotan una delicada situación económica que evidentemente se torna inmanejable o que, en el mejor de los casos, venía encubierta con el recambio gubernamental y requerirá de sacrificios todavía mayores a los ya sufridos por una sociedad lamentablemente curtida en esto de la crisis.El levantamiento del cepo cambiario, el pago a los holdouts y a los jubilados y la eliminación o sensibilización de las retenciones al campo y al sector minero, eran las grandes apuestas de un Presidente que se va quedando sin tiempo (¿y argumentos?). La recurrente advertencia de la “herencia”, que por cierto es pesada, voluminosa y oscura, va debilitándose sin más. Y es que si bien ocho meses es un plazo demasiado corto para conseguir el éxito, las tibias señales de recuperación de las que se agarra el Gobierno no les sirven al ciudadano de a pie ni al dueño de una pyme al momento de pagar la boleta de luz, por nombrar una de las tarifas que más aumentó desde la llegada del macrismo al poder.Para colmo de males y ya de lleno en agosto, la sangría de recursos que se destinan a los subsidios (uno de los ítems más achacados por el actual Gobierno al anterior) no se detiene y, consecuentemente, habrá malas noticias a fin de año cuando toque hablar de déficit.Así las cosas, el promocionado blanqueo de capitales se erige como una de las últimas alternativas para el vendaval de dólares que, en teoría, aliviará en gran medida a una economía extremadamente contraída y necesitada de fuertes señales.El giro discursivo es, cuanto menos, llamativo. De la seguridad y la contundencia técnica cuando se tomaron las medidas que se tomaron a los mensajes de esperanza de estos días hay un espacio para la duda.
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