López Forastier negó y dijo que negará información a PRIMERA EDICIÓNEl ministro de Salud Pública, Antonio López Forastier, dijo ayer que no quiere atender a PRIMERA EDICIÓN porque el diario "se portó mal" con Salud Pública y que este medio deberá remitirse a El Territorio para conocer cualquier información relacionada a ese ministerio público."¿Qué quiere PRIMERA EDICIÓN, publicidad?", preguntó el ministro a los sorprendidos periodista y fotógrafo de este medio. "Yo le voy a dar la información sólo al diario El Territorio -reiteró- y si PRIMERA EDICIÓN quiere saber algo, que lea ese diario, que ahí está toda la información. Con ustedes solo me voy a manejar con partes oficiales de prensa" de ese ministerio, aseguró.El periodista preguntó a qué se debía esa determinación. El funcionario extrajo de su escritorio una fotocopia de una nota que este medio publicó el miércoles 21 de agosto, en la página 4, titulada "Del todo y la nada" y que hace referencia a la "aparente despreocupación" con que el Ministerio se manejó frente a los casos de meningitis registrados en la provincia. La fotocopia estaba marcada con un resaltador amarillo en los párrafos que al funcionario no le gustaron."Llamamos a conferencia de prensa y PRIMERA EDICIÓN llega tarde o no viene, así que si quieren saber algo, ya saben, pueden leerlo en El Territorio", repitió una vez más, antes de asegurar que "hasta que el periodista que escribió esa nota no venga a hablar conmigo, no hay más información para tu diario".Negar información no es saludableQue un ciudadano asuma un cargo importante en el organigrama estatal provincial sería, idealmente, constituirse en el máximo conocedor de la problemática del área que le ha sido confiada, no sólo en lo específico de la función sino también en la futura relación con el resto de la comunidad, sus superiores, sus subalternos. Y con los medios de prensa que difundirán sus aciertos o criticarán sus errores, lógica actitud en un país democrático que sostiene entre los principios de esa forma de gobierno un pilar fundamental: la libertad de prensa y expresión. Sustentar esa libertad se hace harto difícil. Sobre todo cuando se intenta minimizar situaciones o cuando el individuo llevado a la función se atribuye el juzgamiento de las metodologías periodísticas, haciendo consecuente uso de cierta nociva soberbia que desde el llano no pudo ejercitar. Proceden así funcionarios que se sienten dueños de la verdad preconizando que "su" verdad es la única y auténtica. O los que tienen a su lado subalternos que no compatibilizan valores y pautas informativas, pero sí acatan órdenes del superior para actuar en consonancia con él. Con semejante equipo se distorsiona, tergiversa, elude, desaprueba y hasta se niega a los medios -determinados medios- la información veraz.Cuando la noticia debe ser previamente consultada a los responsables, personas que admitirán o negarán los dichos del superior de acuerdo a su propia vision o necesidades o internas, los dimes y diretes causarán la ira del mandamás que, para esquivar el bulto, apelará a acusar, defenestrar, insultar a los medios. Cuando eso ocurre siempre paga los platos rotos el periodista que decidió efectuar un seguimiento exhaustivo de la noticia consultando fuentes responsables y, como reflejo, el medio en que trabaja. Existe en la Argentina el derecho a réplica. Acogerse a él es tan simple como dirigirse al medio "acusador" o equivocado y solicitar la rectificación de lo anunciado. Ampararse en él es la forma más civilizada dentro de lo que pueda constituir una polémica: su uso es gratuito y sin demasiados trámites. También es imprescindible que el funcionario "afectado" conozca otra ineludible obligación con respecto a su cargo: hacer docencia. Hay temas que son enfocados por primera vez por cronistas a los que los especialistas de los organismos deben orientar objetivamente para que elaboraren sus notas bien asesorados, hecho que ocurre en escasísimas ocasiones. Pero sí pasa con asiduidad que funcionarios que consideran que sus mínimas acciones de gobierno deben redituarles éxito político en vez de pensar que "obras son amores" y que desde sus cargos deben conducirse hacia "hechos positivos son obligatorios", por haberse depositado la confianza del pueblo en ellos. Se exasperan cuando se les señala indiferencia, ineptitud o simplemente alegre despreocupación y aun incapacidad ante ciertos problemas.Hasta aquí todo sería saludable si se insertara como variante del disenso democrático o el debate constructivo, en el que la autoridad no debe iniciar o continuar bizantinas controversias, sino realizar aportes clarificativos. Si el resultado es desfavorable para los circunstanciales funcionarios, nunca su actitud deberá materializarse en la negativa de informar a un medio, como escarmiento por decir lo que no agrada al burócrata. Y menos castigar ordenando que las informaciones negadas sean obtenidas en un medio colega, ni presumir que el otro medio "busca rédito publicitario". En síntesis, negar información, sobre todo en ciertos ámbitos, no es "saludable". Primero, porque los lectores, tanto del medio castigado como del enzalsado, no adolecen de capacidad de dilucidación ante casos como el que se desarrolla.Segundo, constitucionalmente, negar o discriminar la información no es precisamente una de las prerrogativas que se asignan a los funcionarios. Tercero, ante la negativa de brindar información oficial se cae en la necesidad de recurrir al informante oficioso, sistema lamentable pero recurrente ante la situación, y conducente sí, a verdaderos errores deletéreos. Cuarto, porque la soberbia en los funcionarios legítimos o de facto sólo conduce a desagradables, calamitosos resultados.Quinto, porque cuando en una ciudad donde todos los vecinos se conocen hasta por el sobrenombre familiar, donde las noticias dejan de ser rumores a pocos minutos de haberse generado, donde no existe una despiadada guerra de medios como en las grandes capitales, ocultar, discriminar, falsear, tergiversar, en suma negar caprichosamente una información a un medio en beneficio de otro, puede pasar muy rápidamente de muestra de soberbia a un peligroso y raudo desliz entre el temor a la verdad, la incoherencia y hasta el ridículo.
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