Una cruel paradoja ocurre estos días en Europa. Es que viene a la memoria lo que hace dos años ocurría en la isla italiana de Lampedusa, donde miles de migrantes se atiborraban en los puestos de control. Los afortunados llegaban mayormente desde las costas de Libia. Pero los que no tenían la gracia de arribar a destino en busca de un presente y un futuro que no les daba su país, terminaban ahogados en el fondo del Mediterráneo o yacientes en alguna playa. En julio de 2013 el papa Francisco había viajado a Lampedusa, en medio del incesante arribo de africanos. Arrojó flores al mar a modo de ofrenda a los que habían perdido la vida. Quiso dar un llamado de atención a las autoridades europeas, que sólo respondieron con el incremento de fuerzas marítimas para tratar de impedir el servicio atroz de los traficantes, que por un pago ofrecían a los desesperados, en endebles embarcaciones, un pasaje a alguna costa europea. Los que no podían pagar se aventuraban en barcazas, gomones o lo que fuera para huir de África. Ni uno ni lo otro ofrecía la seguridad de llegar al final del viaje con vida, pero para ellos era mejor morir en el intento. La iniciativa europea de intentar que no llegaran hacia ellos fue en vano. En octubre de 2013 volvió a sacudir otra tragedia a la opinión pública. Una balsa con 500 migrantes zozobró en el mar. Aparecieron 93 personas y otras 250 se encontraban desaparecidas. El sumo pontífice tuvo fuertes palabras para calificar el hecho: “Hablando de crisis, hablando de la inhumana crisis económica mundial, que es un síntoma grande de la falta de respeto por el hombre, no puedo dejar de recordar con gran dolor las numerosas víctimas del enésimo trágico naufragio ocurrido cerca de Lampedusa. Sólo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza. Recemos junto a Dios por los que han perdido la vida, hombres, mujeres, niños, por los familiares y por todos los inmigrantes. Unamos nuestros esfuerzos para que no se repitan tragedias similares. Sólo una decidida colaboración de todos puede ayudar a prevenirlas”.Cuando esto ocurría con la migración africana, en Siria ya hacía dos años y medio que se había desatado la “guerra civil” contra el Gobierno de la dinastía Al Asad. La segunda oleadaLa Primavera Árabe, un movimiento político revolucionario que buscaba una apertura democrática a los gobiernos “vitalicios” del norte de África, se extendió a buena parte de los países de mayoría musulmana. Estalló en Túnez con la inmolación del joven Mohamed Bouazizi, quien protestó porque le habían confiscado un carro en el que vendía verduras. Pero este acto que puede ser considerado como irracional y desmedido, canalizó el descontento de la mayor parte de los tunecinos contra el gobierno de Zine El Abidine Ben Ali, quien estaba en el poder desde 1987. La revolución tunecina se expandió por la región y llegó a Siria, donde el presidente Bashar Al Asad enfrentó también protestas de la población. Este había llegado al mandato en el año 2000, tras haber sucedido a su padre, Hafez al-Asad quien había gobernado Siria desde 1971. Bajo una aparente democracia, con elecciones periódicas pero con la oposición reducida y oprimida, Bashar fue reelecto por segunda vez en junio de 2014. Las manifestaciones de la población no fueron oídas por Al Asad y vinculó a Estados Unidos con los movimientos contrarios que habían estallado en su país. Justamente, tras la caída de Hosni Mubarak en Egipto y Muamar el Gadafi en Libia, el presidente Barack Obama había dicho que la caída del régimen sirio “era cuestión de tiempo”. Sin embargo aún resiste, con el velado apoyo de Rusia, a través de armamentos. La administración Washington tiene intenciones de seguir ejerciendo un mayor control en esa región de Medio Oriente. Ya lo había hecho con Irak en 2003 y hoy pretende opacar la influencia de Irán, que también es un aliado de Siria en la región. Los expertos califican la situación en Siria como una guerra subsidiaria, donde las milicias rebeldes que intentan derrocar a Al Asad, están financiadas por algunas de las potencias centrales, mientras que el régimen recibe apoyo de Moscú. En medio de ese río revuelto, hizo irrupción el Estado Islámico de Irak y Levante. Un residuo de milicias de Al Qaeda, que se reconvirtieron a un grupo terrorista aún más brutal. La “mano de obra desocupada”: policías y militares que respondían al régimen de Saddam Husein, fueron la otra parte desde la que se montó a este nuevo actor de desestabilización en Medio Oriente. Comenzaron su expansión desde el norte de Irak y valiéndose de la guerra civil siria, penetraron dentro de sus fronteras para proclamar, bajo el mando de Abu Bakr al-Baghdadi, un Califato islámico. No dominan todo el territorio comprendido entre los dos países, pero sí amplias franjas que lograron conquistar a los pueblos de la zona. En esa irrupción atroz y violenta de decapitaciones, fusilamientos masivos y sumisión por la fuerza a la interpretación radical del Corán, miles de personas comenzaron a escapar hacia el norte de Siria.Los campos de refugiados montados por la ONU están bajo constante amenaza de las milicias del Estado islámico (EI, o Isis, según se la denomina en inglés). En ellos se encuentran los que llegaron escapando de Irak y los que se refugiaron de la guerra civil. Homs fue la primera ciudad siria devastada a causa de los enfrentamientos entre los leales y los rebeldes a Al Asad. Tras casi cinco años de guerra, según reportes del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, la cantidad de muertos asciende a más 200 mil entre civiles y militares. Kobane fue la segunda. Ésta soportó la conquista de los yihadistas y la recaptura de las fuerzas rebeldes kurdas que se oponen al Gobierno de Damasco. De forma dramática miles se vieron en la encrucijada de quedarse, y no saber si iban a estar vivos al día siguiente, o escapar del infierno arriesgándose en el cruce hacia el viejo continente. Toda la explosión migratoria que hoy sacude a Europa comenzó a gestarse con el arribo de la Primavera Árabe en Siria. Pero el recrudecimiento de esa revolución tuvo como base las luchas geopolíticas que subyacen una supuesta búsqueda de democracia. ¿Y por qué se conmocionan hoy las autoridades del viejo continente y no lo hacían con tanta vehemencia cuando miles morían en las aguas del Mediterráneo? Tal vez tendrá que ver con que de forma masiva la gente que escapa de la guerra ya entró a Europa. Así como Mohamed Bouazizi fue quien detonó la revolución en los países árabes, fue la imagen del niño Aylan Kurdi, ahogado en las playas de Turquía, lo que movilizó a las autoridades europeas a hallar alguna solución a la crisis de los refugiados. Cuando golpeaban sus puertas no hicieron caso, pero ahora que están adentro de sus casas se vieron obligados a atenderlos. P
or Hernán Centurión
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