Una escuela para todos, donde se respeten, valoren y aplaudan las diferencias, es el gran desafío del futuro. Es cierto que ya se caminan pasos en esa dirección, pero también es cierto que aún queda mucho por hacer en un campo donde la inclusión tiene que ser la premisa, el eje y el norte. Orlando Terre Camacho es cubano, doctor en pedagogía, especialista en educación especial. Desde su lugar aboga porque la inclusión sea mucho más que un slogan. “La educación inclusiva intenta abrir las puertas para todos. Se basa en los estamentos de la Unesco que declaró que ésto era una necesidad para el 2015 y que está en las gestiones de los parlamentos internacionales, pero sigue siendo una utopía porque no hemos logrado las aspiraciones reales del modelo de la Unesco en relación a las prácticas educativas y la atención a la diversidad en la escuela”, manifestó el especialista en diálogo exclusivo con PRIMERA EDICIÓN.Según Terre Camacho, esta es una problemática que se replica en el mundo, lo que tiene que ver “con todo lo que nos falta por hacer, independientemente de que hay logros en torno a la inclusión”. Para el profesional, hay cuatro problemas que no permiten que la inclusión educativa vea los resultados y las aspiraciones que se buscan. “El primero está relacionado con el currículum escolar. Debe trazarse una reforma curricular que reconozca las necesidades que tienen las personas con algún tipo de diagnóstico o características propias”, señaló.En segundo lugar, el fortalecimiento de la escuela, “porque en solitario, como institución social, no puede seguir educando: se tiene que realizar una articulación con la familia y la comunidad. El tercero es sobre la calidad del modelo educativo. Hay que plantearse conceptos y criterios evaluativos que nos permitan medir el impacto de si la educación de hoy o que realizamos es una realidad o todavía transita por condicionamientos”, advirtió.El cuarto se basa en la forma de enseñar. “Vivimos en sociedades cada vez más tecnologizadas y el maestro debe ser un mediador de las zonas de aprendizaje que tienen nuestro niños. Tenemos que minimizar las barreras del aprendizaje para fortalecer nuestras prácticas docentes que intentan ser cada vez más inclusivas en la medida que responda a entender que la escuela es diversa y que las necesidades de nuestros alumnos y educandos también”, explicó.Terre Camacho indicó que en el mundo entero se debaten los procesos de inclusión como una necesidad para la escuela. “En algunos países, a mediano plazo, se han obtenido resultados y en otros países no podemos ver el impacto de lo que se hace en relación a la educación inclusiva”. Como ejemplo, su país: Cuba. “Allí, el sistema educativo acepta la diversidad y las diferencias, es lo que nos ha llevado a que todo el mundo hable de la educación en Cuba y de la salud, como proyecto social. Pero también quiero rescatar el caso de Argentina: en los últimos años se han visto procesos satisfactorios en torno a los modelos educativos. De igual manera, creo que la inclusión tiene un largo camino a transitar independientemente de todo lo que hayamos obtenido”, señaló.¿Una escuela inclusiva ideal?“Hablar de una escuela inclusiva ideal es hablar de utopías”, consideró Terre Camacho. Aún así, detalló cuáles serían las características particulares de una institución así. “Una escuela ideal desde la inclusión es aquella que acepta que somos diferentes, que encuentra los colores en sus niños y niñas. Es aquella que entiende que la riqueza no marca un punto de partida, si no que la riqueza espiritual y emocional supera todo. Ver la escuela desde el éxito es ver a niños que son felices. Yo abogo por una pedagogía de la ternura, de la felicidad para engendrar esa escuela ideal, que aplauda las diferencias”, indicó. Cuando se habla de diferencias, estas incluyen todas las posibles. “Se entiende que inclusión es sólo aceptar a niños con capacidades especiales en aulas generales. Pero es trabajar con una serie de estereotipos: la escuela que atiende las diferencias es una que asume a los niños en situación de calle, a los que viven en zonas vulnerables, a los hospitalizados, que pierden formación escolar debido a enfermedades, a los niños con talentos: quienes tienen una marcada inteligencia muchas veces se excluyen porque están por encima de la norma estable, para ellos también; es hablar de géneros, de etnias, de culturas, de religiones. La escuela tiene que ser un sitio libre, que abra sus puertas y entienda que somos diferentes, no sólo desde la conformación del intelecto o el logro académico, sino de la vida como tal”, señaló Terre Camacho.Escuela especial y el maestroEn este modelo de inclusión, las escuelas especiales no deben perder su importante función. Atienden las diferencias, deben continuar su trabajo con las familias y sus prácticas particulares y funcionales. Terre Camacho se considera a sí mismo “un defensor de la educación especial”, porque “no todos los niños son del contingente de alumnos que pueden ingresar a esas escuelas ‘normales’. Yo sí creo en una escuela especial que puede abrir la modalidad inclusiva para atender a una población, pero todavía no estamos preparados a que se dé un salto de inmediato. Tiene que pasar por una serie de investigaciones y de prácticas”, aseguró.Otra cuestión a tener en cuenta es el docente. Uno de los ingredientes más importantes en esta nueva receta. “Debemos diagnosticar y visualizar cuál es el docente que está realmente preparado para estas prácticas y no los tenemos, porque históricamente hemos formado especialistas en las diferentes áreas de la educación, pero se nos olvidó prepararlos de manera integral para que asuman este importante reto que es atender las diferencias dentro de la escuela”.¿Es necesario un nuevo docente? “Falta un profesional mejor preparado para asumir el reto de las transdisciplinas pero también de prácticas humanas. Creo que la escuela de hoy, algo que nos puede salvar es la ciencia con amor, porque la ciencia sin amor puede ser destructiva”, apuntó el especialista. “Tenemos que plantearnos modelos más eficaces que comprendan las emociones dentro de la escuela porque algo que no puede escasear ni faltar a un educador es el amor infinito. Educar no es sólo impartir conocimientos, educar nos puede salvar de muchas cosas que pasan a nivel social y son visibles, como el bullying, las drogas, las conductas antisociales. La labor del maestro y su amor a lo que hace son factores vitales para una educación inclusiva”, finalizó.
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