Los niños escuchan detrás de la puerta y saben todo lo que sucede en una casa. No importa si lo ven. Lo saben, lo sienten. Cada día de sus vidas, mientras van creciendo observan y copian, y los padres son su ejemplo viviente, son sus primeros referentes. Nacen sin registro de lo que es bueno o malo, lo van aprendiendo en sus casas.
Aprenden de modelos, de lo que está bien y lo que está mal. Rápidamente aprenden de cómo tienen que ser para ser amados y de lo que se espera de ellos.
Llevan en sus pequeñas vidas la herencia familiar y muchas veces cargan en silencio con los dolores de sus padres. ¿Quién si no ellos son los mejores para dar ese amor incondicional que puede curar todas las heridas de los adultos? ¿Quién mejor que ellos que con su inocencia y amor puro cubren todas las necesidades y carencias no resuelta de los adultos?
Muchos lo aceptan en silencio, otros lo ponen de manifiesto con su rebeldía y su hiperactividad, ya que también esta es una forma de entretener a los adultos en su dolor o tristeza.
Muchas veces despiertan la ira no sólo de sus padres, de sus maestros también y ponen de manifiesto cosas que van pasando en otro plano, inconsciente, en silencio.
Si tan sólo pudiéramos observar… observar y observarnos que nos sucede, cuando lo veo afuera.
¿Qué le pasa? ¿Porque actúa así? Quizás si se lo preguntáramos entenderíamos….
¿Por qué no entiende lo que le digo?, ¿lo tiene que entender y hacer como yo lo digo?
Maestros y aprendices al mismo tiempo, somos todos aprendices de la vida y muchas veces los niños en su inocencia nos recuerdan nuestro paraíso perdido y quizás ellos nos traen de la mano para que hoy lo podamos reparar, a veces en nosotros mismos, otras en ellos.
¡Hay querido niño! Mi niño interno. Gracias por traerme hasta acá sano y salvo. Hoy yo me pregunto… ¿Qué fue lo que te sostuvo?, ¿una mascota?, ¿la mirada cómplice de un maestro?, ¿la visita del abuelo? ¿Qué fue lo que te sostuvo?
Quizás los sueños y la esperanzas de crecer y poder ¡cambiar el mundo!
Por favor, que este mes del niño no sólo donemos chocolates y juguetes. Que cada uno de nosotros pueda sentir el anhelo de construir un mundo mejor, en cada acto, cada día, a cada instante, con la esperanza y realización de ese anhelo de amor, justicia y libertad para cada uno de los niños…
¡Cambiemos nosotros!, demos amor y el resto se acomoda solo.
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Patricia Couceiro
Consteladora
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