Uuuh… ¡Sí! Qué tema ¿eh? Qué difícil y qué necesario es el equilibrio en todos sus aspectos para vivir en una época tan compleja como la nuestra.
El psicoanalista y psicólogo social Mario Malaurie nos dice: “Vemos cotidianamente en la clínica cómo las relaciones interpersonales afectan el equilibrio emocional y físico de las personas… El equilibrio en sus más amplios sentidos es objeto de nuestra búsqueda, porque precisamente algo suele separarnos de él. Debemos a diversas disciplinas, pero específicamente a las filosofías orientales y a la medicina en general, la atención a nuestra necesidad de un estado pacífico tanto en lo anímico como en lo corporal… Quien acude a la consulta por su nivel de sufrimiento, es decir, por su grado de apartamiento de una paz física o psíquica siempre anhelada, es la persona común, la que vive tensionada por contradicciones propias y las impuestas por el trajín urbano. Somos una unidad bio-psico-social, pero la experiencia cotidiana nos confronta con factores que atentan contra esa unidad.”
Desde hace años se vienen considerando ciertas enfermedades como “psicosomáticas”, pero hoy se acepta que ningún padecimiento es puramente físico, porque somos el resultado de un sinnúmero de factores que afectan nuestra esencia anímica y corpórea, así como sus productos inmediatos que son nuestras conductas.
Aquí Malaurie nos hace notar que “una de las evidencias más frecuentes que solemos encontrar en un sujeto depresivo, melancólico, estresado, doliente, es la disminución del equilibrio físico, tal vez como metáfora de la estabilidad interior, más intangible… Es entonces cuando se impone la interdisciplina: el psicoanalista encuentra en otras miradas un complemento necesario, eficaz, operativo. Tal es el caso del Yoga, no sólo como práctica corporal, ya que los movimientos conscientes, lentos, precisos y de alta especificidad se articulan con un inteligente dominio respiratorio desde donde podemos reubicarnos, mirar el mundo y mirarnos a nosotros mismos.
Es así como la necesidad constante de recobrar la estabilidad perdida hace que busquemos instancias de trabajo físico y psíquico que alivien los rigores, las tensiones, los malestares y hasta los hastíos que suele proponernos una cotidianidad como la que nos rodea. Entonces, tanto el psicoanálisis como la práctica del yoga, en su mutua articulación, configuran una excelente propuesta para el logro de ese cometido… si es que logramos darnos ese permiso”.
A propósito, al referirnos al equilibrio psicofísico en notas anteriores recordábamos estas palabras del Dr. Hugo Ardiles: “Toda la actividad del yoga busca el equilibrio de la mente con el cuerpo”. Asimismo, el maestro argentino Pablo Barboza mencionaba el “cambio de frecuencia que nos hace sentir más livianos, más ligeros, más sutiles, con una vibración positiva y benéfica”, precisamente porque “cuando hablamos de yoga, nos estamos refiriendo a uno de los sistemas más completos y complejos que puede ayudarnos de manera muy especial a mejorar todo nuestro ser en sus diferentes aspectos.
Yoga significa unificación del ser en su triple aspecto (físico, mental y espiritual)… propiciando el equilibrio interior y desarrollando el equilibrio físico del individuo”.
A través de las sesiones de yoga el practicante se va conectando gradualmente con su centro, va desarrollando su equilibrio y su seguridad, que luego se proyectarán en otras áreas de su vida. Como dice el maestro Barboza: “Cuando notamos en nuestra clase que la respiración se acorta y que la mente se dispersa, es que estamos perdiendo el equilibrio interior… el que retornará al practicar la respiración yóguica y liberar nuestra mente de toda interferencia, es decir que aquí y ahora nuestro mundo es este instante presente en que nos dedicamos a la práctica”, lo que se manifestará en una sensación interior de armonía y bienestar. “En ese momento mágico surge de modo natural el equilibrio tan ansiado y comenzamos a disfrutar del yoga”, porque dentro de él todo se compagina para que experimentemos esa felicidad que expresa nuestro rostro al decir: Namasté.
Colabora
Ana Laborde – Profesora de Yoga
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