Obviamente que con tanto cuaderno, tanto “paper” panameño o con tanto aportante trucho dando vueltas, aquellas palabras perecerían ser una verdad irrefutable. No obstante, tendríamos que preguntarnos si es así realmente o al menos escudriñar en nuestras cabezas para ver si, tal vez, algo de la culpa es nuestra.
Sin dudas la corrupción es la enfermedad que más daño le hace a nuestra democracia, porque por ella tenemos que sufrir tremendos fracasos como la pobreza, la inflación y el desempleo. Hablar de corrupción es hablar de desigualdad social; erosiona todo intento de bienestar de las clases populares.
En 2001, el pueblo salió a las calles con una consigna: “¡qué se vayan todos!” Pero aquél grito épico de hartazgo con la clase dirigente, nunca fue acompañado con decisiones que apoyaran ese reclamo. No se fue nadie y ese mismo pueblo volvió, una y otra vez, a elegir a los mismos de siempre. Corruptos, soberbios e incapaces de sentir una pizca de sensibilidad por aquellos sectores que permanentemente son vulnerados por un sistema que se los lleva puestos con una furia digna de caníbales.
En 2011 todos sabíamos quiénes eran los K y su banda de facinerosos, estábamos al tanto de lo que se robaban, porque lo hacían en nuestras narices. Pero en octubre de aquel año la fórmula Cristina Kichner y Amado Boudou ganaba las elecciones con un increíble 54 % de los votos.
Cuatro años después, gran parte de ese electorado despotricaba contra la corrupción K. Entonces decide subirse a un vehículo amarillo conducido por un empresario de derecha miembro y parte de uno de los grupos más beneficiados por la “patria contratista”, un “nene de papá” puesto por el poder financiero con un solo objetivo: robarle al Estado (como siempre lo han hecho) de una manera un poco más “legal”. Así, llegó el tiempo de Macri y Cambiemos (una alianza electoral que parece salida de una película de Tarantino).
Decían que venían a “cambiar”, pero nunca explicaron qué iban a cambiar, porque no solo no cambiaron nada si no que son una continuidad del pasado y las pruebas están a la vista: Funcionarios involucrados en casos de corrupción, dirigentes relacionados con el narcotráfico, fondos de “campaña” que no pueden demostrar su origen, todos los índices socioeconómicos empeoran cada día, más deuda externa y así podemos seguir durante un buen rato.
En los próximos meses nos enfrentamos a un inminente crecimiento de la crisis económica y social, y en el horizonte están nuevas elecciones. Entonces surgen dos interrogantes: ¿volveremos a cometer el mismo error? ¿Seremos capaces de comprender que nunca se fueron todos y que fuimos los responsables de eso?
El próximo año tendremos las respuestas a esas preguntas, mientras tanto, seguiremos envueltos en cortinas de humo y otras mentiras que son tristemente alimentadas por algunos de los medios de comunicación más importantes que ejercen una lamentable influencia en la opinión pública.
En resumen, hay muchos políticos “chorros”, pero tenemos que saber que no son todos y para ello es tiempo de empezar a elegir a otros y comparar. Laburar un poquito y no mirar las grandes campañas de marketing, investigar y tratar de ver quiénes nos van a representar mejor.
El camino es largo y difícil, pero mientras no lo hagamos no vamos a mejorar, la resignación va a ganar y aquella frase del inicio se convertirá en una “verdad” que ya nadie sentirá el derecho de discutirla por un solo motivo: no queremos cambiar las cosas.
Este laberinto lleno de vanidades lo podremos sortear únicamente cuando las dejemos de lado y nos demos cuenta de que debemos unirnos e ir en busca del sueño colectivo.
Fernando J. Fernández
Presidente Partido Socialista
Posadas (Misiones)