Esta es la historia que comenzó como una película de terror, pero terminó de la mejor manera para quienes estuvieron en vilo con el caso. Eran los últimos días de noviembre de 2015. Enorme y azul la vida se le dio. Su mamá sabía que ella venía, pero apenas cruzó el umbral, cuando la niña necesitaba del amor de las primeras caricias, decidió <a href="http://www.primeraedicion.com.ar/nota/214376/otorgan-al-padre-la-tenencia-definitiva-de-la-beba-abadonada.html">ponerla en una bolsa y tirarla a la basura en inmediaciones de Santa Cruz y Las Heras</a>. Allí en la calle, dentro de un tacho, debajo de restos de bandejas de comida rápida, con 29 grados de temperatura ambiente, casi sofocada, envuelta entre sábanas y una campera estaba la bebé. Cuando los gatos empezaron a romper la bolsa en busca de comida, llegó Graciela, la tía del corazón, que, a los gritos, alertó a los vecinos que también la estaban buscando entre los desperdicios del barrio. Antes que se apagara su fulgor, a través de la red de traslado la llevaron a neonatología del hospital pediátrico. La niña se aferró fuerte a la vida que le dieron, no la soltó porque tal vez sintió que había amor detrás de ese recibimiento tan hostil. Graciela estuvo cerca de ella todo el tiempo y en esos momentos difíciles la nombró “Luz Milagro”, porque era increíble cómo había soportado horas bajo el sol, casi sin aire, apenas nacida. La mujer que la encontró Horas antes y hecha la denuncia policial, los oficiales habían ubicado a la madre, Rocío, y le preguntaron por su hija. Les respondió que estaba con el papá. Le preguntaron dónde trabajaba y ella dijo que era taxista, pero no le gustaba que lo molestaran. Insistieron y la llevaron hasta el lugar de trabajo pero hasta allí llegó la mentira. Les confesó que había tirado a su hija. Pero si para su mamá ella era material descartable, para su papá era el regalo más grande que había recibido en sus jóvenes 22 años. En una entrevista con PRIMERA EDICIÓN, Gastón Dujaut comentó que tuvo una relación breve con quien fue la mamá de su hijita. Recién al quinto mes se enteró que ella estaba embarazada y no dudó en hacerse cargo de ese ser que estaba por venir al mundo. Con madurez, no esquivó la cuestión y aunque ya casi no estaba con ella, siempre estuvo disponible y le acercaba dinero para lo que necesitara. Ya con un hijo, en un principio la madre se había mostrado reacia a cualquier ayuda pero al final Gastón la convenció. Fue así que, cuando el embarazo llegaba a término, el papá fue hasta la casa de Graciela a preguntar cómo estaba la mamá, ya que vivía en una habitación que le había cedido a su sobrina del corazón. Recién en ese momento la dueña de casa confirmó lo que le había negado todo el tiempo, ella estaba embarazada. Aquel frenético 18 de noviembre Graciela le preguntó a su sobrina sobre el embarazo y ella le contestó que estuvo en el hospital y que lo había perdido. Con experiencia de madre sintió que eso que le contaba no revelaba toda la verdad. Como si nada hubiera pasado “ella” le sugirió a su tía que preparara un tereré. Minutos después, Graciela con uno de sus hijos revisaron la habitación. Encontraron un charco de sangre debajo de la cama.En medio de esa situación desesperante, recordó que la joven había sacado la basura, cuando nunca antes había hecho eso. Aturdida y atando cabos se dio cuenta que había un corazoncito que debía estar latiendo cálidamente junto al de su madre, pero podía estar arrumbado en el fondo de una bolsa de supermercado vaya saber donde. Leyó la noticia pero no se imaginó que era su hijaEn medio de esa locura, como intuyendo algo Gastón, el papá, le preguntó a un conocido en común -¿Sabés algo de “la mamá”? “- ¿Cómo? ¡No te enteraste!” La noticia hacía dos días que estaba en todos los medios de Posadas. Ningún familiar de ella le había avisado nada. “Leí la noticia, pero jamás se me pasó que hablaran de mi hija”, recordó con dolor. Entonces, corrió urgente al hospital pero no le dejaron verla. Aunque detrás de las paredes, no se separó de su hijita. No quería ni siquiera cruzar palabra con la madre, a quién la ingresaron en internación, oportunidad en que a “Luz Milagro” la anotó como Valentina Aitana.Desde ese momento comenzó la lucha por la tenencia. Mientras la familia de Gastón pugnaba para que se la den a ellos, una tía de Rocío, buscaba que la Justicia se la cediera a ella. Por los trámites él debió hacerse estudios psicológicos, pero mientras eso ocurría comentó a este Diario que estaban arreglando “a sus espaldas” darla en adopción a la familia de la mamá o inclusive devolvérsela a ella. Se enteró cuando un guardia del hospital le “tiró” el dato que a su hija la estaban por entregar. Los que lo ayudaron Recién una semana después que Valentina ingresó a Neonatología, Gastón pudo conocerla de cerca. “Sentí una emoción muy grande. Ella ya estaba muy bien, no lo podía creer”.El papá destacó la labor del personal de la Defensoría del Niño, porque el informe que hicieron una vez que llegó al juzgado fue muy importante para que las cosas se dieran a su favor. Recordó las trabas que pusieron los familiares de la madre para que él no pudiera llevar a su pequeña cuando le dieron de alta. “Nadie se preocupó por preguntar cómo estaba Valentina, ni siquiera la mamá, de quien no supe más nada desde el día que salió del hospital”, aseguró.“La única persona que siempre nos dio una mano fue la ‘tía’ Graciela, la mujer que salvó a mi hija y que hasta ahora se preocupa por su bienestar”, contó. En ese contexto Gastón reflexionó, “bueno sería que los padres se hagan cargo de sus hijos, porque muchos se borran, que sean responsables de lo que hacen”. Valentina, un año y cuatro meses despuésEl papá dijo que mientras sale a trabajar con el taxi, su mamá es la que atiende a Valentina, pero también su hermano y su hermana. “Le dice mamá a su abuela”, confió Gastón.“Ella es muy viva, apenas escucha el ruido del auto o mi voz cuando llego, me busca diciendo papá, papá. Agarra el celular y hace que lo llama al abuelo. Siempre quiere que le dejemos el plato enfrente porque le gusta comer por si sola”. “O cuando empezamos a bañarla llora porque ella quiere hacerlo por si misma”, cuenta Gastón a PRIMERA EDICIÓN, mientras que Valentina, tranquilamente sentada en su regazo, mira alrededor un instante para luego tener la mayor parte del t
iempo la vista fija en el rostro de su papá. “A veces nos sorprende, porque se despierta en la madrugada, deja la cama de la abuela, se va al living, prende el equipo de música y se pone a bailar como le enseñó la tía”, relató. Después de un año y cuatro meses de su nacimiento, “la madre tiene un impedimento judicial para acercarse a Valentina”, subrayó el padre. “Tiene derecho a saber la verdad”Aunque aún es pronto, Gastón sabe que en algún momento su pequeña preguntará por su mamá. “Hoy ya pienso la forma en la cual deberé responderle cuando ella sea más grande y me pregunte por ella. Pienso contarle la verdad de lo que pasó, será mejor que no se entere por otros acerca de que fue lo que le pasó cuando nació”, confió. No obstante, no descartó la consulta con especialistas para que lo asesoren cómo afrontar la situación con su hija. Respecto a la familia materna de su hija, comentó que los abuelos y las tías maternas se acercaron en los primeros tiempos a verla, pero después se distanciaron. “Siempre tuve las puertas de mi casa abiertas, nunca les negué la posibilidad de que la vieran. Pero la verdad es que prefiero esta distancia”, admitió. Luego de lo vivido con quien fue su pareja, Gastón es un orgulloso “padre soltero”, apoyado por su familia, mientras su hija crece en un ambiente de mucho amor. De todas las desafortunadas noticias que ese papá creía haber dejado atrás cuando logró que Valentina se quedara con él, aún quedaba una mala al acecho. Cuando fue al Anses para tramitar una asignación por su hija, se enteró que la madre ya la estaba cobrando en beneficio propio. Después de otro trago amargo, debió presentar papeles para que el beneficio pasara a él, quien es el que tiene la custodia de la pequeña. “Encima, me enteré que la mamá me acusó que yo solo la quería a Valentina para cobrar la plata”, se quejó. Durante la entrevista, es evidente la conexión entre padre e hija. Valentina se cuelga de su cuello con dulzura, sin perder el contacto visual, y acaricia la cara de su papá. “Mi hija me cambió mucho, era muy acelerado y ella me trajo paz. Dejé de preocuparme por cosas que no tienen importancia”, se sinceró. Valentina tiene la serenidad que da el amor. Parafraseando aquella vieja canción, hoy ella “corre…con la mejillas llenas de sol y dulzor”.Seis horas en una bolsaLa pequeña nació con 36 semanas de gestación en un parto domiciliario y con un peso de 2.450 kilogramos. Se presume que al menos durante seis horas la criatura estuvo envuelta en una bolsa de nylon y depositada dentro de un canasto de la basura, en la esquina de las avenidas Las Heras y Santa Cruz. En plena siesta los vecinos la ubicaron porque lloraba.
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