De la anécdota pasaron casi tres décadas, pero refleja perfectamente la dualidad con la que esta arquitecta perfeccionista y respetada por su habilidad con los cálculos de estructura, logró combinar trabajo y familia. Hoy tiene 57 años y hasta julio pasado fue presidenta del Consejo de Ingeniería de Misiones, un cargo en el que la colocaron sus pares, casi todos varones. Es que todavía en la Argentina solo el 10% de los ingenieros son mujeres, mientras que apenas el 5% ejerce la profesión en forma efectiva. El dato convierte a la ingeniería en un coto masculino por antonomasia, salvo para Zunilda, que se puso como meta promover, entusiasmar, apoyar y alentar a más mujeres para que estudien la carrera. “Cuando quedé embarazada pensé que no iba a poder trabajar más, estaba dispuesta a autolimitarme”, cuenta. Pero a la semana ya estaba dirigiendo todo desde la casa porque la obra no podía parar. Se recibió de ingeniera civil en la Universidad Nacional del Nordeste, en Chaco. Y ya desde aquellos tiempos de facultad le preocupaba el escaso número de mujeres en las aulas. Cuando se recibió, lo primero que hizo fue proponerse para un cargo docente en la Escuela Industrial de Posadas, aquella a la que no pudo ir cuando adolescente porque su mamá no se la pudo imaginar vestida de grafa y con borceguíes. “La docencia es el primer espacio de aceptación para las mujeres y es una de mis pasiones, porque desde allí aliento a las chicas”, cuenta. De hecho, sigue enseñando en la misma escuela.Pero el desafío profesional siempre fue más amplio, con horizontes más lejanos, y todo a pesar de la supremacía masculina en el rubro. Ella quería ejercer como ingeniera, no tenía dudas. “No recuerdo haber tenido experiencias directas de discriminación por ser mujer, porque me fui ganando el espacio con mucha tenacidad y paciencia. Lo que sí sentía antes y siento ahora es que siempre nos están tomando examen, siempre hay que ratificar los títulos”. Es que a un ingeniero varón sus pares le toleran hasta los errores, “pero guarda si se equivoca una ingeniera: el error se maximiza, no te lo perdonan, la exigencia es doble” explica. De esfuerzos y autolimitacionesZunilda recuerda que la vocación le nació sobre la marcha, porque lo único que tenía en claro cuando terminó el secundario en la Normal Mixta de Posadas, era que quería seguir una carrera técnica. Ni siquiera entendía entonces la diferencia entre arquitectura e ingeniería, y como la primera estaba tomada por una protesta de alumnos, se inscribió en la segunda. A los seis meses se dispuso a rendir libre una materia para poder volver a Posadas los fines de semana y lo logró. “Creo que ahí me convencí de que estaba en el camino correcto”, cuenta.Eligió la orientación ingeniería en construcciones porque tampoco se veía a sí misma construyendo puentes o represas, “otra autolimitación nacida del machismo”. En toda su extensa carrera profesional hizo cálculos de estructura, ejecutó obras, las dirigió, las inspeccionó, y también tuvo hombres bajo su mando. Es decir que pasó por todos los estamentos de incumbencia de su profesión, y “todo sin levantar la voz, sin masculinizarme”. Por eso le emociona mucho cuando ve terminada una obra que ella calculó desde sus bases, como aquel tanque de agua al que se trepó siendo apenas una jovencita y con su embarazo a término. Caprichoso el azar Zunilda tiene tres hijos y sigue casada con su marido de toda la vida, su mejor amigo, literalmente. Es que lo conoció cuando tenía 13 años y desde entonces fueron el uno para el otro. Tiene tres hijos a los que crió con esfuerzo. Recuerda que aún estando en el interior para controlar o inspeccionar obras, los ayudaba en las tareas por teléfono. Y sobre el secreto de su matrimonio feliz y perdurable tiene su propia teoría: “Mi marido es viajante y solo nos vemos los fines de semana, que es cuando compartimos la vida familiar. Lo mismo me pasaba a mí cuando inspeccionaba obras. Así es la fórmula, no estar tan pegados todo el tiempo. No acostumbrarse, no engancharse en la rutina, cada uno haciendo su vida y a la vez compartiendo”. Nada de pedir permisoHace un tiempo, Zunilda elaboró un trabajo sobre la mujer ingeniera que expuso en varios encuentros académicos. Es que su gran meta es motivar a las chicas para que se animen a ser ingenieras, y a la vez contarles lo inútil que es la autolimitación. “Antes pedía permiso para todo, y creo que la gente creyó más en mi que yo misma, por eso en las charlas les cuento a las chicas lo apasionante de nuestra profesión. Las futuras ingenieras también deberán amañarse para cumplir con todos los compromisos, pero es perfectamente posible”. Y como prueba recuerda que una vez le ofrecieron un trabajo para el cual era imprescindible saber manejar, faena que hasta hace poco también era cosa del “hombre de la casa”: “sin decir nada contraté un remisero y me enseñó a manejar. Cuando ya había aprendido le comuniqué a mi esposo las buenas nuevas”. Junto a otras hermanas de su profesión conformó el colectivo “Ingenieras del NEA”, un espacio de reflexión sobre el rol y la realidad de las profesionales de este rubro. Hoy, como militante de la igualdad de géneros, se anima a decir que “hay mucho que cambiar todavía porque a veces somos las propias mujeres las que estamos coartando el desarrollo profesional de nuestras hijas”. Una buena reflexión para el final de la nota que termina con un abrazo mientras se calza el casco blanco para salir “picando” a inspeccionar una obra. O para hacer la cena, vaya una a saber. Por Mónica Santos ([email protected])
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