Tucumán, los jueces, el caso Niembro, C5N y la deuda fueron las obsesiones presidenciales de la semana y para todas ellas, Cristina Fernández de Kirchner armó sus argumentos y justificaciones. Habló del retorno a épocas “predemocráticas” en el caso tucumano, manipuló los hechos comparando el accionar de la Justicia con la voluntad popular y hasta se rasgó las vestiduras por hechos de supuesta corrupción o de ataques a la libertad de prensa atribuidos al macrismo, como si por casa nunca hubiese sucedido nada similar.Argumentos de este tipo, que contribuyen a que la ciudadanía piense que “todos son iguales”, finalmente resultan ser muy nefastos desde el punto de vista de la cultura cívica, porque contribuyen a naturalizar situaciones que están totalmente alejadas del manejo responsable de la cosa pública, dentro de lo que debe ser el respeto irrestricto de todos los gobernantes hacia la Constitución y las leyes.Lo más grave de poner a todos en la misma bolsa no es que genera gradación (saber quién es más o menos corrupto o quién vulnera más o menos la libertad de expresión), sino acostumbramiento. No deja de causar admiración la vitalidad obsesiva de la presidenta de la Nación que le ha tocado a la Argentina a comienzos del siglo XXI, ya que Cristina es un notable animal político, pero también una personalidad llena de patologías que defiende la guarida ante la inminencia del ocaso, algo casi natural, pero llevado al extremo por la necesidad que tiene de imponer siempre sus ideas.Saber si es porque sinceramente las cree mejores o porque no puede dar nunca el brazo a torcer es la duda de cualquiera que se preocupe por seguir la deriva del relato, pero lo cierto es que la Presidenta ha moldeado durante los últimos años una personalidad cada vez más cerrada que le impide cualquier diálogo o autocrítica. En estos aspectos, si algo no ha logrado torcer el papa Francisco en ella es justamente su egocentrismo.De a poco, ya sea por haberse quedado sola o por dedicarse exclusivamente a la protección de sus hijos o por creer que todo lo que se mueve a su alrededor es una operación en su contra, Cristina se encerró en sí misma y dejó de ser una política en el sentido amplio y tradicional de la acepción, para recalar en el modelo patrón de estancia, autoritario y conservador.Recargada, en sus últimos discursos tampoco pareció ser un político en campaña. Más allá de cualquier lógica de la estructura populista, Cristina se ha mostrado en cada ocasión como un líder en guerra contra el mundo que no piensa como ella. Hace gestos, se desencaja, utiliza técnicas de actuación, baja y sube los niveles de voz, ordena, repite consignas y a veces hasta se tropieza, pero sigue adelante. Y lo hace todo por cadena nacional, para que nadie deje de verla, supone.Así, el látigo presidencial se despliega de modo permanente hacia quien se le ponga enfrente, amigos o enemigos. Una mirada, un gesto, una mano rígida frenando algún desborde o una frase virulenta ella nunca se la niega a nadie, ante la necesidad de seguir ocupando el centro de la escena. Ya se sabe que Cristina genera fascinación u odios, pero nunca términos medios.Sus discursos de los últimos días fueron a fondo con cada uno de esos temas, siempre para acomodar la realidad a su propia cabeza o para contarles a los demás su visión sesgada de la historia. Al fin y al cabo, es lo que indica el manual: uno nunca se equivoca y si eso sucede es porque los demás son los malos. Lo que no está del todo muy claro si todas éstas son las cosas que, más allá de las elites politizadas, le importan prioritariamente al común de la gente, a todos quienes corren detrás de su progreso personal a diario o a quienes apenas subsisten. Pero, igualmente, allá va la Presidenta con su furia a cuestas, marcando la agenda hasta el 10 de diciembre.Igualmente, para afuera, la muy buena aceptación de la imagen presidencial parecería indicar que a muchos ciudadanos les gusta el personaje, pero el gran tema está hacia dentro de la política, ya que la Presidenta no tiene términos medios y por eso, ante tamaña personalidad y tantas rigideces, quienes la rodean o son súbditos o son víctimas.Y en materia de legado, ella parece estar decidida a que Daniel Scioli, Mauricio Macri o Sergio Massa sean sus víctimas, porque gobierna para adelante, invade todos los días el jardín de su sucesor con decisiones que no consulta con nadie, amén que les está dejando una administración del país muy comprometida.Por no haber tenido más remedio que elegirlo, es Scioli quien más siente el rigor de Cristina. A Macri lo trata como opositor y ante su avance electoral manda a hacer operaciones para limarlo. No le fue mal desde el resultado, porque el jefe de Gobierno porteño derrapó bastante. En tanto, a Massa, que la conoce y bien podría dejarla en falsa escuadra, lo castiga con la indiferencia. En cambio, al gobernador bonaerense en cada ocasión que puede le marca la cancha como a ninguno. Mucho “Daniel” o cuchicheos para la TV, pero lo emboca a cada rato.Está bien claro, igualmente, que la guerra sorda es de ida y vuelta. Hace unos días, frente a Lula, la Presidenta le bajó a Scioli una clara línea de política exterior: “vamos a tener que profundizar la integración de la región latinoamericana, porque ahí está nuestro lugar y nuestro destino. Por eso, mi querido compañero Lula, por eso Daniel, hay que redoblar el esfuerzo”, lo comprometió.¿Cuál fue la respuesta del gobernador a su actual jefa política? El último lunes, Scioli se desmarcó y se mostró en Bahía Blanca con el embajador de los Estados Unidos en la Argentina, Noah Mamet. “Digan lo que digan algunos, les pido mucha tranquilidad, porque los mejores días están por venir”, les dijo a los empresarios de Dow Chemical, quienes acababan de anunciar una inversión de 450 millones de dólares.El final de la frase no tiene dobles lecturas y lo extraño es que la Presidenta no haya deslizado aún nada al respecto, ya que es una suerte de tirar el pasado a la basura. Y como otra característica del devenir de la personalidad política de Cristina es que no tiene términos medios, hay que inferir o que el berrinche fue muy fuerte en Olivos o que está jugando al doble rol del “policía malo, policía bueno”.Se iban a mostrar juntos este último viernes en un acto en La Matanza y el gobernador tuvo una “descompostura”, justo un día después que algunos referentes suyos se pusieron en un pie de igualdad con economistas de Macri y de Massa, a la hora de decir, con matices, que el asunto de la deuda que tanto obsesiona al kirchnerismo “es un tema que debe cerrarse”.Ese día, la Presidenta aprovechó el envío al Congreso de un proyecto para convertir en ley la iniciativa argentina ante la ONU, sobre la reestructuración de las deudas soberanas y también bajó líneas de acción: “si caemos otra vez en un proceso de endeudamiento y accedemos a las demandas usurarias de los fondos buitre, todo esto se puede venir abajo”, ya que “lo que tiene La Matanza, el Conurbano y la pr
ovincia de Buenos Aires” es producto de “las políticas que decidió Néstor Kirchner para reestructurar la deuda soberana”, afirmó.Sin el candidato del Frente para la Victoria por delante, en general de temperamento fuerte, pero dialoguista al fin, Cristina desparramó además un gran repertorio de argumentos para comparar a la oposición con las diferentes dictaduras de la historia argentina y la acusó de atentar contra la democracia, de vulnerar la libertad de prensa y de pretender volver al fraude patriótico.“Hay algo más denso debajo de todo esto” denunció la mandataria al criticar el fallo judicial que anuló las elecciones en Tucumán y reflexionó: “me empieza a preocupar qué pasa si ganan los que piensan que porque te critican por televisión, tenés que cerrar un canal o porque si perdiste las elecciones tenés que denunciar fraude y conseguir un juez amigo que te dé la razón ¡Por favor!”, clamó.Y siguió con el acting: “Por Dios, ¿qué país quieren? Discutamos políticas, discutamos programas, discutamos proyectos, discutamos lo que quieran ¡Pero, por favor, no retrocedamos en la máquina del tiempo y volvamos a esa Argentina donde algunos propugnaban el voto calificado!”, exageró. Bueno es recordar que nunca la Presidenta citó a un opositor para discutir algo y que en el Congreso las mayorías kirchneristas han bloqueado cualquier iniciativa opositora e impuesto las suyas.En esa línea, utilizó conocidos argumentos que desconocen la división de poderes, como poner por encima de la Justicia a la voluntad popular: “de repente, dos jueces deciden anular la voluntad de cientos de miles, diciendo que algunos que no pueden o no saben votar porque son pobres”, dijo la Presidenta. Sin embargo, lo que dijeron los camaristas en su fallo fue exactamente a la inversa, es decir dejaron al desnudo la relación entre “punteros políticos” y “población desprotegida”, que deriva en que “las prácticas clientelares conspiran contra la expresión de libre voluntad”.Otra característica notoria de la Presidenta es que es una gran abridora de paraguas, ya que de modo permanente calcula lo que puede venir y trata de anticiparse a la jugada para cubrirse. En uno de sus discursos le solicitó a todos “los partidos políticos democráticos de origen nacional y popular que acepten el resultado de las elecciones” y que no promuevan “acciones de violencia ni de enfrentamiento entre compatriotas”. Ella percibe que el escenario tucumano podría repetirse en el Chaco o en las generales, el gran temor de todos.Por eso, dijo sobre Tucumán que “perdieron y no soportaron perder” y dejó por sentado que “eso fue lo que pasó y no puede volver a pasar nunca más”. Es bastante parecido a cuando, desde el kirchnerismo, se usa la letanía “destituyente” para el que no piensa como ellos.
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