Los seres humanos tenemos instinto para sobrevivir, pero no nos alcanza, necesitamos afecto. Un bebé sin amor no sobrevive.
En el mundo competitivo de hoy el amor es una debilidad. No me sorprende que la vida haya dejado de tener el respeto que se merece desde la concepción en el seno materno. Se habla del feto como una cosa de la que podemos disponer a nuestro antojo. No sé cual fue el accidente que lo llevó a implantarse en un útero, una noche de pasión, una borrachera, un amor platónico; no sabemos quién ni cómo es la madre, pero allí donde nace una vida, nace un derecho.
Necesitamos cuidar de la vida, porque si no lo hacemos desde el comienzo, menos en las otras etapas. La conciencia de que toda vida es importante, va sentando las bases morales con las que el hombre se orientará en la vida. Descuidar este aspecto es romper los axiomas por donde se sentarán los precedentes morales con las que se escriben las constituciones, el derecho que permite la convivencia. Además una ley nunca debe contradecir un tratado.
Como especie debemos cuidar la vida como lo más importante. Es un tesoro que se nos ha legado guardar, es un regalo para compartir, como la amistad, la pareja, la familia, los colegas, los compañeros. Quién puede negar lo grato que nos hace sentir una buena compañía, una sonrisa, una caricia, una charla.
Debemos cuidar la vida como un cristal frágil entre las manos, como el Principito cuidaba su flor. Qué nos pasa que nos volvemos tan pragmáticos, utilitaristas y nihilistas; tratamos a las vidas como medios y no como fines,
“Los hombres de tu tierra –dijo el Principito- cultivan cinco mil rosas en un jardín y no encuentran lo que buscan.
-No lo encuentran nunca -le respondí.
–Y sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua…”
El imperativo categórico de que nuestro obrar se debe transformar en ley universal, donde lo que yo hago lo puede hacer el otro. Interrumpir un embarazo da lugar a que cualquiera puede quitar la vida del otro cuando atenta contra nuestro plan de vida. Esto es caer en la ley del más fuerte y, aunque económicamente esta moral se imponga, no debemos aceptarla en nuestra ética. Los socorristas que muchas veces ponen en juego su vida, bajo esta moral nunca deberían hacerlo, porque no se puede poner en juego la vida de uno en este sentido.
Las personas se preguntan qué es lo que está bien o lo que está mal. Un parámetro que nunca falla es el imperativo de no dañar, si algo hace daño a los demás quiere decir que no es bueno. Ser persona es poder elegir y esta potestad no debemos quitarla a otros.
No sabemos por qué aparece la vida. Creemos saberlo, pero ese es el desafió que nos toca desmenuzar a lo largo de la vida. Por eso cuando la vida aparece lo mínimo que podemos hacer es agradecer y cuidarla, porque ese es nuestra misión, es lo que nos va dar la alegría. Nunca te vas arrepentir de aceptar la vida; quizás sí, de no cuidarla como se debería, pero no por recibirla, aceptarla, acompañarla, siempre es alegría. “El que riega será regado”.
Pablo Martín Gallero
Puerto Rico (Misiones)
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