La liturgia de este domingo continúa con el tema del domingo precedente: la Pasión del Señor y es por cierto la visión del justo que sufre inocentemente el mal del hombre. El Libro de la Sabiduría (Sab. 2,17-20) nos muestra a los pecadores profiriendo palabras de odio y escarnio contra el justo: “Si el justo es hijo de Dios, Dios lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos, entonces lo someteremos a prueba con la afrenta y la tortura y lo condenaremos a una muerte ignominiosa” (Ib.10). Este texto del Libro de la Sabiduría ha sido desde siempre aplicado a la Pasión del Señor. En los Evangelios aparecen las mismas palabras pronunciadas tantos siglos antes: “Ha puesto su confianza en Dios, que lo salve, ya que se dice Hijo de Dios” (Mt. 27,43). Y en el evangelio de hoy la liturgia lo coloca como tema central (Mc. 9.30-37) en continuación del discurso de la Pasión del domingo precedente: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de tres días resucitará” (Ib. 31).Cuando el Señor anuncia su Pasión lo hace siempre junto al anuncio de su resurrección. Estos dos caminos van siempre juntos. Es llamativo cómo los evangelistas no comprenden este misterio de la muerte y resurrección y prefieren quedarse callados. Más bien prefieren cambiar de tema y preguntarse otra cosa muy distinta: “¿Quién será el más grande en el Reino de los cielos?” ¿quién en realidad desea hablar o encontrarse con el sufrimiento y la muerte? Tanto ayer como hoy los hombres huimos de esa realidad y buscamos más bien los posicionamientos humanos, el triunfo o la gloria. Y esto ocurría también con los discípulos.El misterio del dolor como signo supremo del amor es solamente entendible desde Dios y desde la fe. Ya la Escritura nos habla de esto en los libros de Job, de Jeremías, en los cánticos del Siervo Sufriente de Isaías. No habrá forma de entender este misterio de fe ni tampoco captar el misterio de la resurrección sino desde la fe. ¿Para qué morir, si va a resucitar? ¿por qué no evitar ese paso cruel de la muerte y de la muerte ignominiosa en la cruz? Jesús que lee el corazón de sus discípulos les contesta a sus pretensiones de grandeza y poder: “Quien quiera ser el primero que se haga el último de todos” (Ib. 35). Humilde y pequeño, necesitado como un niño y es por eso que Jesús atrae un niño hacia sí, lo abraza y les dice que las preferencias de Dios no son para con los grandes, sino para con los pequeños y afirma además que de ellos es el Reino de Dios (Ib. 35).Es por eso que el camino del encuentro con el Padre se da a través de la pureza del corazón y del servicio de los pequeños, de los más pobres y humildes y sin echarse atrás cuando en este camino cristiano nos encontramos con la cruz, el desprecio y la humillación.El apóstol Santiago nos dice que el espíritu de sacrificio y de amor, sencillo y humilde, libran al hombre de la envidia, de la violencia y de tantas pasiones que le atan, y también del orgullo y la ambición de los primeros puestos. La sabiduría que viene de lo alto nos hace amar la paz, la concordia, nos hace ser dóciles, comprensivos y nos lleva a tener un corazón lleno de perdón y reconciliación con el hombre y con la vida.Que María, Madre de la Sabiduría, nos lleve a amarla y poseerla, para ser verdaderos cristianos.
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