E l domingo anterior refería al desafío de la transformación de la educación hacia un modelo restaurativo, en tanto puente hacia la cohesión social.
La pedagogía restaurativa está comprometida con promover entre los jóvenes una serie de aspectos que les permita descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al servicio de la sociedad. Entre estos, se destacan:
– Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, permitiendo convertirse en la mejor versión.
– Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir esta responsabilidad, hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional permite madurar.
– Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es quien lo observa. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para construir un camino propio.
– Felicidad. Es la verdadera naturaleza del ser humano. No tiene nada que ver con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con la esencia de cada uno.
– Amor. En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.
– Talento. Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, que, puesta en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.
– Bien común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad.
Educar en emociones en lugar de condicionar y limitar la mente de las nuevas generaciones permitirá que de forma natural, los niños se conviertan en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. En adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida.
En tanto, padres, adultos y educadores convirtámonos en el cambio que queremos ver en la educación y en la comunidad.
Colabora
Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
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