A las 8 toca el timbre y todo queda listo para el izado de la bandera. Después del saludo a la enseña patria, los alumnos ingresan a los salones y los profesores comienzan sus actividades. Así se dan por iniciadas las clases en la Escuela para Adultos 65, ubicada en del Hospital Monoclínico Geriátrico de Miguel Lanús. Adrián empieza con los trabajos en la huerta de la institución con la ayuda de José. Mario, desde su silla de ruedas, colabora con los trabajos de carpintería. Gladis prepara los pinceles para trabajar sobre tela y Eulogia abre su cuaderno para mostrarle a la maestra Liliana como cumplió con la tarea que le envió el día anterior. En esta escuela se hace carne la premisa:?“se aprende durante toda la vida”. Alrededor de 65 abuelitos internados en el geriátrico asisten a esta escuela dentro del nosocomio, en la que ocho docentes están encargados de trabajar con ellos en actividades que le enseñan que la vida no terminó, que al contrario, está más viva que nunca. “Es muy especial trabajar con ellos y quien lo hace debe querer hacerlo, tiene que tener un perfil para trabajar con abuelitos”, explicó Marcela Jurkiewicz, directora de la escuela, a PRIMERA EDICIÓN. Es que hay que atender a sus demandas y estar dispuestos a trabajar con sus inquietudes y necesidades. “Nosotros les traemos propuestas, pero también escuchamos qué tienen ganas de hacer o en qué quieren trabajar. Así es que tenemos talleres de música, peluquería, carpintería, manualidades, reciclado y educación física, entre otros”, relató Marcela. De la huerta hay un encargado principal: Adrián padece Alzheimer y “él piensa que somos su familia, que él es quien nos cuida la casa y que viene a trabajar en la huerta”. Hace un tiempo José comenzó a hacer el trabajo de regar las plantas y Adrián se sintió desplazado. “Un día dijo que no iba a venir más y nos pusimos a indagar y el problema era que él sentía como que ya no era útil. Entonces, Marcelo -el profesor de carpintería- habló con él y le dijo que su trabajo era muy importante y que él se tenía que quedar porque debía cuidar la escuela”, contó Marcela. Después de la charla, Adrián se acomodó y volvió a su rutina diaria. En la 65 “educación y salud acá van directamente de la mano, si no no podríamos funcionar”, admitió Marcela en una recorrida por las instalaciones con PRIMERA EDICIÓN. Mario Ángel Bruno tiene 68 años, anda en silla de ruedas y antes de ingresar al geriátrico en 2011, era comerciante. “La escuela es nuestro lugar de acercamiento, la usamos para reunirnos, acá construimos amistad con algún otro abuelo. Además, nos hace bien por cuestiones de salud, porque tenemos que reconocer que a veces no estamos bien y tenemos alguna reacción mala y para evitar todo eso, la escuela nos marca pautas para que sigamos”, contó a este Diario y agregó “hacemos algunas tareas para entretenernos, a mí me gusta venir todos los días”.“Tratamos de que el adulto mayor esté como si estuviera en una familia, en actividad”, contó Marcelo Mogdans, profesor de carpintería. Además de crear máquinas especiales para que los abuelitos trabajen sin lastimarse e indicarles sobre todo lo que tienen que hacer en la huerta, Marcelo cree que la escuela es fundamental para el bienestar de los abuelos. Integración“Si no existiera, enfermería no podría suplir esta falta de acción. Los viejos estarían en un costado, atendidos, pero esperando. La idea es que esa espera que es inexorable porque nos llega a todos, sea lo más contenida y humana que se pueda. Esto es como una familia, hay actividades de limpieza, de trabajo, de salida, de relación, tratamos de que eso vaya variando y que el adulto mayor esté en un ambiente lo más dinámico que se pueda, siempre con respeto a sus límites”, reconoció. La escuela cumplió seis años en junio pasado y en un principio “trabajábamos con jóvenes. El problema que tuvimos fue que los viejos se aislaron porque eran otros tiempos, otros ritmos, otros tipos de trabajo, y ellos se sentían otra vez como afuera: desplazados”, explicó Marcelo. Su tocaya, Marcela rescató que, de igual manera, “apuntamos a la integración intergeneracional, no dejamos de lado ese trabajo. Por ejemplo, trabajamos articuladamente con el jardín de la unidad geriátrica que está pegado al hospital. Los niños vienen, realizan actividades de taller con nuestros alumnos. Lo que es muy importante porque a ellos les encanta estar con los niños y con los jóvenes también. Vienen escuelas a visitarnos y se arman bailes, cantan canciones, los chicos les traen cosas para compartir, golosinas y para ellos es fundamental esa articulación”.Además, siempre aparece alguna lágrima en esos encuentros. “Siempre son emotivas esas visitas, hay llanto de los dos lados, del joven que se acuerda de su abuelo, del viejo que se acuerda de su nieto y así. Siempre tienen esa carga emocional las visitas de los jóvenes”, recordó Marcelo.Las salidas“A veces son reacios a la hora de salir, luego salen y se divierten y no quieren volver. Después ya nos preguntan cuándo es la próxima salida”, comentó Marcela. Un caso ejemplo es Fidelina Cabrera. Mientras se arreglaba las uñas con la profe de peluquería reconoció que sale a hacer trámites sola, toma el colectivo y se maneja, con sus 68 años, como cualquiera. “El otro día nos dijeron que iríamos a una función de títeres, y yo no quería ir, después me encantó”, dijo Fidelina, que es la abanderada de Misiones y estuvo presente en el acto del 25 de Mayo en cumplimiento de su deber, pese a que hacía diez días había sido operada de la rodilla. “Me puse muy contenta cuando me dijeron que iba a ser abanderada, después de vieja llegué a eso”, rió. Además, es la que se encarga de leer poesías en los actos y fue la tesorera del club de abuelos. Su vitalidad contagia. “Nosotros también aprendemos de ellos”, reconoció Marcela.La bandera y quien es el abanderado es otra cuestión importante. “En el desfile del 25 de Mayo nos invitaron a participar y Carlitos, nuestro abanderado, estaba complicado de salud, pero no pudimos hacer que se quede. La doctora tuvo que hacer un permiso especial y autorizarlo, iba con un docente al lado pero él no abandonaba la bandera de ceremonia. Si le decíamos que no podía llevar la bandera se moría. Entonces tenemos que tener en cuenta todas esas pequeñas cosas que para ellos son muy importantes”, contó Marcela, quien explicó que el abanderado se elige según la participación pero que Carlitos hace dos años es abanderado y “mientras que no haya ningún problema entre los demás, trataremos de que siga siendo el abanderado”, sostuvo.“Para las salidas la doctora es la que autoriza y revisa a quienes
son los que están en condiciones de salir. Este año nos fuimos al Catamarán, a la Cruz de Santa Ana, al Centro del Conocimiento”, contó.La escuela tiene una matrícula particular, donde muchas veces hay alumnos que “se van” y eso hace que el trabajo con los abuelos sea más delicado. “Cuando hay un fallecimiento, los enfermeros tratan de que no se enteren muy pronto. Estas cosas no suceden en una escuela normal, pero para nosotros es diario. Nos tuvimos que acostumbrar”, relató el profesor de carpintería. “No me voy a morir sin saber leer”De curiosa, un día después del turno con su médico de cabecera que atiende en el Monoclínico, se acercó a los salones de la escuela y se dio cuenta que esa era su oportunidad. Eulogia Delma (70) nunca pudo aprender a leer o escribir, entonces se anotó en la escuela y ahora, un año y medio después, ya manda mensajes de texto por celular y lee diarios, entre otras cosas. En la visita de PRIMERA EDICIÓN tenía su cuaderno prolijo con todas las letras y ejercicios. “Es hermosa su letra”, la mimó la profesora Liliana. Eulogia es dueña de un almacén y quiso ir a la escuela para poder escribir en el pizarrón las ofertas del día. “Nunca tuve oportunidad de aprender porque me casé cuando tenía catorce años y tenía a los chicos, me dediqué a ellos, a trabajar y no tuve tiempo. Tampoco tuve padres”, contó. “Siempre procuré de una forma u otra, un poquito acá y otro allá y ahora que encontré esta oportunidad dije que no iba a morir sin saber leer y escribir”, aseguró a este diario.Vive sola a pocas cuadras de la escuela, sus hijos y nietos están en Buenos Aires. Ella no está internada, es una de las alumnas “de afuera”. “Esto me relaja mucho, este año, cuando decidí volver, vine a decirles que iba a hacerlo porque estaba mal, muy deprimida y el día que me fui de acá me fui contenta. Parecía una criatura, ya quería que sea mañana para volver”.
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