La tranquila, próspera y ultramoderna isla Sentosa de Singapur concentra desde este domingo las miradas de todo el planeta para la la histórica reunión entre el presidente de Estados Unidos y el líder norcoreano que buscan sellar un acuerdo de paz. Este lunes desde las 22 (hora de Argentina) la isla Sentosa en Singapur acogerá la primera cumbre que será histórica ya que sentará en una misma mesa al presidente de Estados Unidos y al líder de Corea del Norte.
Donald Trump y Kim Jong Un se reunirán para hablar de la desnuclearización de la península coreana y de la posible firma de un acuerdo de paz que ponga fin oficialmente a la guerra de Corea, que terminó en 1953 con un alto el fuego.
Un encuentro que puede cambiar el curso de la historia ha estado precedido por una intensa actividad diplomática entre Washington y sus aliados asiáticos, por una parte, y Pyongyang por la otra.
Singapur y su población viven desde este domingo, tras la llegada de los dirigentes, una sensación de agobio y tensión como seguramente no habían experimentado nunca.
El centro de la ciudad está bloqueado, numerosas calles están cortadas a la circulación y las fuerzas del orden, incluido el contingente de los aguerridos gurkas, controlan ese área y el acceso a la cercana isla de Sentosa.
Allí, en el lujoso y apartado hotel Capella, construido en la década de 1880 y rediseñado por el arquitecto británico Norman Foster, se reunirán Trump y Kim.
Será, con toda probabilidad, un encuentro de alto voltaje y de resultado incierto, dada la personalidad de los dos protagonistas.
Ambos son imprevisibles, volátiles y fácilmente irascibles. No obstante, tanto Kim como Trump saben que no pueden fallar, que se juegan mucho y además quieren pasar a la historia como los protagonistas de la paz en la península coreana, aunque el inquilino de la Casa Blanca arriesga más.
Aspiraciones
Donald Trump sabe que si fracasa se enfrentará a duras críticas políticas a pocos meses de las elecciones al Senado estadounidense y se desvanecerán sus posibilidades de aspirar al premio Nobel de la Paz por haber logrado la desnuclearización de Corea del Norte, una tarea en la que fracasaron todos sus antecesores en la Casa Blanca.
Kim, en cambio, está a punto de ver coronados sus esfuerzos de ser tomado en serio por su enemigo histórico, firmar la paz con él y facilitar el desarrollo económico de su país, y si fracasa en la cumbre, lo achacará a la falta de voluntad de su enemigo.
Pero esta trascendental cumbre entre Trump y Kim, la primera que tiene lugar entre un presidente de EE.UU. y un líder de Corea del Norte tras casi 70 años de confrontación iniciados con la guerra de Corea y de 25 de negociaciones fallidas a cuenta del programa nuclear de Pyongyang, está llena de obstáculos.
Uno de ellos es la desconfianza mutua que subsiste, y otro -el principal- la búsqueda de un pacto sobre la desnuclearización del régimen norcoreano.
Un compromiso sobre el que funcionarios de ambos países llevan semanas discutiendo y que de alcanzarse podría transformar el panorama de la seguridad regional y mundial.
Posturas
Las posiciones de partida son contrapuestas. Washington exige la completa, verificable e irreversible desnuclearización (CVID) de Pyongyang, que por su parte reclama una completa, verificable e irreversible garantía de seguridad para su régimen (CVIG). Kim Jong Un no quiere ser víctima de una revuelta que acabe con su vida, como sucedió con los líderes de Libia e Irak, tras haber aceptado en su día deshacerse de sus programas nucleares.
Trump apuesta, además, por mantener la máxima presión sobre Corea del Norte y no levantar las sanciones económicas hasta que Pyongyang entregue todo su arsenal atómico. Kim aboga por un calendario con un proceso gradual y sincronizado.
En las últimas jornadas, sin embargo, Trump parece haber flexibilizado su postura y ha dado a entender que aceptaría un acercamiento gradual.
Se supone que a cambio Pyongyang haría entrega de parte de su armamento, un gesto simbólico que sumaría a los que lleva realizados Kim Jong Un desde que propuso reunirse con el presidente de Estados Unidos y que han pasado por destruir su centro de pruebas nucleares y la entrega de tres detenidos estadounidenses. La realidad es que el reto que afrontan los dos dirigentes es enorme.
Un estudio reciente del Centro de Seguridad Internacional y Cooperación de la Universidad de Stanford señala que se necesitarán al menos diez años para realizar la completa desnuclearización de Corea del Norte.
Un desmantelamiento que el profesor Kwon Hyuk Chul, de la Universidad Kookmin, de Seúl, calcula que puede tener unos costes directos del orden de los 5.000 millones de dólares, que podrían elevarse hasta los 20.000 millones si se incluyen ayudas económicas.
Una oportunidad para la paz
Pero tanto Trump como Kim, que son conscientes de que la desnuclearización será un proceso largo y lento, saben que tienen al alcance de la mano la posibilidad de derribar el último símbolo de la guerra fría.
En Singapur tendrán la oportunidad de abordar otro tema que está en el origen de sus disputas: la firma de un acuerdo de paz que ponga fin a la guerra de Corea, un conflicto que permanece latente desde hace casi siete décadas y en el que murieron entre 2,5 y 3,5 millones de personas.
Su rúbrica tendría repercusiones no sólo en el nordeste de Asía, sino en el planeta entero, ya que abriría la puerta al verdadero deshielo entre las dos Coreas.
La firma de un acuerdo de paz entre Trump y Kim alteraría por otra parte el actual equilibrio de fuerzas en el nordeste de Asia y tendría serías implicaciones en el pulso que mantienen Washington y Pekín por la hegemonía regional.
Un acuerdo satisfactorio entre Corea del Norte y EE.UU. podría reducir la influencia china en Pyongyang, al tiempo que debilitaría el peso de Japón en la Casa Blanca y perturbaría a Rusia, que intenta expandir su presencia en esta parte del planeta.
La isla
Sentosa, situada a 500 metros al sur de tierra firme de Singapur, es una isla de exuberante vegetación que acoge hoteles de lujo, campos de golf, un casino y un parque temático de Universal Studios, además de las viviendas de algunos de los más ricos del mundo, con un puerto de yates de lujo y mansiones frente al mar de decenas de millones de dólares.
Sin embargo, esta imagen tropical de la isla de 500 hectáreas, a la que se accede por una sola carretera y que ofrece aislamiento y privacidad facilitando la seguridad y el corte del tráfico para la cumbre, oculta una historia de sangre.
Hasta 1830, la isla era conocida por el nombre en malayo que le dieron sus habitantes nativos, “Pulau Belakang Mati”. Aunque hay variantes del significado en inglés, una de las traducciones más aceptadas es “la isla donde la muerte venía desde atrás”.
Los historiadores difieren sobre el origen del nombre, pero algunos especulan que podría referirse a los días de piratería, saqueos y derramamiento de sangre que tuvieron lugar cerca de sus aguas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas de ocupación japoneses lo utilizaron como campo de prisioneros británicos y australianos tras la rendición de las fuerzas aliadas en 1942.
Sus playas se convirtieron entonces en escenario de ejecuciones masivas, muchos de ellos chinos de Singapur ultimados por sospechas, con frecuencia arbitrarias, de llevar a cabo actividades antijaponesas.
En 1972, el Gobierno de Singapur decidió un nuevo inicio para la isla, impulsando su desarrollo para el turismo y rebautizándola como Sentosa, que en lengua malaya se refiere a estado de “paz y serenidad”.
Casi 1.000 millones de dólares de inversiones públicas y privadas se inyectaron al proyecto de convertir la isla en lo que es hoy.
Una de sus atracciones es el hotel Capella, que albergará el histórico encuentro.
Una web de reservas cifra el precio de una habitación en ese hotel en hasta 600 dólares de Singapur (450 dólares estadounidenses) y la villa más cara con vistas al mar en 11.000 dólares de Singapur.
Fuente: Medios digitales
Discussion about this post