Muchas son las fantasías por las cuales no se recomienda que un adolescente entrene en un gimnasio o, específicamente, no realice entrenamientos con sobrecarga. Entre otras, podemos escuchar algunas como “le frena el crecimiento”, “les deforma el cuerpo”, “los huesos no crecerán lo suficientemente fuertes”, etc, etc.
Lejos de esta realidad, muchas mamás tienen dudas a la hora de dar permiso a sus hijos, ya que no existe una unidad de criterios por parte de los médicos y los profesionales del deporte a la hora de recomendar esta actividad.
A mi modesto entender, la primera pregunta que deberíamos hacernos es por qué un adolescente tiene que ir a un gimnasio. Y las respuestas naturales son: porque lo necesita como complemento para el deporte que realiza (rugby, hockey, fútbol, tenis), porque no le gusta hacer actividad física y el gimnasio es una alternativa, porque muchas niñas adolescentes quieren copiar lo que hacen las mayores, porque está de moda entre el grupo de amigos, etc.
Aclarando de antemano que el entrenamiento con sobrecarga, correctamente dosificado y planificado, no deja secuelas negativas de ningún tipo en el cuerpo de un adolescente, considero que salvo en los casos de chicos que realizan deportes de alto rendimiento o chicos con serios problemas de sobrepeso, el gimnasio es la última alternativa a la cual las mamás deberían recurrir a la hora de pensar en actividad física para sus hijos.
Desde los comienzos de la niñez hasta el final de la adolescencia los chicos pasan por una “etapa de oro” en la que debemos aprovechar al máximo para que nuestros hijos adquieran y desarrollen de manera eficiente un sinfín de capacidades o cualidades que luego les serán de mucha utilidad para el resto de sus vidas, logrando ser motrizmente inteligentes.
El aprovechamiento de esta etapa es fundamental.
Lamentablemente en el gimnasio sólo realizamos actividades poco constructivistas, repetitivas, monoarticulares, utilizando en general un solo plano, sin complejidad coordinativa y profundamente ligadas a aspectos estéticos y de cambios estructurales de la masa muscular y no al desarrollo de las capacidades físicas coordinativas (sincronización, orientación, diferenciación, equilibrio, adaptación, ritmo, reacción).
Todas estas capacidades, se incorporan en la niñez y adolescencia y nos acompañan el resto de nuestras vidas: si no aprovechamos este momento, con seguridad en la etapa de adultez todo lo relacionado con el movimiento les costará mucho más.
La mejor estrategia para que nuestros hijos aprendan todas estas capacidades es mediante la experiencia deportiva y la educación física: cuanto mayor experiencia, mayor adaptación y mayor conocimiento.
Para resumirlo en un ejemplo: si un chico durante toda su vida juega solamente al tenis, tendrá un desarrollo eficiente sobre las capacidades y la táctica de ese juego en particular, que específicamente en el caso de este deporte es muy completo.
Ahora, si un chico pudo jugar durante la etapa de oro al tenis, básquet, fútbol, atletismo, rugby y natación, seguramente tendrá su motricidad eficientemente desarrollada para picar una pelota y correr al mismo tiempo, para correr con una pelota entre sus pies, para calcular la distancia correcta, realizar un remate de tenis, planificar la táctica de un ataque en rugby, regular la intensidad en deportes de resistencia como la natación y desarrollar un técnica eficiente para la saltabilidad en el atletismo, y todo esto es imposible desarrollarlo con pesos y mancuernas en una sala de musculación.
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Franco Brahian Britez
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