El Tribunal Penal 1 dio a conocer los fundamentos de la perpetua a Claudia Da Costa y a Lovis Ferreyra. Los magistrados ratificaron que ella robó el dinero que tenía su marido para pagarle al sicario. Durante el juicio por el homicidio del colono Ángel Altísimo (44) se develó un entramado propio de una película policial, con elementos siniestros y oscuros.
Tal como publicó PRIMERA EDICIÓN, el pasado 12 de abril, el Tribunal Penal 1 de Oberá halló culpables del crimen a la viuda de la víctima y a un exconvicto. Ambos, Rosa Claudia Pereyra Da Costa (44) y Lovis Ferreyra (36), fueron condenados a prisión perpetua.
Ahora y tras conocerse los fundamentos, fueron revelados los argumentos del citado tribunal para dictar la dura sentencia.
Uno de los más contundentes es quizás que quedó probado que el dinero que la imputada utilizó para pagar a un sicario -el expresidiario- para que matara a su concubino, fue robado un tiempo antes del hecho a la propia víctima.
Acerca de la sustracción de dicha suma, unos 14 mil reales, los jueces consideraron que pudo haber sido un robo o hurto, pero en definitiva quien lo cometió fue la propia esposa.
Desde ese increíble -pero no improbable- panorama, el tribunal fue despuntando la causa, siempre de acuerdo a las evidencias. Y lo que surgió fue pocas veces visto en la historia criminal misionera.
Primer contacto con el sicario
La acusada quería salir del hogar, separarse de su pareja, pero ello no era una cuestión fácil, ya que ellos eran de una religión en la cual no estaba bien visto que se separaran, por lo que demostraban ante la sociedad ser una pareja normal, sin ningún tipo de problemas, pero para dentro de la casa, la situación era muy diferente, consideraron los jueces en base a los testimonios de dos de las hijas de la imputada.
Todo esto llevó a que la mujer contactara con presos que estaban cumpliendo condena en la Unidad Penal II de Oberá. La propia imputada contó en su declaración indagatoria prestada en la sede del tribunal que efectuaba visitas a la cárcel para ver a su hermano que estaba detenido. Fue así que comenzó ese contacto con un reo, con quien comenzó una relación a través de mensajes y de llamadas telefónicas, argumentaron los letrados.
También tuvo comunicación con otros dos reos, uno de ellos, Lovis Ferreira, también internos de la citada penitenciaria y que usufructuaban salidas transitorias en Colonia Alicia y Colonia Aurora, es decir, en lugares cercanos a la zona donde se domiciliaba la imputada, explicaron los jueces.
Preparativos para el crimen
En la resolución de 40 páginas, los magistrados consideraron que a través de mensajes y llamadas, la imputada le contó a los detenidos la difícil situación que vivía con su marido, que quería deshacerse de él y que había una suma de dinero importante que sólo ella sabía dónde estaba guardada. De esa manera con quien se comunicaba más asiduamente envió a otro a buscar el dinero (los 14 mil reales). En esa ocasión la mujer también le dio el arma. Siguieron las comunicaciones, hasta que el detenido con quien tenía más confianza le dijo a la acusada que se iba a llevar a cabo el crimen y que el trabajo lo iba a hacer Lovis Ferreyra. Entonces ella se comunicó en varias oportunidades con este último. Hay pruebas de las llamadas entre los coimputados, establecieron.
A sangre fría
Para los jueces, el sábado 22 de junio de 2013 en la vivienda del Paraje Campín Largo de El Soberbio, entre las 20 y las 21, fue la fecha en que los implicados convinieron en que se iba a llevar a cabo el hecho.
En los minutos previos, Altísimo se hallaba con su esposa mirando televisión, con dos hijos menores. Tenían un perro grande que cuidaba el ingreso al predio, que no dejaba ingresar a nadie a la casa sin por lo menos alertar con sus ladridos. Luego de cenar la mujer se levantó porque iba a lavar los platos. No fue a la cocina, se dirigió a un garaje tipo quincho, lugar donde también tenían un freezer. A ese lugar le sigue también su concubino para verificar si el freezer tenía carne. Cuando estaban los dos en ese lugar ella se fue y lo dejó solo, volvió al interior de la casa. Fue en ese momento en que el hombre de la casa recibió los cuatro impactos, disparados desde un arma de fuego, efectuados a pocos metros desde una ventana que estaba abierta, pese a ser invierno, lo que facilitó la comisión del hecho, explicaron los jueces. No es poca cosa recibir cuatro disparos calibre 38 en la zona toráxica y abdominal. Sin embargo y pese a estar desplomado, la mujer no lo asistió, sostuvieron.
Es lógico deducir que la esposa planificó con el exconvicto la muerte de su marido, le facilitó a éste el ingreso al lugar para que no ladre el perro. Luego recibió el arma que le entregó el acusado, indicaron los magistrados.
Por qué le entregó el arma
Lovis Ferreyra no podía salir de allí con un arma de fuego, debido a que cumplía una condena, estaba en salidas transitorias y no podía ser detectado con un arma de fuego. Ella tomó el revólver y lo dejó en la escena, continuando luego con el plan que habían elaborado. Dijo que su marido, en el estado en que se encontraba, agarró el arma y efectuó dos disparos hacia afuera. La realidad es que Altísimo nunca agarró el arma, indicó el tribunal, que concluyó que esto se contradice con sus dichos, que apenas escuchó lo disparos ella corrió y se encerró en la pieza con los chicos.
Por todo aquello es que los jueces Francisco Aguirre, José Pablo Rivero y la subrogante Mónica González resolvieron condenar a los imputados a 35 años de prisión, que cumplen ahora en la Unidad Penal II de Oberá, en el caso de Ferreyra, y en la Alcaidía de Mujeres, en el caso de Da Costa.
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