
Una crisis humanitaria. Así se puede definir la situación de amplios sectores de Venezuela que, lejos del “ruido mediático” de otras zonas “calientes” del planeta, conviven día a día con la hambruna y la galopante inflación, más allá de las dificultades “extras” que afrontan los opositores al actual régimen de Nicolás Maduro.
Producto de esa dramática situación es que miles y miles de venezolanos salieron ya del país en cinco oleadas migratorias, desde 2006 hasta hoy, y un puñado de ellos han hecho pie en la última década en Misiones.
Se calcula que son alrededor de 250 personas en toda la provincia y puntualmente 46 en Posadas, según apuntó a PRIMERA EDICIÓN José León Toro Mejías, un profesor en Ciencias Sociales que tomó el amargo camino del exilio y -tanto antes de partir como ahora, ya instalado en la tierra colorada- oficia de “enlace” con sus compatriotas que apuestan a seguir rumbos similares.
“Hay un país que se está muriendo con gente que se niega a morir”, sentencia en referencia a Venezuela y a la intensa corriente migratoria que generó en los últimos 12 años. “La ‘responsabilidad país’ no es una obligación con el país en sí, sino con las personas de ese país, estén donde estén. Entonces, te vas comprometiendo con sus esperanzas y ayudar se convierte en un deber”.
Así justifica su “misión” de asesorar primero a los venezolanos que planeaban salir de allí y, una vez que esa planificación se hizo imposible “porque no tenés control sobre el mañana ni sobre los recursos que se necesitan”, al menos trata de garantizar un techo temporario y una contención a los compatriotas que desembocan en Misiones.
En ese sentido, destacó la colaboración de la Congregación San Pedro de la Iglesia Evangélica Luterana Argentina en Posadas, liderada actualmente por el pastor Ricardo Veira, que, a través de su Pastoral, brinda contención a los recién llegados, cedió un lugar físico en Garupá (conocido como “La Misión” y ahora también como “Casa del Inmigrante”) para albergarlos en los primeros momentos y recolecta donaciones de vestimenta y alimentos para minimizar el impacto para quien llega sin nada.
Trayecto personal
Nacido hace 46 años en Biscucuy, en el estado de Portuguesa (Noroeste del país), Toro Mejías pronto tuvo que dejar el área rural en busca de su propio desarrollo educativo y profesional. Trabajó como profesor en Ciencias Sociales en tres institutos y universidades de Caracas antes de “hacer un click” y comprometerse en la colaboración con los compatriotas que buscaban huir de la situación del país. Luego le llegó el momento a él mismo y, gracias a gestiones del pastor chileno Luis Álvarez, con pasado en la tierra colorada, llegó el 25 de marzo de este año -vía Brasil- a Montecarlo, donde permaneció 15 días antes de desembocar en Posadas el 4 de abril.
En la capital misionera encontró “una gran calidad de personas que me dieron la oportunidad de quedar e incluso una especie de terapia colectiva”, porque “el venezolano no es emigrante, no le gusta salir de su país. Los que están afuera no la pasan bien, porque tienen abierta la herida de las familias que dejaron atrás”.
Además, esas mismas personas “colaboraron y materializaron la idea de ayudar a estas personas en mi misma situación”, a tal punto de que reconoce que “hay muchos venezolanos en situación de calle en el centro del país, pero no aquí en Misiones, porque hay mucha contención de los luteranos”.
Lugar de paso
Además de los alrededor de 250 venezolanos que siguen en Misiones, colaboró con 90 más que siguieron camino a otras provincias y Chile. “En principio Posadas es un lugar de paso. Lo natural es que el emigrante busque las capitales, pero Buenos Aires hay ya demasiadas personas y hemos descubierto que las provincias son grandes oportunidades”, matizó Toro Mejías.
Radiografía de los llegados
De sus 46 compatriotas que viven actualmente en la zona metropolitana misionera (Posadas y alrededores), Toro Mejías apuntó que la mayoría ya tiene dónde habitar y está buscando integrarse al mercado laboral (alrededor de 25 de ellos están desocupados), aunque el primer paso -determinante para todo lo demás, desde conseguir un trabajo hasta la atención sanitaria- es el proceso de radicación.
Puntualmente, hay tres “familias extensas” (que engloban a ocho núcleos familiares) y el resto son hombres y mujeres (casi en un equilibrio total entre ambos géneros) que llegaron solos en busca de recursos para mantener a sus familias que quedaron en Venezuela.
Según Toro Mejías, casi todos ellos (el 80% de los adultos) son profesionales con grado académico, muchos de ellos ingenieros en distintas ramas pero también especialistas en recursos humanos, marketing y otras disciplinas.