Pablo García (44) es un guía de turismo, oriundo de San Martín, provincia de Buenos Aires, que después de trabajar durante cinco años en Maceió (Brasil), decidió dar la vuelta al mundo en bicicleta. Tras 16 años fuera de Argentina y recorrer más de cien países, pasó por Posadas y en el “regreso a casa” contó su experiencia a PRIMERA EDICIÓN. El domingo 29 de octubre terminará la travesía en el Obelisco.En Brasil tenía una agencia de turismo receptivo. No le faltaba nada y le iba bien económicamente pero “hubo un momento que me di cuenta que estaba insatisfecho, decepcionado con mis expectativas y entendí que si no hacía un cambio en ese momento no lo haría más”. Se propuso ponerse a prueba y volvió de Brasil en bicicleta porque “siempre creí que era el medio de transporte perfecto para cumplir mi sueño que era viajar, relacionarme con culturas, con gente de otros lados. Más allá de ser saludable, económica, no contaminar, es un medio de transporte sustentable que te da libertad porque en ella podés llevar todo lo que necesitás, y con eso te podés frenar o irte cuando quieras”. Regresó a Buenos Aires en 1999 y estuvo un año y medio armando el viaje, contactó a medios de prensa, consiguió patrocinadores y armó el sitio web http://pedaleandoelglobo.com/.Golpeó las puertas de más de cien empresas pero solo una marca de ropa y otra de quesos financiaron el inicio de la travesía. Partió hacia África en 2001, antes del corralito. Desde entonces recorrió el continente durante 27 meses, desde Sudáfrica hasta Egipto, pasó por Medio Oriente, circuló por más de 30 países de Europa, por la costa Mediterránea, el Norte de África y pasó a Asia, donde estuvo cuatro años. Llegó a Japón, Mongolia, Tíbet, luego por el sudeste asiático bajó hasta Oceanía y de allí voló hacia Alaska. De allí salió hace cinco años y entró a Argentina por Bolivia hace casi un año, por Jujuy bajó hasta Ushuaia, subió hasta Formosa, buscando visitar todas las provincias argentinas antes de terminar el viaje. Desde Formosa pasó a Paraguay e ingresó a Argentina por Puerto Iguazú. “Me siento súper porque cumplí mi deseo. Era mi sueño, lo estoy haciendo realidad y creo que esta es la muestra de que se puede, que no hay imposibles, y que uno puede llegar tan lejos como se lo proponga. Estoy emocionado de poder terminar este proyecto por el que dejé todo. Tenía miedos, inseguridades, de cómo iba a vivir, si me enfermaba cómo iba a hacer, los afectos, y hoy está todo plasmado, resuelto”, señaló. Su deseo es quedarse. “Esto tiene un precio y fueron los afectos. Valorás las cosas cuando no las tenés, desde las más simples como sentarte sobre una silla, darte una ducha o tenderte en una cama. Y yo quiero echar un poco raíces. Ya viajé, ya lo hice, ahora quiero hacer otras cosas. No seguir viviendo de esta manera. Quiero otros proyectos, como hacer un curso de coaching y prepararme con charlas orientadas a empresas, quiero hacer cosas nuevas, afrontar desafíos”, confió.Confesó que tuvo ganas de abandonar todo cuando se enamoró. “Uno vive empacando y desempacando, transitando, y de repente algo te sucede. Lo más fuerte fue con una chica italiana que conocí en 2005, que se vino conmigo y pedaleamos dos años”, aunque la relación duró cuatro entre idas y vueltas. Pero siempre entendió que “mi camino era éste, que era lo que había elegido y que mi vida no estaba en ese lugar, al menos en ese momento. Hubo más de un amor, pero ese fue el más intenso”, agregó.El sueño de la mayoríaCree que el común de la gente lo admira. “Cuando vendo en la calle la gente se para y me admira porque ¿quién no soñó con dejar todo, agarrar lo indispensable, alejarse de los afectos, salir, aventurarse a lo que la ruta te depara? Mucha gente tiene ese sueño. La gente no puede creer y me admira, pero no ve lo que tenés que sacrificar para hacerlo”, expresó.A su entender, lo más difícil es sobrevivir “pero cuando lográs generar dinero en la calle podés ir tan lejos como quieras y lo mejor para eso es vender tu historia, porque es loable y la gente apoya esas cosas. Eso te lleva adelante. A la larga ves las miserias. Uno se imagina lo lindo que es viajar por el mundo pero cuando lo hacés ves las miserias de los países, del ser humano, el egoísmo, el materialismo, la corrupción, la lucha por el poder. Y no somos el peor país del mundo, en todos lados son iguales, un poco más un poco menos”. Comentó que la gente cuando viaja “lo hace excitada porque se toma quince días y se quiere comer el mundo y por esa razón hay cosas que no ve, pero cuando vivís viajando luchás por sobrevivir. Voy tranquilo, agradecido con quienes me abren la puerta a cambio de nada. Aunque siempre hay alguno que te abre la puerta esperando algo”, sintetizó. Lo bello, lo malo, lo feoDe todo el periplo destacó la cultura musulmana, que le resultó la más hospitalaria. Admitió que “no todo es lo que se ve en la tele. Tenía prejuicios pero son de lo más interesantes, espirituales y les cautiva la cultura occidental. Me trataron muy bien, me recibieron en hoteles, conseguí sponsors, y en el día a día bastaba con llegar a una casa, golpear una puerta y al abrirla te daban la bienvenida. Según el Corán, tienen el deber de recibir a cada forastero por hasta tres días y lo hacen con el corazón. Como se comportaron ellos no lo vi en otro lugar”. En cuanto a paisajes Jordania “me pareció un país bellísimo con Petra, el Mar Muerto, el desierto de Wadi Rum, el Mar Rojo. Lo más feo fue Sudáfrica por el resentimiento y el miedo que existe entre la población blanca y la negra. En el resto de África la gente te sonríe más. Aunque son pobres el mayor logro es que terminaron las guerras civiles que se dieron después de las colonias que todos estos países tuvieron, y pueden vivir en paz”. En África trabajan la tierra, la cultivan, “y si todos los días del año hay harina de maíz sin sal, no les importa. Recogen los granos y guardan la cosecha para el año entero”. Confió que lo más desagradable que comió “fue la sopa de perro, usual en Vietnam, China, Indonesia. También la sangre de vaca mezclada con leche, que es rica en proteínas como la propia carne”. Mil manerasRegresó sobre la tercera bicicleta que le regalaron en Israel, que pesa 85 kilogramos y tiene más de 106 mil kilómetros. Lo acompañó una carpa, la bolsa de dormir, elementos para cocinar, ropas para todas las estaciones, herramientas, repuestos, por lo que pedalear resultaba cada vez más pesado. Contó que “por cada lugar que transité utilicé la mímica pero las banderas me ayudaron a socializar porque
cada uno va reconociendo la propia y entiende que soy un viajero. Eso me abrió muchas puertas. La mímica, la mirada, el tono de la voz, son fundamentales, siempre acompañados de una sonrisa”. Habla italiano, inglés y portugués pero en Nueva Zelanda y Australia me di cuenta que no sabía tanto inglés como creía. De México hacia abajo ya no hubo problemas”, acotó.
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